Once mantones y dos capas
Pinté esta obra en un octubre lejano. Octubre siempre me trae el sabor agridulce de la melancolía, la constatación formal del paso del tiempo, y lo que sale del pincel o la pluma está impregnado de ese sentimiento impreciso. Trataba de trasladar al color una foto en blanco y negro, un tanto borrosa y desvaída, que encontré entre las cosas de mi madre. Mi madre, bordadora de mantones de Manila con puntada precisa, buscadora incesante de la excelencia, la perfección, en cualquier cosa que hacía. De nuevo la melancolía del recuerdo sobre cualquier tiempo pasado. Pero la obra no era más que un ejercicio de utilización de un soporte humilde, el panel de la trasera de un desvencijado armario ropero, para construir una alegoría sobre las mujeres coetáneas de mi madre, sobre el bordado como instrumento de expresión de la creatividad de esas mujeres. Un intento balbuceante de homenaje, que ha terminado cuajando, años después, con la publicación de la novela " Las agujas ...