El maleficio de la mariposa
El
maleficio de la mariposa es una obra que estrenó Federico García Lorca en marzo
de 1920 en el teatro Eslava de Madrid.
Con
el formato de un cuento para niños, se desgrana el drama de la frustración el
amor y la muerte.
Hace
unos años en un ejercicio de pintar alegorías quise llenar de luz las zonas de
sombras que enmarcan el cuento, esa luz que emana de la prosa o el verso de
Lorca, aún en sus tragedias.
El
cuadro está lleno de “petimentos”y rectificaciones, pues resultaba muy difícil,
al menos para mí, plasmar siquiera un ápice del alma del poeta. De ahí que el
águila que se enseñorea vigilante de todo lo que sucede a su alrededor, tenga
una extraña ubicación en un extraño trazado de una rama, de lo que pretendía ser
una encina. Opté por dejarlo así, en su
ilógica y estática posición, la del poderoso que mira con displicencia el
devenir de la vida del resto de los mortales, sea cual fuere su emplazamiento.
Siempre es un altozano que le sitúe por encima de los demás, poco importa si la
ubicación es cómoda o forzada, en tanto sea una posición de poder.
Desde
ese altozano atisba a la inocente paloma, que irradia su aura luminosa de
felicidad aupada por sus sueños inconscientes de libertad.
El
lince, en la distancia, preserva su imagen huidiza en la escasa luz de la luna,
satisfecho quizás de reinar en la Ínsula Barataria del monte bajo de jaras y
retamas.
La
mariposa yace moribunda, extenuada, de vivir su intensa y corta vida, pero
emitiendo fulgor hasta el último instante. Los bichitos de luz iluminan con sus
linternas naturales el tránsito a la nada de tan bella y fugaz especie.
El
agua mansa de la laguna hace de nexo de unión, de rueda de la fortuna, de criba
de Eratóstenes, de los personajes que viven en el lienzo, es un personaje más
que declama su relato.
El
hombre ni está ni se le espera. Su sola presencia podría romper el equilibrio,
la magia de la Naturaleza situada al margen de las preocupaciones estúpidas y
banales de los seres que se han creído ser sus dueños.
Este
escenario, aparentemente onírico, está tan cerca de la puerta de nuestra casa,
de la casa de los que tenemos la suerte de vivir en estos parajes, que puedo
percibirlo detrás de mi ventana mientras
escribo, dan ganas de ir a buscarlo, pero me resisto, sería el intruso
capaz de descomponer la armonía que desprende.
He
de volver por tanto a Lorca y su tragedia, porque como Curianito anda uno
ensimismado esperando que cada día amanezca como una mariposa. Como tenues alas
de mariposas son los segundos, las horas que se suceden ingrávidas, dando forma
al tiempo que se escurre entre los dedos. Las sombras de la muerte se aproximan
en los sepelios de los amigos que nos preceden. Ahora acude uno a muchos más
entierros que a bautizos, casi no recuerdo del último bautizo, pues se extiende
la moda de los bautizos íntimos, se han olvidado los bautizos multitudinarios
que congregaban a la familia.
Creo
que el último bautizo al que acudí fue el del más pequeños de mis nietos,
más que un bautizo fue una fiesta laica y lúdica de bienvenida a la estirpe de
la que forma parte.
Los
entierros no, los entierros se suceden cada semana y la meta se acerca
inexorable. Pero hasta tanto, dejémonos llevar por la luz de la mariposa, la
propia y la inducida por los bichitos de luz, diligentes serenos de la Naturaleza
de horizontes malva.
Aun
cuando esa luz resulte muchas veces un espejismo, recarga las baterías de la
ilusión en los amaneceres amarillo Nápoles, en la paz de los atardeceres
violetas. Esa luz transparente de la conciencia, de la consciencia, dirige la
mano en los arabescos sobre el lienzo, el papel de algodón, induce a la dulce modorra
de las siestas breves, estimula los efectos benéficos del olor a la leña en los soleados sábados. Esa luz
envuelve las caricias, los abrazos a los nietos que prolongaran tu existencia,
y quien sabe si tu vocación, tus aficiones, tus motivaciones ante la vida.
Por
si acaso, el escribir cada día sin meta ni objetivo, permite también la ilusión,
la inconsistente mariposa de la trascendencia y la eternidad.
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