La vendimia y el verdeo

La letra de "Yo soy del Sur", que según creo está escrita por Moyares, miembro del grupo de los Ecos, recurre a cosas cotidianas para construir el relato de los rasgos que definen el sentido de pertenencia al pueblo andaluz. En algunas de sus estrofas,  los "campesinos y marineros de Rota" cantan :

.....me gusta el mosto en noviembre
y mirar el cielo azul..

.... me gusta hacer la vendimia
y beber con los amigos...

.... las guitarras bien templás
y los olivares nuevos....


Pues eso es en lo que estamos por aquí en este tránsito de olor dulzón en el aire y moscas golosas, entre verano y otoño, viña y olivar, vendimia y verdeo.

Los sonidos, los olores de vendimia y verdeo caracterizan la vida de nuestros pueblos en estos días de mañanas frescas y tardes de calor zumbona.
Aunque mi implicación directa en ambas faenas haya cambiado, no puedo sustraerme de participar en los trajines de estos días, rumor y olor son como una niebla que te envuelve sutilmente.

E inevitablemente vuelven los recuerdos de las vendimias en la viña del Llano, la uva destilando en las canastas y el carro dejando  en los caminos un reguero azucarado y pringoso. 




De los lagares exhalando el perfume del mosto, las uvas amontonadas esperando la pisa.

De esas viñas y lagares que antaño había en mi pueblo, de ese tiempo de la vida idealizada a paso lento, solo queda el testigo de la viña de mis juegos con el primo Pepe, en la finca que ayer parecía lejana y hoy tiene su entrada por la ronda de circunvalación. 






Ronda de Tartessos le pusimos hace unos años en memoria de nuestros ancestros de la protohistoria, que seguramente ya plantaron cepas en las riberas del Lago Ligustino.




Así , circulando  por la ronda camino de la finca he podido contemplar en las cepas el nacimiento de los pámpanos, el tornasol de verde a dorado de la uva, la faena de la vendimia y ahora, como las hojas empiezan a adquirir los tonos tierra que las convertirán en sustrato que alimente las próximas cosechas.

Y caminando por las calles estrechas del recorrido hasta mi casa, he percibido el aroma característico que anunciaba el comienzo de la pisa, en el lagar superviviente asociado a esta viña. Aunque la pisa en este caso es metafórica, pues la uva se exprime en este lagar en un vetusto artilugio mecánico, única concesión de la bodega a la modernidad, pues en lo demás mantiene la autenticidad inalterable de los viejos bocoyes de roble, suelo de tierra compactada y mostrador de tabla. Y se alberga en un edificio de edad imprecisa, sólo restaurado en lo imprescindible para evitar su deterioro, pero que luce telarañas de lustros en una suave penumbra que anima a la conversación y al cante.

Mesas y sillas de factura heterogénea a juego con su austero entorno completan un decorado carente de intención, en el que parece haberse detenido el tiempo. Y es que eso es lo que ha sucedido, las cosas han seguido como estaban desde el siglo pasado, no se trata de un establecimiento de nueva factura que ha optado por la decoración "vintage" para satisfacer la necesidad de lo auténtico en quienes han perdido su referencia, y crear valor artificioso al producto que vende el propietario.

Aquí se vasea el vino a la vieja usanza, en la camaradería de las sucesivas rondas de los parroquianos, que muchas veces lo acompañan con la chacina traída de casa, con la escasa variedad del género que ofrece el establecimiento, o los guisos comunales que nacen de forma espontánea a modo de singulares sociedades gastronómicas. Tiene esta bodega, sin proponerselo, el halo de refugio de los varones, de club reservado para éstos, pues sus ritos son poco acordes con los gustos de las féminas y las más de las que acuden son foráneas acompañantes de los capitalinos que vienen a disfrutar de este espacio de autenticidad.

Es habitual que en las horas de mayor bulla del establecimiento, cuando el vino trasegado anima a la amistad y al cante, se escuche flamenco a capela, sin más acompañamiento que el ritmo de nudillo marcando compás en la tabla, aunque en muchas ocasiones la cosa adquiere altura y suena un tono esmerado y virtuoso en las voces y el rasgueo de las guitarras.



La bodega es mi paso obligado, por eso cuando al final de Noviembre se abra el mosto nuevo he de moderar mis impulsos de hacerle una visita de cortesía cada vez que discurra por esa calle. Lo aconseja la puñetera intolerancia que según parece he desarrollado desde un tiempo a la histamina  que contienen casi todas las bebidas alcohólicas, y que no va necesariamente ligada a su graduación. Y aunque el mosto sea bajo en ambos, histamina y graduación, si entras es difícil que salgas con menos de una decena de cañas, que aunque sea escaso su contenido por unidad, un grano no hace granero pero ayuda al compañero, y a un buen rato de bodega pueden seguir unas cuantas horas de los efectos de la intolerancia. Así que tendré que sufrir   una lucha entre impulso y autodominio cada vez que paso por la bodega, oigo la bulla o algún parroquiano me invita a probar el mosto. De cuando en cuando llegaré a la conclusión que lo mejor para vencer la tentación es caer en ella, entro, invitaré y me dejaré invitar, ponderando siempre el tiempo que tarda en hacerme efecto la histamina, o lo que sea que desata la intolerancia, los vasos trasegados y los metros que distan hasta mi casa.

Mientras habrá que dejar dormir en paz durante dos meses al zumo de la uva, para que despierte en el mosto de un tono dorado pálido, perfumado de intenso aroma, concitando a la laica procesión de parroquianos hasta la bodega en busca de la comunión con la esencia de la tierra.


Mientras tanto no puedo eludir el repiqueteo de las manzanillas y gordales cayendo en el macaco, no puedo , pues aunque voluntariamente he declinado continuar en  el estresante negocio del verdeo, sigo rodeado de olivos en mi caminar diario, en medio del olivar está el espacio de la finca que hemos destinado a huerta y recreo, y de olivar son las fincas colindantes. 







Pero ahora desde la cercana lejanía de la tarea, me suena a música celestial que otros tocan para mí. 





Contemplo como parte del paisaje los afanes en la recogida y acarreo, las colas de tractores que se amontonan al mediodía en los aledaños de la cooperativa. He perdido toda preocupación por el escandallo y las mermas, este año de manera totalmente absoluta, pues en la escasa decena de olivos que orillan la huerta , y que mi doña ha decidido tener a su cuidado, la cosecha es tan magra que no merece la pena recogerla. 







Y he perdido el interés en armarme de escardilla y calabozo para eliminar las varetas que se enseñorean del tronco y las ramas más leñosas y que tendría que haber retirado en Agosto. La ausencia de cosecha en esta reducida hilera de olivos que mi santa ha asumido a su cuidado, pero que me asigna de hecho sin ningún remordimiento, me evita el incordio de  tener  que aprovechar el frescor de las mañanas, con el rocío empapando los bajos del pantalón , para colgarme el macaco soportado por las correas que cruzan la espalda y reparten el peso , subirme en el banco de escalones  hasta que duelan los pies, pulsear las espuertas hasta el todoterreno, escoger y seleccionar las aceitunas para los distintos aderezos, preparar los aliños, partir y endulzar, o encurtir en sosa cáustica, con cuidado de horas para cortar el cocimiento cuando éste se aproxima al hueso, dar aguas para retirar la sosa y echar la salmuera.






Para que después las tinajas duerman placenteras sin que los míos se acerquen a ellas, y me toque el oficio de prepararles los tarros de aceituna cada vez que pasan por casa. Creo que me queda todavía más de la mitad de las que preparé el pasado año, ninguneadas del cariño de mi gente, pues lo gratis no deja visualizar el esfuerzo y esmero  empleado en la preparación y resta valor de estima al producto.

La cuestión es que este año disfruto de vendimia y verdeo como espectador y destinatario de sus frutos, comentando las  jugadas y aceptando que hay un tiempo para todo y que alguna vez tenía que tocarme tan placentero y descansado menester, aunque sea sólo en esto, pues sigo al frente de huerta y ganado, donde no encuentro quien me haga el quite, y a lo mejor es que tampoco quiero.

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