Entre la huerta y el mato.
Tras balbuceos diletantes por otras sendas de la palabra escrita, y para evitar serpientes de verano tan propicias en esta estación, vuelvo a la esencia de mis relatos de las cosas cotidianas y no por ello menos exóticas, del campesino de vocación en que transcurren mis días, la aventura de la brega con la tierra, sus vicisitudes y frutos.
La ola de calor, "ojú que caló", que nos tuesta vuelta y vuelta a quienes moramos en el valle del Guadalquivir, en esta canícula del año quince del nuevo siglo, condiciona a que dediquemos las mañanas frescas, la "peoná temprana", y las tardes de brisa, "las mareas", para la ejecución las faenas del campo, pues a otras horas corres el riesgo de desfallecer de una insolación.
Pero la tierra, el ganado, ni esperan ni atienden a dificultades , has de hacer lo que toque hacer cuando ambos lo demanden, de lo contrario sus ciclos vitales se imponen por encima de nuestras nimiedades humanas.
Y ahora toca recoger las cosechas de la huerta y el mato, o te coge el toro a tí. Como me ha pasado en esta ocasión con la corta de la sandía, que otras obligaciones me han distraído y cuando voy a echar cuenta las sandías están un poco pasadas, han perdido el punto de la pulpa turgente, tersa. No han sido muchas las matas que he sembrado este año de la variedad Perla Negra autóctona, mucha pipa en contra de los gustos actuales, pero sabrosas como ellas solas. Lástima de mi despiste, lo que han ganado en azúcar en esta semana de más lo han perdido en frescura. Es lo que tiene acudir a las semillas autóctonas ecológicas, sufren más las plagas, el fruto es mas irregular y en este caso se van antes porque las envuelve una corteza fina, nada que ver con la duras y gruesas cortezas de las sandías híbridas injertadas en calabazas.
Y hablando de calabazas, anduvo mi mujer en el capricho de plantar este año una variedad de calabaza que dice viene de la India, y se ha comportado la planta como una especie invasiva, colonizando todo el huerto con sus interminables brazos, e incluso avariciosa, asomándose al tapiz de grama de nuestras cenas al aire libre.
Y como viene de la India, el término "intocable" lo aplica mi doña a rajatabla y no hay quien toque a la ambiciosa planta, o corres el riesgo de que el conflicto sea tan intenso que te pueda costar la mitad de lo que crees tuyo.
Por eso buceo con cuidado entre las hojas peludas de la calabaza, buscando los melones avasallados de tanta exuberancia y mermados en el tamaño propio de la variedad.
He plantado este año cuatro variedades, para poder elegir : Sancho, Piel de sapo, Galia y Cantaloup.
El Sancho no deja de ser un nuevo híbrido del piel de sapo, de mayor tamaño, "escrito" longitudinalmente, y como su nombre indica desarrollado en La Mancha, donde se consiguen los mejores resultados en la siembra temprana al aire libre.
Pero ahora, aquí en mi mato, se esconde temeroso del empuje de la calabaza india.
Mas envalentonados están los melones Galia y Cantaloup, sembrados en los lomos donde aún no ha llegado la calabaza en su presión invasora, y mejorando los tamaños habituales. Con propiedades alimenticias similares, la principal diferencia entre ambos está en el betacaroteno del cantaloup que le da a la carne un tono anaranjado. La corteza del Galia adquiere en la madurez un espectro del color amarillo que va del nápoles al medio o azo brillante.
Estos últimos suelen ser más dulces y exhalan un perfume parecido al melocotón.
Dicen que el Galia tiene ;
Minerales: Potasio Magnesio, Calcio, Hierro
Otros: Beta-caroteno, antioxidantes, Folatos, Acido nicotínico, Acido pantoténico.
En tanto que el Cantaloup ademas de todo eso :
Esta fruta es una buena fuente de folatos, ácido fólico (B9), micronutrientes necesarios para un crecimiento saludable y para la prevención de la anemia. El folato es muy importante para las mujeres embarazadas, ya que el déficit de este nutriente puede provocar problemas del crecimiento intrauterino del feto, así como riesgo de defectos congénitos del cerebro y los nervios.
El melón Cantalupo contiene carotenoides, el pigmento amarillo-anaranjado y, a veces, rojizo que es sintetizado por las plantas. El aumento de la ingesta de carotenoides a partir de frutas: como melones, zanahorias, calabaza, boniatos, puede disminuir el riesgo de un paciente para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer. Además, dos formas de carotenoides, la luteína y la zeaxantina, son muy necesarios para el buen funcionamiento de la visión ocular. De hecho, la deficiencia en estos dos carotenoides puede aumentar el riesgo de desarrollo de la degeneración macular relacionada con la edad, que es una de las causas más comunes de ceguera y la catarata, la opacidad del cristalino del ojo.
Pero yo me dejo guiar por el olfato y a eso de las diez de la mañana hago una paradita, tiro de navaja albaceteña, saco un melón Galia de buen tamaño, unos 15 cm de diámetro, del frigorífico de la casa de aperos, me siento a la sombra de los fresnos en una silla Quidiello y me como entero el melón fresquito con toda parsimonia, dejando que el jugo azucarado me pringue las manos.
En tanto, le echo una mirada lujuriosa al melocotón de viña que tengo en frente, cuyos frutos empiezan a adquirir el color dorado de las tentaciones.
Antes de que me pueda la galvana, a esa hora sales de la sombra y el sol empieza a hacer notar el rigor de su energía, arrastro mi cuerpo hacia las tareas pendientes.
Desherbar, rodilla en tierra, la persistente castañuela, la verdolaga, que rebota pujante entre las cebolletas grano de oro.
Que agrede inmisericorde a los pimientos verdes de asar.
O apunta orgullosa entre los cebollinos heredia tardíos recién plantados. Son bravos estos cebollinos, los únicos que retan los cuarenta grados a la sombra de estos días infernales, y hay que arrimarles el fresco hombro del riego diario y quitarles la competencia de las malas hierbas.
Un repasito a las fresas de Aranjuez, últimas de Filipinas desde el temprano abril y que este año toca jubilar, son ya tres cosechas seguidas, tres temporadas con las mismas plantas.
Sin embargo, por estrategia y por falta de ganas, es imposible seguir más de las once de la mañana bajo este sol de plomo derretido, dejo campear a su aire a la hierba que nace en los alcorques de la arboleda.
Del granado, de las palmeras, de la higuera coll de dama.
Aunque la frondosidad es poca amiga de la hierba y está queda en los bordes exteriores, fáciles de extirpar con la hoz o la escardilla marca la bellota.
No puedo dejar que medre la hierba en el nuevo plantón de higuera malagueña.
En el tímido chirimoyo, que oculta pudoroso el envés de las hojas a los rayos del sol.
Y dejo a su amor a los manzanos.
Al membrillo.
Entre los cítricos de mi huerta se da una curiosa disparidad de comportamientos en esto de protegerse del sol, pues mientras los naranjos navel y wasi arropan con tupidas hojas nuevas al fruto.

El limonero lunario desafía los rayos del sol con un atuendo minimalista.
A eso de las once empiezo la prudente retirada, me aplico a las tareas más livianas, para que el toque del Angelus me coja navegando en el todoterreno por los caminos de gravilla, o a lo sumo cerrando la cancela de malla.
Antes, la recogida diaria de los tomates pintones para el aliño y los maduros, de rojo intenso, para freír y guardar en botes que se usaran a lo largo del año.
Los primeros salen de las variedades Raf o Kumato, encañados de forma disciplinada, pero que a estas alturas del verano florecen en desordenados brotes.
Los Raf, de sabor afrutado e irregular belleza, que cortados en gajos y aliñados con una generosa vinagreta, maridan a la perfección con la ventresca de atún.
Y el kumato, perlas verdinegras que en su atractivo culinario pondera sobre todo su exotismo.
Para freír los Mina, redondos y de rojo intenso, poco ácidos y productiva carne. Haciendo de la necesidad virtud, hemos comprobado que mezclando esta variedad con los Raf demasiados maduros para aliñar, el resultado es una salsa exquisita para la carne con tomate, el atún con tomate, o cualquier otro plato que tenga al tomate como protagonista o actor secundario.
Mal se le ha dado este año a mi socio en esta aventura huertana, la variedad "pesho de mujé", que es su capricho en lo que a tomates se refiere. La Naturaleza es así, voluble y arbitraria, no siempre el mimo, el cuidado en la selección, planta , riego y laboreo da el fruto esperado. Y a mayor empeño el resultado han sido plantas enfermas y frutos padeciendo por ende la dolencia.
Empieza el sudor a manar en surco por las sienes, inundar los ojos en cataratas irritantes, cuando siego la hierba de los alcorques para el pienso ligero del mediodía, me refresco con el agua del pozo, y aprovecho para facilitar la dosis diaria de humedad a la yedra, la buganvilla, plantas de umbría que resisten como pueden la reverberación de los rayos de sol en la tierra caldeada.
Para darle al kiwi algo de esa umbría de su Nueva Zelanda originaria le he construido en rafia una galería de sombra, y su riego diario no le falta en estos días.
En esas ando cuando he de atender la insistentes llamadas de Olegario Brillante, que golpea con los cascos de la manos el hormigón de los postes que soportan la techumbre de su box, en un ruido continuo y penetrante como el llanto de un niño, y con la misma motivación. En cuanto me ve aparecer con el haz de hierba, con el paquete de henos, con el cubito del pienso, cesa el repiqueteo y se prepara para el festín. Se acabó la protesta, a lo suyo.
Me siento unos instantes a descansar del trajín en el improvisado banco que he situado debajo de la espesa sombra del árbol cuya especie desconozco, pero que ha brotado por aquí y por allá en la finca, cuando viene Caneli, una de mis perillas, a disputarme el espacio.
Es la señal, muy pronto sonara el bronce de excelente timbre de las campanas de nuestra torre vigía y minarete, hay que irse.
Mirada fugaz al kaki sin frutos, que se repone de un atentado de la afición por lo verde de Olegario, que tiene tendencia a triscar en cuanto frutal se le pone a tiro y los poda a modo.
Me levanto de tan singular banco y compruebo como la magra cosecha de las peras de San Juan siguen sin estar en sazón, y es que deben ser al menos de otro santo, Santiago.
Cierro puertas y cancelas del recinto del box, perrera y casa de aperos, y salgo pitando huyendo del sol intenso.
Al paso veo como verdea el pino piñonero, que algún día recolectaran mis nietos, porque visto su velocidad de crecimiento, no creo que sea yo quien disfrute de sus piñones.
Sin embargo, muy mal se me tiene que dar el verano para que no saboree este año las azofaifas que ya verdean lozanas.
Y puestos a pedir, espero que este otoño pueda probar los plátanos, que aunque no están se les esperan, y nos queda la ilusión de ver brotar las piñas en los próximos días.
A esa altura he de driblar para evitar enganchar la piña de dátiles "papos" de la palmera que delimita la zona de barbacoa y grama, trotadero de nietos.A esta palmera hay que cuidarla con mimo en su primera cosecha.
Me paro en la rotondilla, siempre se me olvida regar la maceta de Mamá que adorna la columna de la fuente, y no quiero ni por Dios que se seque, en ella vive el recuerdo hecho vida vegetal, la energía positiva acumulada en años de sus cuidados.
Con los ojos llenos de melancolía salgo raudo en busca del frescor del aire acondicionado portátil del garaje-estudio a dar pinceladas, hasta la hora del "parte" y el "sopeao", a los tres óleos sobre tabla que tengo en trabajos, una mirada al río desde el puente de Triana, el fogonazo del instante de unas mariposas imposibles posadas sobre un cardo, y la serena belleza de una mujer rotunda abandonada a la sensualidad entre amapolas. Pero eso será otra historia y otro blog.
Comentarios
Publicar un comentario