Noche de San Juan. La nit del foc.
Se pierde en la noche de los tiempos, cuando los dioses andaban más por la tierra que por el cielo, la atracción de los pueblos mediterráneos por el fuego, y no digamos cuando este viene acompañado de explosiones de luz y color.
De esa época de miedos a lo desconocido, al tremendo poder catártico del fuego, viene nuestra necesidad de domesticarlo haciendo arte con él, de desafiarlo o hacerlo festivo en nuestras celebraciones rituales.
Esta identificación espiritual, telúrica, del fuego con nuestra propia esencia, se hace más visible en la franja costera que va desde el Golfo de Rosas hasta Ayamonte, todo el Este y el Sur de España, y tiene su apogeo en la noche de San Juan, la Nit del Foc en las lenguas del Este. Coincide prácticamente con el solsticio de verano, y con el tiempo de cosecha del cereal.
En esos días en que la vida de los hombres dependía del ganado y la tierra y se rendía culto a deidades que representaban lo femenino, estas fiestas debieron constituir un sortilegio de apaciguamiento a la fuerza destructora del fuego, para alejarlo de mieses y reses.
Ahora sin embargo se invoca su hálito purificador que devora los iconos que representan aquello que no nos gusta de nuestro mundo.
Por eso retornamos a las fiestas paganas de las hogueras en las playas, que el barniz de la modernidad ha entregado a Eros y Baco, y saltamos sobre ellas en la ilusión de que su poder mágico disipe las energías negativas que nos acechan.
O le echamos un pulso caminando con resolución sobre las brasas, en soberbia demostración del poder de los humanos sobre los elementos, o el menos poético conocimiento de la fuerza calorífera del carbón vegetal y el tiempo máximo de exposición, de contacto de nuestra piel con este fuego domésticado, para que el alarde suba nuestra autoestima sin daño.
El peso, el poso de las religiones monoteístas, los cambios en los modos de vida que han impuesto las revoluciones industrial y tecnológica, han modificado, mixtificado la sustancia primigenia de estas fiestas y sus derivaciones como las sanjuanadas o las cencerradas.
No hay que retroceder mas que unas décadas para encontrar en nuestros pueblos a los grupos de chiquillos pertrechados de campanillas, esquilas y cencerros, rasgando el amanecer o la siesta con el atronador concierto, de badajo y bronce o badajo y latón, ante las ventanas donde se suponían dormían los "juanes " y "juanas" de la localidad. Pues la fiesta pagana, el exorcismo mágico, se había reconducido convenientemente hacia la figura del Santo católico, San Juan, al que había que despertar de un sueño impropio o prematuro. Este mismo recurso de la "cencerrada" servía para incordiar con un poco de mala leche, molestar la intimidad de la noche de bodas, a viudos que contraían nuevas nupcias o solterones que pasaban por vicaría en el otoño de su vidas.
De todo esto han quedado las hogueras en las playas, en muchas playas de nuestro litoral y alguna "cencerrada" en contadas localidades de los Pedroches.
Y los intentos, más intelectuales que pragmáticos, de recuperar la esencia de tradiciones que el tiempo ha modificado a la par que nuestros paisajes geográficos y humanos, nuestros hábitos.
A modo de ejemplo, con ese espíritu, lo simbólico del altar del fuego de una plaza, un espacio público, en cuyo diseño tuve la oportunidad de participar hace un par de años junto a algunos compañeros de la Asociación Delta de Maya.
" Frente al banco, y en el mismo cuadrante, encontramos en el suelo una silueta hecha de ladrillo. Su forma se asemeja mucho a unos zahones extendidos, o a una piel de toro. Pretende recordar a los altares tartésicos aparecidos en diferentes templos, desde el del Cerro Alto en Coria del Río hasta el del Carambolo. En estas sencillas estructuras de barro, modeladas a ras del suelo, se inmolaban las vísceras de los toros sacrificados en las liturgias religiosas de la vieja Thartessos. Nuestro altar, cuya forma reproduce con bastante fidelidad una de las piezas del Tesoro del Carambolo, está hecha de ladrillo refractario, y su misión es servir de soporte para encender fuego. Y es que, aunque pocos los vecinos lo recuerden ya, en esta plaza del convento se encendía una hoguera por La Candelaria, y hace más tiempo aún también se hacía, como en todas partes, por la noche de San Juan. Es nuestra intención hacer lo posible por recuperar en Villamanrique estas fiestas, y este espacio es el lugar idóneo para hacerlo.
Como elemento, el fuego se corresponde también con un determinado tipo de alimento, el que enciende la combustión celular, la chispa de la vida. Se trata de una sustancia sutil que puebla el aire, cuyo conocimiento por la ciencia es aún incipiente y por tanto al que no nos vamos a referir más allá de lo ya dicho. Añadiremos tan sólo que los primeros cristianos lo llamaron la comunión de los santos, y que es un elemento esencial en el proceso de la transformación alquímica del rocío, y también con el descenso del maná que alimentó a los israelitas en el desierto."
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