El milagro de las flores.
Las oscilaciones climatológicas de febrerillo el loco me tenían un poco apartado de la huerta. Una vez terminada la poda de enero no era era tiempo de cosecha ni de siembra. A los días de ventarrón frío le suceden los 28 grados a la sombra del adelanto primaveral. Un domingo de barbacoa con la familia nos obliga a estar protegidos bajo la carpa, por la escasa sombra que facilitan aun las hojas que brotan de los fresnos. Agradecemos la brisas de las mareas que nos alivian del bochorno impropio para estas fechas. En camisa de manga corta trajinamos del mostrador a las mesas, apartándonos de la flama que emiten los ladrillos refractarios de la barbacoa. Como pater familia me toca ser maestro de ceremonias de esta comida campestre, y provisto de delantal de felpa preparo sobre la plancha de 6 mm las carnes ibéricas, en lógica secuencia de mayor a menor cantidad de grasa. Primero los lagartitos, que al momento hacen escurrir la grasa por el canal de la plancha hacia el suelo de gravilla. Con la plancha ya untuosa seguimos con los secretos, la pluma y la presa, mientras mis hijos escancian cervezas Alhambra 1925 sin ningún remordimiento. Hoy es un día de asueto de sus trepidantes vidas profesionales y toca al padre-abuelo ejercer de anfitrión en toda su extensión. Y la parienta, que ya que me ve metido en faena aprovecha para disfrutar de sus nietos y me niega el auxilio que le reclamo tácita y expresamente.
Para aliviar el exceso de la grasa del ibérico preparo unas fuentes de ensaladas de canónigos y rúculas aliñados con la sal de la Camarga, el aceite afrutado de nuestros olivos y el vinagre balsámico de Módena. Mi nieto mayor alucina cuando le cuento que este aceite es de los olivos que tiene al fondo y las aceituna manzanillas preparadas y aliñadas por su abuela, que come como un tordo, justo del olivo que tiene a cuatro metros,
Entonces me cuenta en inglés, va a una escuela pública bilingue, el carácter de hoja perenne y las características del olivo. Interesado como le veo por la botánica, a sus siete años, rememoro a mi abuelo y me apresto a hacerle de guía en el conocimiento de lo que nos rodea, como hizo aquel conmigo a su edad.
Lo primero es que me ayude a sacar las cebolletas granos de oro de invierno, que verdean ahora en la huerta y que añadiremos a la ensalada. Corta tarea que asume con el mismo divertimento que si jugara a la peonza, hace aspavientos alborozado cuando consigue sacar de la tierra los bulbos blancos de la cebolla, limpiamos, pelamos, lavamos y sin solución de continuidad a los barreños de barro vidriado, y a comer. Toda una aventura para él descubrir y disfrutar del proceso de la tierra a la mesa en menos de cinco metros. Es una circunstancia a la que hasta ahora no le había prestado ninguna atención. Y es que como le digo a mi hijo, mas campo y menos videojuego.
Ya que estoy en racha, después de comer y beber a la sombra de la carpa, de atender y jugar un poco con los nietos mas pequeños, aun bebés, atiendo con gusto el interés de mi nieto mayor y me dispongo a hablarle del milagro de las flores, las que han florecido con su tiempo o las que este veranillo loco precipita.
Iniciamos el recorrido en la huerta, donde coexisten la floración intensa de los guisantes Linconl con la madurez de las primeras vainas.
He de contarle lo trabajoso de la cosecha del guisante de enrame medio en cuanto pasen unos días y el empleo de estas píldoras cardiosaludables para prepararlas en fresco o envasarlas en bolsas que faciliten la congelación del excedente. Y le cuento como los guiso en la cazuela de barro, con el sofrito de la cebolla que hemos sacado hace un rato de la tierra, el choco o jibia mareado sobre ese sofrito, el guisante fresco, agua, unas patatitas como espesante, sal, pimienta, esperar que hierva poco más de una hora, echarle la punta de una cucharadita de azafrán, mover, probar y apartar para que se termine de cocinar con el calor que mantiene la cazuela o dejar el tiempo necesario para que reduzca, y servir en plato hondo para comer con cuchara o con tenedor, al gusto.
De ahí nos pasamos por las habas muchamiel, escasas de flores pero apuntando una cosecha media de pequeñas vainas que se estiraran hasta los más de treinta centímetros cuando estén en sazón para freir.
La misma cazuela, el mismo sofrito, pero esta vez de los tallos de la cebolla en lugar del bulbo, salen mucho más gustosas. Echar las habas, sin agua ninguna, y remover hasta que todo se vaya pochando, entonces cascar unos huevos y hacer con las habas un revuelto. Cuando estén más maduras, y por tanto algo más duras, mejor con morcilla, a la granaina o sacromonte, mismo procedimiento pero esta vez un poco de agua y rodajas de morcilla de Graná en lugar de huevos. Aquí hay que dejarlo cocer todo hasta que quede una sustancia contundente envolviendo a las habas.
Salimos de la huerta y mi nieto sigue interesado en las flores, sin prestarle a atención al balón de reglamento que yace esperándolo en la grama. Así que le cuento las maravillas de la flor del damasco, que también se llama durazno, e incluso albaricoque.
Cuando pregunta por qué tantos nombres, me da pié a contarle que tiene la suerte de estar aprendiendo las dos lenguas que le permitirán moverse con facilidad por todo el mundo, pero que la que heredará de sus padres tiene la generosidad y la belleza de tener más de un nombre para la misma cosa, así puedes elegir como lo nombras. Pero que yo prefiero para esta flor el nombre de damasco, o "amasco" como decimos aquí, porque me suena a tango, el que cantara Arnaldo Basanti.
Seguimos la ruta hasta el melocotón, que inicia pujante su florescencia.
Quiere saber mi nieto cual es el milagro de esta flor y le digo que en la fórmula feng shui aumenta el atractivo personal y las posibilidades en el amor. No entiende muy bien que milagro es ese y he de salir del atolladero trasponiendo al fútbol en un ejercicio imposible de equilibrismo, los efectos positivos de esta flor en el éxito personal sobre lo que amas. Eso si lo entiende, sobre todo hoy que aun se relame de las heridas de los tres goles que le metieron ayer a su equipo, donde juega de central.
Seguimos la ruta por la arboleda y a los lados del camino de gravilla y albero nos encontramos las vinagreras.
Ahora quiere saber si también hacen milagros las humildes flores silvestres, le digo que las que mas.
Estas le digo que tiene taninos, ácidos oxálicos, ácido clorofánico y antraquinona. No entiende ni papa, pero su padre se acerca y coge una vinagrera y se la come. Entonces a mi nieto le entra curiosidad corta un tallo y lo va chupando como su padre.- Está bueno, un poco fuerte, como el vinagre. ¿Por eso se llaman vinagreras?- Pregunta, y le contesto que seguro que por eso. Su padre le cuenta que de niño cuando venía al pueblo salía con sus amigos al campo a coger plantas comestibles, entre ellas las vinagreras.
Avanzamos hasta los almendros, los primeros en florecer, que ya tienen algunos frutos de las almendras mollares. -¿Donde está aquí el milagro, abuelo?- Se interesa mi nieto- En la almendra- le contesto, y lo entiende a la perfección porque sabe que siempre que viene le tengo guardada una bolsita de almendras peladas que come con fruición. ¿ Donde está la bolsita de esas cositas marroncitas tan buenas? Pregunta siempre nada mas llegar a casa.
Cerca de los almendros, un único capullo de una rosa roja, de terciopelo de olor , tiene unas florescencia precoz, cosas de los cambios climatológicos que hay quien discute todavía. Pero yo veo que ahora no se van las cigüeñas y florecen las rosas en febrero, así que me lo expliquen.
Tengo que contarle que los nísperos, el azofaifo, los nogales, los manzanos, el membrillo, el peral, esperan su tiempo para florecer. En unos días, cuando él vuelva de nuevo, estarán esperándoles nuevos milagros, pero ahora quiero enseñarle las flores que nacen entre el centeno.
Los jaramagos blancos y amarillos, plenos de glicosilatos y glicosilados carcenódilos, estupendos para la afonía, las faringitis crónicas que padecemos los varones de esta familia con nuestras voces de tesitura compleja y la afición al flamenco.
Caminamos hasta llegar a los postes de entrada a la finca, que le cuento son mas viejos que el abuelo de mi abuelo y se pone al calcular cuan de viejos son hasta que desiste. ¿ Y esto que son? Señala a las margaritas blancas y amarillas que crecen con vigor en la linde, a la orilla de la acequia que recoge las aguas del pago. ¿ Cual es su milagro? Quiere saber.- Que son mas viajeras que Marco Polo- Le cuento, y no parece que haya llegado aún a esa parte de la Historia- Mas viajeras que Marco y su mono Amedio- Intento ahora atinar, pero caigo en la cuenta que él no ha visto esos dibujos animados casi del tiempo de su padre.- Bueno pues que unas dicen que vienen de Alaska, las blancas, y otras de Sudáfrica, las amarillas- Y parece que lo entiende, pues entre uno de los juegos de la tablet Klan Kurio que le regalé por Reyes el año pasado tiene un juego sobre naciones y banderas.- Pues si que vienen de lejos- Se asombra.
-Otra margarita amarilla más chica-Señala - No, es una caléndula- Le explico- ¿Cual es su milagro? Quiere saber. - Pues que tiene licopeno, caroteno, luteína y xantina- Le cuento. - ¿Y eso?- Pregunta- Pues como las zanahorias- Acierto a responder.
Demasiada explicación para un niño, no conviene aburrirlo, así que decido dar por finalizada la sesión de transmisión del conocimiento, de siembra de inquietudes y le propongo volver a la grama a jugar un poco con él al futbol, pero ahora quiere ver un partido que emiten en los canales de pago que tiene en casa, y protesta porque aquí no puede.
-Díselo a tu abuelo, que es el de los milagros- Dice el jodido del padre, y mi nieto que me mira implorante.- Vamos a intentarlo- le digo pensando en como salgo de este atolladero y lo distraigo, así que me monto una película.
En medio de un macizo de espesura de árboles de crecimiento rápido, que tengo para proteger la finca de la curiosidad de posibles amigos de lo ajeno que pasen por la concurrida circunvalación, y al que mi nieto le ha puesto el nombre de "la selva", excito su imaginación jugando a que vamos a poner una pantalla grande con canales de pago. Una enorme caña nos hace de antena, el pié de un depósito de agua de improvisado soporte, un trozo de policarbonato de 1m de alto por 2m de largo, de pantalla panorámica. Ahora nos ponemos a cablearlo todo con seriedad rebuscando cables en el almacén y cuando ya hemos terminado, mi nieto se empeña en que funcione. Le explico que no puede ser porque faltan unas lámparas que tengo en casa, se sube en el coche y me anima a que vayamos a buscarlas, pero su padre viene al rescate argumentando que está oscureciendo y hay que recoger.
Ha sido un día intenso y en cuanto sube al coche él se queda profundamente dormido y yo descanso feliz de ejercer de abuelo. Ahora, me cuenta su padre, le dice a todos sus amigos que su abuelo del pueblo sabe la magia de las flores y es capaz de construir una pantalla grande con canales de pago. Bendita infancia y bendito que pueda uno rejuvenecer con sus nietos y ser un poco magos para ellos en sus primeros años.
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