Rocío del agua.

En esta villa a caballo entre Aljarafe y Marisma, donde nací y ahora vivo, tienen los Rocíos tal importancia en el calendario que son brújula y astrolabio para navegar en el mar de los recuerdos, y faros que despejan las brumas del tiempo en la memoria.

Las vicisitudes que se arremolinan en estos días de primavera se graban a fuego en los registros más perdurables de la memoria, afirman y orientan, o tuercen, la consciencia del ser y del estar. Todos los Rocíos son semejantes y todos distintos, pero hay algunos que destacan especialmente y definen un surco singular en la corta existencia de una vida humana. Bien, pues a los de mi generación se le acumulan ya los Rocíos especialmente distintos, los Rocíos extraordinarios con relato propio en los siglos de historia de este peregrinar a la búsqueda de la Madre.

El Rocío de 1990 fue el de la ausencia de caballos, de mulos, a consecuencia de la peste equina que se extendió por toda Andalucía y tierras limítrofes. Fueron una Feria de Abril de Sevilla y un Rocío sin caballos, y era como unas Fallas sin ninots ni mascletá, o un San Fermín sin encierros. Los caballos, los equinos con motor de heno y alfalfa dieron paso a los HP, los charrets, los carros de doma adaptaron sus varas, sus lanzas, al tiro de los todoterreno, y las calles de arena rubia vivieron los atascos de  nuestras grandes ciudades un viernes de verano a la hora de salida del trabajo. Un horror que rompió toda magia del retorno al disfrute de las pequeñas cosas de la vida rural,  uno de los alicientes que concita más interés de esta manifestación religiosa y cultural. Pero con pan los duelos son menos y con manzanilla en rama todo se hermosea matizado por el aura dorada de este caldo. Hicimos de la necesidad virtud, extendiendo a todos los días en la aldea el privilegio de hacer en todoterreno las rondas de casas conocidas, algo que generalmente es privativo del lunes por la tarde, cuando muchas hermandades están en el camino de vuelta y muchas casas han echado el cierre.

En 2005 la lengua azul dejó a los bueyes en los establos y los equinos hubieron de salvar la situación. Nuestra Hermandad renunció ese año a la carreta de plata y la vieja carreta de madera, más ligera, tras muchos años de ayuno de arenales volvió a rodar por los carriles profundos y a vadear las hoyancas.



Los caballos bretones, los mulos enganchados a la larga uniformaron todos los caminos, dándole al tránsito hasta la aldea velocidades distintas a los 4 km/h del paso de bueyes. Y en el paisaje quedaba el vacío de los nobles y poderosos rumiantes que acompañan nuestro caminar desde los tiempos de Gárgoris y Habidis, de los establos de Gerión. Estábamos extraños sin ellos a nuestro alrededor, pero de nuevo devoción y diversión aliviaron el trance.

Y llega el Rocío de este año 2016 de la era cristiana con las compuertas del cielo abiertas de par en par. Mayo marzeando sopla los temporales de nubarrones negros que vienen del Atlántico, y llueve sin parar, desde antes que salga la primera de la Hermandades que hace el camino, hasta poco antes de que entre a la Aldea, por un lugar desacostumbrado, la primera y más antigua de las Hermandades que son, la de mi pueblo.

He visto muchos Rocíos con agua, antes, durante y a la vuelta, pero con una lluvia más condescendiente, amigable, de chaparrón y escampe dando cuartelillo  a las caravanas, aliviando el sofoco del caminar a los romeros, asentando el polvo ligero de la Raya, pero esto ha sido el diluvio en un no parar hasta el sábado de la presentación, menos mal. Algo para contárselo a los nietos y a quienes lean este blog.

No tengo un buen relato gráfico del acontecer, he hecho pocas fotos en esta ocasión, pues pasa que, en mi caso, el ojo, el diafragma de la cámara anula la sensibilidad de los ojos del alma y mientras tomo fotos pierdo frecuencias, armónicos, vibraciones sutiles, contacto de las auras, muchos más benéficos que los registros jpg que saturan la memoria del dispositivo y bloquean al sexto sentido. Así que tomaré prestadas algunas fotos de aquí y de allá  que ayuden a las propias  a ilustrar lo que cuento.

Empecé el domingo ocho enganchando a Olegario al charret, a ver cual era su estado de ánimo y de paso alguno de mis sobrinos/nietos recibían una master class en eso de bregar con animales de tiro.

Relajante paseo hasta el Quema por el Chaparral, comprobando como en los pinos del camino lucían las indicaciones de sesteo y pernocta de las distintas Hermandades que descansan en este exuberante paraje antes de llegar a los escalones de nuestra iglesia. Las flores de mayo alfombran el verde del prado bajo los pinos y perfuman el aire en una sinfonía de matices que la pituitaria se esfuerza por distinguir.



Cuando me aproximo al vado del Quema el bullicio de música enlatada sobresalta a Olegario, y a mí, que tras cruzar el puente compruebo como se ha montado una especie de verbena alrededor del monumento a la Virgen  a cuyos pies discurre el Guadiamar. 





Ya está, la génesis de actos sobrevenidos y quizás forzados, el deseo de notoriedad, el despliegue de los pruritos locales de Corporaciones y lugareños poniendo en valor sus términos municipales. En este caso Aznalcazar, municipio titular del lugar donde está el vado. Vade retro, vehículos a motor y bulla verbenera ocupan el espacio donde pensábamos dar cuenta a nuestra frugales viandas oyendo el rumor del río, mientras dejábamos que Olegario triscara en la hierba fresca. Vuelta atrás y a contemplar el vado desde la otra orilla, el  aire trae el murmullo de los rezos que provienen de los congregados ante el monumento a la Señora. Las aguas vienen un punto bravas para cauce tan somero, presagiando la riada que un par de días más tarde hará impracticable el vadeo.




El lunes nueve de mayo mi romería es hasta la ITV de la Palma del Condado, a jugarme a los dados si el Mitsubishi  puede mantenerse en activo en su vigésimo cumpleaños o es cuestión de jubilarlo de una vez. Altanero y pundonoroso como buen samurai pasa por las distintas pruebas hasta que en la salida  de la línea, a punto de extenderme el técnico el placet  para un año más, la bruja avería decide conectarme el claxon al giro de volante y una sonora y permanente pitada pone a todo el mundo en expectación y al conductor, o sea yo, en evidencia. Tiro de navaja, corto el cable y se acabó la bulla, pero tan heterodoxo proceder no fue del gusto del riguroso técnico que revisaba el trodoterreno, que decide que debo volver con los deberes eléctricos bien hechos. En ello ando, pero hasta tanto, ese día aprovecho para visitar al mayor de mis hijos en  el polígono industrial  de San Juan del Puerto donde labora, y lo encuentro melancólico porque la baja a ultima hora de una compañera con la que comparte expertis lo va a dejar este año sin los días de Gracia del Rocío. Nos lamemos juntos las heridas con unas radlers y a la vuelta a casa goterones como monedas de euro se estrellan con furia contra el parabrisas, empezó de nuevo el agua a precipitarse como si no hubiese llovido nunca. Y yo me he quedado sin todoterreno para el camino.

El Paso de Hermandades se anuncia complicado de gestionar.





A primeras horas de la tarde del martes 10 entró la primera, Jaén, y los peregrinos traían en la cara, en las ropas de abrigo, de agua,  el el anuncio más certero del cambio brusco de tiempo.


Y así estuvo, descargado sin piedad sobre los peregrinos, sobre las carretas de plata o de madera que discurren por los caminos, embarrando  las ilusiones, las esperanzas del camino vivificador, extremando el sacrificio del peregrinar.






La plaza de España del pueblo ha sido un hervidero de paraguas, de capotes, de trajes de agua, desluciendo el colorido bajo la uniformidad del tono verde cacería en el plástico, el plexiglass que se decía en su tiempo, de forma que los cortejos a caballo de las Hermandades parecían escuadrones de la Guardia Civil. Y carreras ante los repiques incesantes, de martes a jueves inclusive,  pues era una cuestión de honor evitar que el mal tiempo dejara a las Hermandades sin su recepción.

Y las carretas del "simpecao" , envueltas en plástico trasparente como las lechugas de un supermercado,  lucían espectrales, y  los abrazos de emoción de la llegada a este principio del fin de los caminos tenían la banda sonora , la musiquilla , el frufru del  roce de los capotes.



La Hermandades entrando en los claros o bajo los chaparrones, a horas e incluso día desacostumbrado. 

Desacostumbrada fue la entrada la tarde del miércoles de los jubilados vascos, que venían en carro desde la misma Euskadi. Y la gente de mi pueblo que sabe del peregrinar de siglos dándoles un homenaje que nunca olvidarán, ahora si podrán contar como se desbordan las emociones cuando se llega a estos escalones al cielo. 


Pero el jueves 12, entre las dos y las tres, cuando vaya entrando Coria no te lo vayas a perder, un claro nos permitió homenajear también a quienes con menos interés mediático han llevado a cabo una gesta mayor de la misma naturaleza, dos calesas, "caleches" dicen ellos,  han venido desde las Saintes Maries de la Mer, en la Camarga francesa, hasta nuestro pueblo. Cruzando carreteras, vereas y caminos desde Amposta. Son nuestros hermanos de paisajes y sentimientos.




Con ellos, con los jinetes de la Nacioun Gardiana, y con los demás camargueses llegados para la ocasión nos comimos un arroz con pato, cantamos y bailamos sevillanas a la hora del improbable sesteo de estos días.

Nuevos chaparrones tenues o furibundos, o las dos cosas a la misma vez, caen sobre las Hermandades que llegan a nuestros porches, hasta que Córdoba, ya de noche, cerró el paso de Hermandades de ese día.


Ya en casa, descansando del aperreo del día y preparando la salida de la madrugada del viernes, el Presidente de nuestra Hermandad nos da la mala noticia, no podremos peregrinar por la Raya, a pesar de que ojeadores de la Hermandad consideran que sería posible con algunos rodeos a las zonas con más dificultades. 




No hay registros en la Historia de que nuestra Hermandad no haya atravesado el Coto por la Raya para llegar al Rocío. Desde Goro Medina y los monteros reales, sera la la primera vez que lo haga por la carretera alternativa, todo son precauciones e incertidumbres. Actitudes pusilánimes, o quizás prudentes, y sin duda politiqueo de baja estofa entre autoridades civiles y religiosas nos han torcido el brazo de la tradición, una vez más.

Me cuentan que hay algún mandamás que no se ha cortado en decir que para nosotros será una tradición ancestral, pero para ellos no es más que un traslado masivo de ciudadanos y debe primar la seguridad sobre todo lo demás. Igual hasta lleva razón, pero no veo claro donde está la seguridad en colapsar la carretera con toda clase de vehículos y personas, sin más ruta de evacuación que por aire o a la desesperada por la carretera en sentido contrario.

Y para no hacer más la puñeta la lluvia para , y nos deja salir sin paraguas al amanecer del viernes. Y en Gatos ponemos al mal tiempo y las incertidumbres de este camino, la buena cara de dos palomas con pestiños y agüelas.

Y salimos andando hasta la cancela del Burracal, allí en lugar de coger la Raya Chica seguimos por carretera. La carreta del Simpecao parece más la carreta de sincopao, pues sincopado es el paso de arreón y frenada al ritmo que marcan los de delante. A cuenta de una deferencia hacia nuestros hermanos camargueses y otros socios de Delta de Maya, junto a los que camino, vamos en los primeros remolques, delante sólo los charrets,  que por las incertidumbres del itinerario muchos se han quedado en las cuadras, pero tras unas llamadas de móvil me cuentan que hay todoterrenos que aun están en la salida, mi hija viene en uno de ellos. Y llenos de paciencia se forman corros de bailes cada cuatro pasos, ya llegaremos. En un momento dado subimos al remolque y es tan apetitoso lo variado del cátering, que allí nos quedamos unos cuantos reponiéndonos del disgusto abriendo las neveras. Satisfecho lo primario, sabiendo que no habrá parada de sesteo arrancamos a cantar sevillanas hasta que se acaba el repertorio, migramos a bulería una vez trasegado el primer litro de cruzcampo, de ahí a la copla, y los camargueses expectantes, para no quedarse atrás se dejan caer con sus cantes. Cuando el caldo sublima la amistad aparecen los himnos, marsellesa en medio de Doñana y "andaluces levantaos" a ver si es verdad.

Y sin querer queriendo a eso de las seis de la tarde el cielo se vuelve negro, y llueven chuzos de punta, cortinillas bajadas a velocidad del rayo no evitan que el remolque adquiera tintes de piscina, con un palmo de agua que se evacua lentamente por las rendijas de los portalones. Cuando subimos la cuesta del azud, el agua se precipita hacia la carretera, ya podemos bajar los pies de los bancos y de las mesas.



Con luz del día llegamos a los Tarajales, al lado mismo del Rocío, allí pernoctará la Hermandad, mas que nada por mantener al menos esa tradición de entrar a la presentación desde el camino.

Curiosamente esta llanura esta húmeda pero no inundada y colocamos mesas y sillas para disfrutar de una buena cena, con puchero y todo ¡ Que jartá de agua y de costo!.

Tras la cena recogemos velas, al Rocío en remolque y a casa en autobús, hasta mañana a la presentación.

El sábado de la presentación amanece reluciente, se han ido las nubes, ¡por fin! y entramos, la primera como desde hace siglos, esta vez junto a una de nuestras ahijadas, Benacazón, que este año cumple cien Rocíos como Hermandad.







Tras la presentación una vueltecita por la casa de Hermandad, unas cervecitas gentilezas de los jóvenes Hermanos Mayores, y algún amigo/amiga, es un decir, de los que por allí tiene habitación alquilada, que simulan estar despistados y te hacen la cobra aunque sólo pensabas saludarle, no asaltar sus bandejas de jamón, ¡pues que le den!. Mirada calmada a la Madre, henchida de hectolitros de agua de lluvia, y al Real nº 9, donde tenemos casa para la ocasión y un puchero con berza, escaso de proteínas de la "pringá" , que hace las delicias de nuestros hermanos franceses pero a los lugareños nos sabe a poco. Mi doña que me hace arrancarme por sevillanas con la voz rozada por tanta agua como me ha caído encima estos días, y porque ahora a la mínima paso de los tonos agudos a los graves sin remedio, y no me gusta cantar por lo bajo. Así que cuando veo que la voz mengua y el vapor del moyate aumenta, que también en eso me he vuelto delicadito, decidimos recoger hasta la madrugada del lunes verla salir.

Entretanto los amigos que se quedan en el pueblo preparan para el mediodía del domingo un guiso de carne de venado con criadillas, tubérculos silvestres, casi trufas blancas, que no es cuestión de perderse, y no nos lo perdemos claro.

Noche del domingo cena de nuevo en el real nº 9, esta vez se han portado y la caldereta, los aliños en pipirrana sobran en las mesas. Un grupito que trae la casa me hace el quite de no tener que sacar una voz que ya no tengo. Y bailes por sevillanas van y vienen, hasta que a eso de la una y media  de la madrugada mientras suena el rosario por los altavoces,  aviso al grupo de quienes haré de singular guía esta madrugada, que conviene ir posicionándose, las mujeres en la planta de arriba de la Casa Hermandad, los hombres junto a los porches de las casas adyacentes, donde se supone que no sufriremos el agobio de la bulla en torno al paso de la Virgen cuando llegue.

Hacemos tiempo tomándonos un café en La Concha, cuando veo que está pasando por la puerta los Simpecaos de Sanlucar Barrameda y de Triana.

- La Virgen está a punto de salir - Les digo a los amigos- vamos para la Casa Hermandad.

Y allí nos ubicamos en el lugar sugerido  hasta verla venir desde la Hermandad de Huevar, y  por fin llega.




Y llega tan cerca, mis cálculos han sido esta vez erróneos, que el cordón de protección se desborda y los que llevan el paso nos pisan los pies, mis amigos se ponen ansiosos de la presión, una muchachita se desvanece a nuestro lado y hemos de evacuarla por encima de nuestras cabezas hasta el porche de al lado. Los segundos se hacen interminables, la emoción por la proximidad  de la Virgen y la angustia de la presión que ejercen quienes llevan el paso se combina en un remolino de sensaciones, la adrenalina se segrega y nos da fuerza para aguantar el empuje del paso, que en un momento dado se desplaza hacia el centro del Real, ¡que alivio!.

Salimos zumbando a respirar hacia la Hermandad de San Juan del Puerto, de ahí a Sanlucar y Rociana. En la casa del Real nº 9 han cerrado las puertas, son las cinco de la mañana, no es que los segundos fuesen interminables es que hemos estado pegados a la Virgen más de una hora. Algunas de las mujeres, primerizas en esto, lo han visto todo desde los balcones de la Casa Hermandad y están sobrecogidas, han de digerirlo, mal lo tienen si lo hacen desde las entendederas, racionalmente puede ser una barbaridad, una situación de peligro milagrosamente sin daños colaterales. Pero el Rocío es una vuelta a los sentires primitivos, con su cara y su cruz. Por mucho que diluvie. Nos volvemos a casa y yo al menos duermo plácidamente. Ni es en la primera, ni espero sea la última en que me vea.

Y los días de vuelta de este Rocío del agua, del peregrinar por carretera, que malage, son plácidos y soleados, las Hermandades que pasan lo hacen temprano.



Así que los apuro al compás de sorbitos de te rojo y tostada de jamón en las mañanas y buche de cerveza radler con caracoles al mediodia.

¿Tendré aun tiempo de vivir algún otro de estos Rocíos tan distintos ? Por mi que no quede.

Comentarios

  1. Me alegro que al final todo saliera bien. El relato es una gozada que me ha alegrado la tarde noche. Un abrazo Jose María. Manolo Silva

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