Balada de otoño
Una balada en otoño,
un canto triste de melancolía,
que nace al morir el día.
Una balada en otoño,
a veces como un murmullo,
y a veces como un lamento
y a veces viento.
Nos lo cantaba Serrat recordando a Machado, nos lo cuentan los hombres y las mujeres del tiempo, ya estamos en el otoño astronómico, no digo yo que no. Me lo habían avisado antes los tres almendros nuevos de la huerta, jóvenes e inconscientes, las hormonas revoloteando por la savia, que han sido los primeros en desnudarse, desprenderse de las hojas que los visten, sin ningún pudor ni prudente espera a que avance la estación.
Empiezan a peinar canas los fresnos y el melocotonero, las hojas cayendo desmadejadas sobre la grama verde.
Se resisten a cambiar de ciclo la higuera, el azofaifo, los frutos en sazón caen y dejan paso a otros nuevos, las hojas permanecen fieramente agarradas a las ramas.
Están en sazón los membrillos, prestos a convertirse en la rubia carne, la dulce carne de membrillo, hirviendo en pie de igualdad con el azúcar de caña.
Hemos podado las parras de uvas de Corinto. Sobre ellas disfrutan los espantapájaros de la holganza de este tiempo de transición.
La tierra se toma un respiro,unos días de sosiego, hasta que sembremos habas y guisantes la próxima semana.
Vamos a ensayar este año con las berenjenas y pimientos, los dejaremos plantados hasta que lleguen los vientos frescos del Norte, a ver si aguantan dando cosechas dos años seguidos.
Verdean gozosos dátiles y naranjas, arracimados venciendo con su peso a las ramas que los sostienen, soñando que suenen villancicos para liberarse de su carga.
Ordeñamos con mimo los olivos manzanillos que bordean la valla de la huerta, clasificamos para machacar, cocer o salar en salmuera las aceitunas, según su tamaño y estado de madurez.
Y es que el campo te demanda tanta atención que no hay tiempo para la melancolía de otoño, para el lamento por el verano que se fue, tan atípico, que ahora el otoño veranea donde el verano otoñeaba.
El viento, el viento si que es todavía murmullo que mece la "otoñá", la hierba de otoño que crece pujante entre la arboleda, viviendo la existencia breve y azarosa. A la espera temerosa de que un día u otro vean como llego a la huerta con la desbrozadora, enfundado en mono verde, provisto de protectoras careta y polaina, para decapìtar sin piedad sus tallos que caerán a la tierra abonándola y facilitando el milagro del ciclo de la vida.
No hay en la huerta tiempo para barbecho y descanso de la tierra, las faenas, los días se suceden en la acumulación de pendientes, siempre le adeudas tiempo a la huerta. Serán las aguas del otoño, ojalá sea este un año de aguas, quienes traigan el forzado descanso. La holganza a medias, pues el ganado no entiende de temporales y vendrán los días, ya hemos tenido algún anticipo, en que tendré que buscar los claros entre chaparrones , arriesgarme a la "mojá" a pecho descubierto mientra abro las cancelas, al zigzag del todoterreno por los caminos embarrados, al retorno a casa ensopado y con la arcilla pegada a las botas.
Pero que hacer, ellos esperan impacientes, exigentes, en el corral, la perrera, la gatera de dos pisos, a que los provea de alimentos.
Se prolonga aquí y ahora, en el comienzo del otoño, estados de ánimo de primavera, de verano, ajenos a la melancolía. Mas bien al contrario, es tiempo de cosechas a la vez que de siembra y esperanza, de fin de un ciclo y reinicio del nuevo sin solución de continuidad. O mucho ha cambiado el tiempo desde que Machado escribiera sus versos, o éstos no se los inspiró el huerto con limonero de su juventud en Sevilla, sino más bien los campos de cereal de la meseta castellana en su madurez.
Pues el golpeteo de la lluvia tras de los cristales no me llena de melancolía sino de inquietud, de impaciencia cuando el chaparrón es intenso, torrencial, por saber si las acequias evacuarán el agua y encauzarán la riada con eficiencia hacia la marisma, o se desbordan y la explayan por el olivar bajo creando lagunas someras, que mas pronto que tarde se llenan de pájaros de todo tipo como por ensalmo. Hasta grullas he tenido la ocasión de contemplar en estas aguas breves que han propiciado los nuevos trazados viarios, el artificio del hombre cambiando la morfología de la naturaleza, su comportamiento, pretendiendo dominarla sin conocer muy bien sus mecanismos de defensa ante tanta agresión, muchas veces estúpida y gratuita.
Los viejos caminos de arena, de suaves, inapreciables pendientes naturales hasta la llanura inmensa, son ahora vías asfaltadas sobre muros y promontorios, que protegen pero a la vez empobrecen las tierras de las riberas, que no se nutren ahora con el limo que aportaban las crecidas, y su feracidad histórica ha de mantenerse con abonos orgánicos, con tratamientos químicos que fuerzan el rendimiento y la calidad natural perdida.
Nada pues de melancolía, de regodeo en el desaliento complaciente, decadente, ni en el otoño del ciclo anual, ni en el otoño de la vida. Combate animoso, esperanzado, todo puede ser suceptible de mejora, quien no lucha está de antemano derrotado.


















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