Aventuras y desventuras peregrinas de Olegario Brillante

Nací mulo fino , hijo de caballo y burra, en la localidad onubense de Almonte.  Y eso fue ¿cuando?, pues la verdad que entre que hay cosas que mejor es olvidarlas y que los mulos no tenemos muchos megas en la RAM o la ROM,  no se muy bien, pero seguro que entre principios o finales de los noventa. Una vez tuve la oportunidad de echarle una miradita de reojo a la cartilla oficial que editan entre Junta de Andalucía y Colegio de Veterinarios y vi que había tenido amos pícaros que habían arreglado con tipex mi fecha de nacimiento, y me enteré de que mi nombre ademas de ¡¡¡muuulo!! era Brillante..

Desde mi nacimiento estaba  predestinado a servir de tiro en charrets o carros de doma en las idas y venidas al Rocío.

Lo cierto es que he tenido muchos dueños y que recuerdo vagamente haber recorrido diversos y distintos caminos hasta el Rocío y quedar deslumbrado por los farolillos de algunas ferias. Pero agua pasada no mueve molino y lo que me trae a este blog es mi historia más reciente, tan reciente que se remonta a poco mas o menos un mes.

Andaba descangallado y fané comiendo heno en un cerrado  de la última explotación ganadera a la que me han adscrito en calidad de residente o inquilino, en medio de una variopinta mezcla de equinos de toda condición y edad , rodeados de vacas y terneros, con un horizonte de grandes alpacas que me hacían prever que si el grano podía ser escaso no iba a pasar hambre en mis últimos años de vida útil. Porque la falta de interés o la escasez de presupuesto de mis anteriores dueños me hicieron  verle la desagradable faz al fantasma del hambre que no espera hartura, y  mis costillas se aprecian visiblemente tensas como cuerdas de guitarra entre el pelo que llevo arreglado para ferias, mis ancas tienen los ángulos impropios en los mulos bien nutridos y en la quijada llevo la firma de los planes de austeridad.

Pues como digo , mientras comía heno en la indiferencia por las cosas de los hombres, veo a llegar a las proximidades del cerrado a una familia de humanos que se ponen a hablar de sus cosas, me miran con ojos escrutadores y lastimeros y me golpean con suavidad las ancas y las patas trasera, esperando una reacción para la que no estoy motivado.

- Pues es manso, nos puede venir bien para la niña, ¡Pero a este mulo le falta mucho pienso!- Dice uno de los hombres.
- Lo compré hace poco y venía delgado, pero no te preocupes que de aquí al Rocío vamos a engordarlo- Dice el que es mi último dueño, queriendo colocarme al posible comprador. Y a partir de ese día me sacaron del cerrado y me metieron en un box de cinc para mi solo, con una buena ración de heno todo el día, pienso de grano por las noches y una cama de mullida paja en la que echarme¡ Que lujo!.

A las dos semanas volvió la familia en cuestión en un coche grande todoterreno verde, empezaron a llamarme Olegario, no se a santo de que,  me pusieron una jáquima nueva con los colores verde y blanco que veo ondear mucho cada vez que me llevan a ferias y romerías,  y enganchado de esa guisa hube de trotar tras el todoterreno dos o tres kilómetros. Bordeamos un pueblo blanco del que sobresalía una grácil pero sólida torre, y llegamos a una finca con una frondosa arboleda, y lo que es mucho mejor, una inmensa ratrojera que me hacía salivar de impaciencia.

Me metieron en un box hecho de troncos tratados, con un sombrajo de caña y palma y un estupendo comedero de chapa de cinc con compartimentos surtidos para el heno, el grano y el agua. El box estaba flanqueado por un macizo de enhiestas y jugosas cañas verdes, un almendro cargadito de fruto, y una perrera de malla en la que vivían cuatro perros grandes, otros dos perros más pequeñitos correteaban ladrando cerca de mis patas. ¿Todo esto para mí?¿No es posible? Aquí tiene que haber truco, me dije. Pero hasta tanto me puse a disfrutar de lo que se me ofrecía. Probé el heno, el grano, las cañas y hasta el almendro.

Y en ese paraíso anduve unos días. El hombre de la familia me llevaba por las mañanas a la rastrojera, me recogía al atardecer, me palmeaba afectuoso en el cuello antes de entrar en el box, me quitaba la jáquima, y allí tenía a mi disposición pienso, agua y unas mullida cama de paja. La niña  de la familia me llamaba cariñosamente Olegario acariciándome la frente. Así que ya tengo nombre y apellidos humanos, Olegario Brillante, y una familia que me trata como uno de los suyos.¡Que vacaciones en el Paraiso !¿ Estaré en el cielo de los mulos?. Me preguntaba, incrédulo de estar disfrutando tan buena racha después de tantas duquelas negras como he padecido.

Pero un día veo llegar a la finca un charret de dos ruedas, reluciente de rojo carruaje y amarillo ocre y me dije, se te acabó lo bueno Olegario. Así fue, tras unos cuantos piensos de grano, que es como yo mido los días, me sacan del box, me colocan unos arreos de cuero beige, me enganchan al charret y con el hombre de la familia, que debe ser mi nuevo dueño, la niña y dos sacos de arena en los alto me hacen dar vueltas y mas vueltas por la rastrojera y por el olivar de arena suelta recién gradeada, en la que se clavan las ruedas y he de apretar las ancas para avanzar. No me gustó, pero no era cuestión de protestar, al fin y al cabo soy un mulo, animal de carga y tiro, y el esfuerzo era soportable. Un par de horas de entrenamiento y al box. Mi pienso por la mañana y la noche, y el heno. Lástima que un diente me estaba haciendo la puñeta y no podía disfrutar bien del grano, pero como se lo decía a mi amo en un relincho sordo no acababa de entenderlo, o sí, porque  en unos días llegó un veterinario y un herrador. El veterinario me arreglo los dientes con unos útiles bastante toscos, y el herrador me calzó herraduras nuevas para andar por caminos de piedra. Jodido, pero contento, pues el veterinario me hizo padecer lo suyo con esos artilugios infernales y aunque las herraduras no molestaban, me había acostumbrado a no llevarlas.

En uno de los entrenamientos se rompieron los arreos de cuero, y por primera vez escuche a mi dueño jurar y acordarse de la madre de alguien. Casi inmediatamente me colocaron unos arreos nuevos de nylon fabricados en China. Como todo lo chino, mantente mientras cobro, útiles mientras duren, pero muchos mas bastos al tacto que el cuero. Mi piel lo notó al instante, en cuanto salimos a entrenarnos fuera de la finca una vez me vieron herrado.

Anduve bordeando el pueblo hasta enfilar una carretera de grava y terminar cruzando el Quema por el puente de tablas. En los alrededores había bastantes carros y bestias en la misma historia. Pocos charrets como este que llevo, que es una reliquia, muchos troncos con dos o más miembros de mi especie, pareados o a la larga, algún que otro bretón, e incluso un lujoso tronco con varios caballos frisones, que caracoleaban petulantes presumiendo de su clase ante los mulos proletarios que éramos mayoría.

Del Quema volvimos por el camino del Chaparral, arena fina que empieza a pesar, llegué a mi box sudado y con alguna rozadura en el pecho. Porque los nuevos arreos son de pecherín en lugar de horcate y la fuerza de tiro la hago con el pecho, algo a lo que no estoy acostumbrado, y claro la piel se resiente. También he de decir que las riendas que me han puesto son de cerreta en lugar del bocado que antes había usado, pero lo agradezco, porque mi nuevo dueño es moderado con el uso de la rienda y yo no le doy motivo para otra cosa.

Un par de días anduvimos correteando por las arenas del Chaparral y ahí la cosa se iba complicando, un par de horas por los cortafuegos y terminaba exhausto. Mi dueño me paraba y dejaba descansar en cuanto notaba mi respiración alterada observándome los hijares y el vientre.

Tras esos episodios de entrenamiento estuve tres días holgando en el paraíso del box, hasta que una madrugada me azoré con el ruido de cohetes antes de que amaneciese el día. Oscuro aún, veo llegar a mi dueño con una indumentaria singular, sombrero de panamá, camisa blanca de manga larga, unos pantalones chinos, botas de montar y un pañuelo de yerba blanco y negro al cuello. ! Aquí va a pasar algo! Me dije, y lo que pasó es que me puso un buen pienso a hora desacostumbrada y llenó la espuerta de agua. No era cuestión de desaprovechar tanta esplendidez y me puse a comer y beber. Poco más de una hora  después llegó de nuevo mi dueño acompañado de la niña, vestida con un traje de volantes beige con lunares carmín y un chal a juego. Había otro humano joven que ha venido con nosotros en las excursiones de entrenamiento. La cosa es que me sacaron del box al  amanecer, me engancharon al charret y salimos a la carretera, donde ya había tractores con remolques engalanados.Me fui alegre al trote, en busca de la aventura, el charret pesaba poco, el piso era liviano y a lo lejos veía muchos miembros de mi especie haciendo, como yo, su trabajo. Nos concentramos en un polígono industrial a la espera de que llegara una carreta de plata tirada por bueyes, que se aproximó en medio de la música de gaita y tambor, las voces de los humanos que sonaban armoniosas y el estampido humeante de los cohetes.

Nos ordenaron en fila, y anduve un buen trecho detrás de un carro maratón tirado por dos individuos de mi especie, de pelo negro, gordos y fuertes como de haber comido mucho grano. Me acomplejé un poco pero me dije que cada uno es cada cual, y sin pensar en más seguí la caravana detrás de ellos, y a su ritmo. Mi amo me dejaba caminar a mi aire, aunque de cuando en cuando tiraba de la rienda de la izquierda, pues mi tendencia a desviarme a la derecha es a veces irrefrenable.



La mañana era fresca y agradable y ante mi vista se extendían la dehesa de Gatos y los trigales de la Zapatera.


Pasado unos kilómetros se acabó la carretera y entramos en un  ancho camino de arenas rubias, que nada tenían que ver con la ligereza y comodidad del trecho recorrido por carretera con mis herraduras nuevas.



El orden, la pulcritud, que traíamos por la carretera dio paso al caos , la polvareda y la turbamulta.


Me dieron el primer descanso, escuché el ruido del trascón, me llegaron los efluvios de la cerveza, el olor a la caña de lomo, a los filetitos empanados, y de reojo veo como mi amo mira escrutador el horizonte de arena, evaluando las dificultades que sobrevendrán. Yo le acompaño en el análisis, pero los mulos somos poco dados a las consideraciones, ya se verá.



Retomamos el camino, en la Raya Grande empezó lo serio de mi trabajo.Los bancales de arena se sucedían, los tractores, los todoterrenos, empezaban a atascarse a mi alrededor y yo tiraba del charret con mas corazón que fuerza, no quería que mis nuevos dueños quedasen en mal lugar, tirados en la arena polvorienta.


A la hora del Ángelus, junto a la carreta de plata notaba que las fuerzas se me escapaban, mi dueño también se dio cuenta de mi desfallecimiento. Me ató a un pino y me dejó descansar mientras esperábamos al todoterreno del aprovisionamiento. En el trascón llevaban mi pienso, pero yo solo pensaba en descansar, y en el agua, y agua no había.


Con paradas en cada buena sombra, mientras mis dueños se proveían de bebida y comida, invitaban o eran invitados , lo que me permitía reponer las escasas fuerzas, anduve a tirones,  cerca de la carreta de plata. Casi siempre me llevaba de la rienda mi dueño, y notaba el cuidado que le ponía, la medida en la exigencia para que no me esforzase más de lo  que puedo. Otras veces manejaba las riendas la niña, o el hombre joven y ahí notaba más miedo, inseguridad, que preocupación.

Transcurrido un rato de  tirar y descasar ,descansar y tirar, estaba casi exhausto cuando mi dueño ordenó bajar a todo el mundo y empezó a tirar de la rienda para ayudarme a avanzar,  entonces olí el agua, estábamos llegado a Palacio. La niña y el joven me llevaron al pilón del bebedero, éramos muchos caballos y mulos intentando beber a la misma vez, hube de esperar mi turno, hasta que pude hartarme del agua, que la niña limpiaba  de babas con el cuidado de su manos morenas.

Un tironcito, pasamos por el control de la Hermandad y mi dueño buscó un lugar de sesteo, pensando más en mí que en ellos. En cuanto nos situamos me quitó los arreos, me puso la jáquima verde y blanca con su larga cuerda y me ató a una valla de traviesas clavadas en el pastizal. Vi la Gloria, me revolqué por el suelo para librarme de las mosquitas cojoneras que me venían molestando todo el camino, y me puse a pastar tranquilamente mientras mis dueños comían y bebían debajo de la sombra que se habían montado con un toldo verde entre un quejigo y el todoterreno. El charret descansaba también ocioso, con las varas en el suelo.

Un par de horas de descanso, que pasaron como una exhalación y me vi de nuevo enganchado, ¡Que mala suerte!, buscando el camino de Matasgordas. El primer kilómetro,  ancho, de arenal poco profundo y bordes arcillosos por los que circulábamos los charrets, se me hizo liviano, pero en cuanto llegaron de nuevo los bancales de arena, surcos de más de medio metro, las fuerzas se me volvieron a escapar. De nuevo los driblibgs de mi dueño buscando  la rodadas menos profundas que me aliviaran el esfuerzo, cortos recorridos en busca de sombra. Infinitas paradas cerca de la carreta de plata, al ritmo que marcaban los bueyes.



Hasta que la carreta se adelantó y la perdimos de vista, nos fuimos quedando atrás, otras hermandades venían empujando.
- ¡ No hay prisa, no vamos a reventar a Olegario por alcanzar a la Hermandad! - Decía mi dueño, y no saben cuanto se lo agradecía, pero yo notaba que su preocupación iba en aumento y sus dudas sobre mi capacidad de superar el reto cada vez mas grandes.

Mis dificultades eran cada vez mas evidente, los trechos recorrido entre parada y parada cada vez mas cortos, la recuperaciones de mi respiración lentas y exiguas y empezó el cachondeito que arañaba mi autoestima.

- Está cargao de años y sigue haciendo el camino ...... -  Me cantaban.
- Hay que domar mejor a ese mulo -  Sigue los surcos, no rompas carriles-  Le decían a mi dueño, que aguantaba estoico los comentarios, mirando al frente y pensando cuanto quedaba, calculando mis posibilidades.

Yo solo pensaba en volver a mi box con sombrajo de palmas, al pienso de grano, al agua fresquita en la espuerta de goma negra, y hacia allí quería volver mis pasos cada vez que las ruedas del charret se quedaban atascadas en la arena, que era cada instante.

Mi dueño salió con el todoterreno a acercar hasta su carriola a una familia de peregrinos andando que se había quedado descolgada a nuestro lado, lejos de las proximidades de la carreta de plata. El sabe que a pie es difícil ganarle terreno a las arenas. Me dejó con la niña y el joven, y por ellos hice un último esfuerzo en cuanto vi un respiro de la profundidad del arenal.




Cumplida su misión de rescate y ayuda a los peregrinos a pie, volvió mi dueño y nos encontró a la sombra departiendo con otras reuniones, cada cual con su especie.

Cuando intentaron que retomara el paso, mis músculos se negaban a moverse, me quedé paralizado, mi dueño me acarició animándome, pero solo pude avanzar unos pasos y hube de pararme de nuevo.
La luz del atardecer hacía que los pinos proyectaran sus sombras sobre la Raya hasta cubrirla casi en su totalidad. El sol penetrando por las rendijas de las copas se reflejaba en algunos jirones de la arena, dándole al aire vibraciones mágicas, pero yo no estaba para cosas bucólicas, poéticas, cuando la impotencia física embargaba de amargura mi corazón de mulo y la patética debilidad había destrozado mi orgullo de animal de tiro.

Mi dueño me miró a los ojos y me dijo - Olegario, ya no puedes más, no tenía que haberte traído, pero ya no tiene vuelta atrás,  la Raya está ahora atascada, que si no fuese así llamaba a un ban para que acudiese a tu rescate, pero como va a llegar de madrugada, vamos a soluciones de emergencia, a grandes males, grandes remedios.

Se tomó un par de whiskys con agua que le ofrecieron, y mientras oía cantar sin demasiado interés a la reunión de al lado, el conductor del todoterreno de aprovisionamiento le ayudó a pensar que hacer.

Pusieron doble una gruesa cuerda de cáñamo de unos diez metros,  con cada extremo atado a las varas, donde descansa la anilla de la sobreaguja, y el vértice del ángulo  de esa cuerda atado al ojo que está encima de la bola de tiro del todo terreno, creando un particular enganche a la larga. Mi dueño se subió solo al  charret y dio la orden de arrancar, y aliviado por la fuerza de los 155 HP del Mitsubishi, lo que antes fue desgana se convirtió en paso ligero o alegre trote. Me vine arriba cuando el sol desaparecía en el pinar, tanto que mi dueño hubo de controlar con la rienda mi entusiasmo, para evitar el choque con el todoterreno o que se me enredasen las patas con la cuerda de tiro. Quedaba muy en evidencia mi incapacidad para llega sin ayuda a mi siguiente parada, pero ni a él ni a mí me importaban los comentarios jocosos que ibamos escuchando.

A punto de enredarme las patas con consecuencias desastrosas para mí, con las sombras de la noche adueñándose del camino, pero ya muy cerca de Matasgordas me soltó del tiro a la larga con el todoterreno y de reata me llevó hasta el lugar de descanso o pernocta, según lo que hace cada cual, pues el Ajolí está cerca y el Rocío a escasos kilómetros.

Me dejaron enganchado, atado a uno de los carrascos de la pará y antes de preparar la mesa de ellos, la niña me puso en un cubo de plástico el pienso que traía en el trascón, y mientras yo lo comía con ansia, mi dueño y el joven trajeron agua de la cuba de la Hermandad, en la nevera azul que había servido para mantener frescas las viandas de emergencia  que llevaban en el charret. Me la bebí entera, y entonces me entró el cuerpo en caja, me olvidé de todos los malos ratos, ignoré los comentarios que se hacían en la mesa sobre las vicisitudes y desventuras acaecidas. Mi dueño empezó lamentando su decisión de traerme al camino, pero a la segunda copa de manzanilla a punto estuvo de tirar de la guitarra que durante todo el camino se había mantenido muda en el todoterreno, no había estado el ánimo para otra cosa. Se habría liado la juerga con la reunión de al lado  si no hubiese recibido una llamada indicándole que mis compañeros de cuadra ya habían llegado al Rocío.

Recogieron sin prisas, colocaron mil y una linterna en el charret y al camino otra vez, oscuro como la boca de un lobo, pero mi instinto sabe que hacer en estas situaciones. El todoterreno iba delante, yo con mi dueño montado en el charret guiándome, detrás, pero esta vez no necesité ayuda, el descanso y el pienso me habían cargado las pilas, intuía que la cuadra estaba cerca, y las arenas no me pesaron, casi al trote pasé el Ajolí por el puente.  En cuanto llegamos al Rocío se activaron los recuerdos de otras romerías, de otras cuadras, y a ellas me dirigí, tuvo mi dueño que templar la rienda para llevarme al sitio que me tocaba en esta ocasión.

Y en una cuadra a la espalda de la calle Sacrificio, junto a otros caballos y mulos mas fuertes y lustrosos que yo, pasé la noche del viernes del camino, sin pensar ni por un momento en lo que me esperaba a la vuelta. Que fue nada, pues el sábado después de que entrase la Hermandad e hiciese la presentación, me sacaron de la cuadra me llevaron de reata un trecho junto a otro mulo, hasta un ban que nos cargo y en un pis pas me llevó hasta mi dueño, que me esperaba en la cancela de la finca  donde vivo.

Al acariciarme se dio cuenta del daño, la "mataura" dice  él, que me habían hecho los arreos en la "cruz". Eso y los arenales era lo que me había mortificado hasta estar a punto del derrumbe en el camino. Pero ya todo pasó, de nuevo me sacan por las mañanas a la rastrojera, por la tarde mientras me curan dejan que trisque en la verde grama que adorna la zona de pérgola y barbacoa, después me meten el el box con el pesebre bien repleto de grano y heno, y una cama limpia de paja sobre el suelo de arena fina, compactada para que haga un buen drenaje, y que porque es mi naturaleza me empeño en excavar con la pezuña, ayudado por las reluciente herraduras que me han colocado.

De nuevo en el Paraíso de los mulos, tras un breve paréntesis en el Purgatorio del camino.Todavía no tengo claro quien lo pasó peor mi dueño o yo. Ya se que él sufrió la angustia de verse tirado, sin posibilidad de retorno, en medio de enganches que pasaban a su lado con vanidad prepotente, con insultante fuerza sobrada, que se lamentó de haber apostado más  por lo manso que por lo fuerte, en beneficio de la tranquilidad de su hija poco diestra en el manejo del ganado. Pero yo es que en algún momento me vi derrumbado en el suelo sin remedio, recogido por la pala de un tractor, llevado a un matadero y convertido en salchichón, mortadela o pienso para perros, lo que hagan con los mulos cuando ya no sirven, que ni lo se ni quiero saberlo. Y menos ahora que me miman con tanto cariño, me cuidan y alimentan con esmero hasta el próximo Rocío. Pero esa será otra historia.

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