Metamorfósis
Andaba afanado a golpe de motosierra y hacha en retirar del camino las ramas del árbol de especie invasiva y madera endeble, que el viento de estos días ha tronchado sin dificultad, y hacía un inventario de urgencia sobre las especies que en el otoño que se aproxima podría plantar para sustituirlo. Pienso en el algarrobo y la morera, y caigo en la cuenta que no veo ahora moreras ni en los caminos ni en las huertas.¿Que pasó con las moreras y los gusanos de seda?.

Tiene la Naturaleza un prodigioso mecanismo de aceleración de la evolución por el que alguno seres, tras un periodo de introspección y aparente quietud dentro de un capullo, cambian rápidamente al estadio adulto, generalmente con una forma, una morfología radicalmente distinta a la del estadio anterior.
El paradigma de este proceso lo veíamos los niños de mi generación en los gusanos de seda. Casi todos teníamos en nuestras casas, al menos en el pueblo en que nací, un espacio reservado a los gusanos de seda. Alguien nos regalaba en primavera el primer contingente de diminutos gusanos de seda, que quedaba a nuestra responsabilidad alimentar y cuidar. Debíamos buscar moreras con que proveernos de las hojas, base de alimentación de estos gusanos, y admirábamos con impaciencia su evolución.
El rápido crecimiento de los gusanos mientras devoraban con fruición las hojas de morera, la maravilla de construcción de los capullos que moteaban de amarillo intenso el habitáculo destinado al efecto, la eclosión de la mariposa, la inapreciable puesta, la muerte de la mariposa que siempre nos llenaba de desasosiego, de soledad, hasta que allá por San José del siguiente año aparecían de nuevo los diminutos gusanos y se reiniciaba el ciclo.
Aprendíamos así de forma intensa las fases del ciclo de la vida y los rudimentos de una industria, pues los capullos se convertían en fuente de ingresos extraordinaria con que dar algo de vida a nuestras escuálidas huchas de hijos de la escasez.
Nada que ver con la realidad virtual que dirigirá las entendederas de nuestros nietos que, si padres y abuelos no lo remediamos, aprenden de la vida en los canales temáticos de tv, en los violentos juegos de competitividad extrema de la wi, las xbox y cuanto infernal artilugio domina sus fantasías y apetencias infantiles. Costosos y rápidamente desechables, les traslada la errónea percepción de prosperidad y progreso infinito, de facilidad y comodidad también infinita en su ciclo vital. La muerte y el renacimiento son ahí banalizados y fácilmente manipulables por quien maneja el mando del artilugio de realidad virtual.
No me relameré en la melancolía para valorar este estado de cosas, no se si es malo o bueno, si acaso distinto, y como canta Serrat nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Pero lo que está claro es que estos niños carecerán de nuestros referentes para entender las metamorfosis personales que le devendrán a lo largo de sus vidas. O igual a ellos no se les permitirá vivir las fases de "capullo", de aparente quietud que precede al resurgimiento.
También es verdad que nosotros aprendíamos erróneamente que tras la metamorfosis siempre amanecía una alada mariposa, cuando en el ciclo de nuestras vidas personales, en lo físico y en lo psicológico, muchas veces tras el gusano de entrada aparece otro gusano, que no siempre mejora el aspecto del anterior.
A nosotros el ciclo de los gusanos de seda nos situaba intuitivamente en el advenimientos de los cambios de estadio. El que sufrimos desde la certezas incuestionables, héroes nítidos y escasas preocupaciones por el mañana y la opinión de los otros, propios de la infancia, a los miedos, las incertidumbres, los descubrimientos y las ilusiones de la adolescencia. Cuando las mutaciones de nuestro cuerpo nos hacían aparecer desgarbados, poco agraciados, ante nuestros propios ojos o a consecuencia de los rechazos y decepciones de los primeros amores, siempre nos quedaba el consuelo de que podíamos recogernos doloridos en el capullo de nuestras camas y soñar que a la mañana siguiente o algún otro día amaneceríamos como radiante mariposa adulta.
Ese mismo referente, ese mecanismo de cambio de estadio, nos ayudó a transitar desde el idealismo creativo e incorfomista de la juvetund, al pragmatismo de moral funcional de la edad adulta.
Hizo falta recogernos en la urdimbre del posibilismo, los deseos de progreso personal y profesional, para saltar la frontera desde el sindicalismo de barricada a la función de mando y directivo de primera línea, sin que el fiel de la balanza de los principios nos estallara en el alma haciéndola pedazos.
Mas tarde, cuando dejamos de ser necesarios a los engranajes de hacer negocio y crear riquezas para los de arriba, cuando las canas apuntaban la conveniencia de relevarnos como guardia pretoriana de sus intereses, hubo que recurrir a los hilos de seda de nuestro origen, de los afectos de siempre, de los valores, las inquietudes de autodesarrollo que no fuimos dejando por el camino del pretendido éxito profesional, para construir el capullo de nuestra autoestima con el que salir reforzados para hacer frente al nuevo estadio de irrelevancia relativa, de ninguneo social, en que nos dejaba la ausencia de los roles profesionales y su hoguera de vanidades.
Ahora, tras una década de segunda juventud en el disfrute de nuestra libertad sobrevenida, te das cuenta de que aparecen los primeros signos de dificultades físicas, y que aun manteniendo la curiosidad estás de vuelta de casi todo, que de forma natural has moderado los entusiasmos al abrazar la vida y sabes que has de pensar en refugiarte en la aceptación de que empiezan a pesar más los recuerdos que las expectativas, los deseos que las posibilidades, para que en el nuevo estadio de la ancianidad te pueda más la sabiduría que la desesperanza.
Es tiempo de pensar si tuvimos el hijo, plantamos el árbol y escribimos el libro que nos permitan arañar jirones de eternidad. Aun podemos hacerlo, antes de que el tiempo, fugaz como un cometa, nos sitúe en el capullo de raso y caoba que transporta al estadio en que se siente indiferencia por todas estas cosas, superadas por nuestra integración en la consciencia universal.
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