Día de Reyes
Caminaba el pasado día cinco de enero en pos de la cabalgata de Reyes, sorteando la ingente cantidad de caramelos sembrados a su paso, que nadie se agachaba a recoger. Mientras el consciente iba evitando el traspiés, otra zona del ordenador de a bordo andaba reflexionando de urgencia sobre los signos del despilfarro en estos días de excesos, y seguramente emitiendo ondas telepáticas sobre el tema, porque un amigo que caminaba a mi lado expresó en voz alta :
-¡ Digo si nos hubiesen tirado a nosotros tantos caramelos, también iban a quedarse tirados en el suelo esperando la barredora !.
- ¡Fíjate!, en nuestros Reyes había menos caramelos y mas higos pasados- Contesté, porque me vino a la mente el papel de traza a modo de cucurucho, repleto de higos pasados y escaso de caramelos con que nos recibía la mañana del seis de enero. Y poco más, los juguetes eran excepciones dignas de los fuegos artificiales de nuestra imaginación.
Pero no voy a detenerme demasiado en el recurrente recurso de volver a la infancia de austeridad impuesta, no es sano regodearse en las dificultades pasadas, y por mucho que el tiempo les de a los recuerdos un halo de paraíso perdido, aquello de paraíso nada. Nada me interesa más que el presente, es lo único auténtico que tenemos.
Y en este presente nos gusta agasajar por exceso a los más pequeños de la familia, quizás para que los más en ellos compensen en suma algebraica cero a los menos que nos tocó vivir a nosotros.
Así que doblete dadivoso para nuestros nietos, Papa Noel y Reyes, que a estos efectos las tradiciones autóctonas e importadas coexisten a las mil maravillas. Da gusto vivir con ellos la ilusión de la inocencia, la naturalidad con que aceptan y disfrutan de lo mágico.
Y ahí me tenéis la Nochebuena, después de la copiosa y heterogénea cena de " un de tó", antes de la hora del flamenqueo de "buñolá" o "zambomba", haciendo de elfo del generoso gordito de luenga y nívea barba, en un sainete de subir al "sobearo" la misteriosa bolsa negra repleta de juguetes y cachivaches, driblando a los nietos mayores más listos que el hambre, para después hacer una salida estratégica a la calle, y entrar contando que he visto el trineo rondar a la estrella luminosa que luce en nuestra enhiesta torre.
Y los niños, cuarta generación de la familia, embobados esperando el final feliz, ansiosos de que de un momento a otro atraviese Papa Noel el arco del zajuán, y se persone con su bolsa roja en el primer comedor, donde se ubican para la ocasión las mesas donde ha cenado la tercera generación de esta familia, pues la primera y segunda nos hemos concentrado en el segundo comedor contiguo, algo más resguardado de las posibles corrientes y próximo a la cocina del ir y venir de los platos.
Me toca hacer una subida histriónica en la escalera del "sobearo", asegurando haber escuchado golpes en las puertas de los balcones, y hacerlo con rapidez, antes de que la canalla impulsados por el combustible de la fantasía me ganen la carrera y se disipe toda la magia. Golpeo con fuerza los contraluces del balcón y mantengo una cómica conversación con el imaginario Papa Noel escalador, cuando veo asomar por el descansillo final de la escalera los rizos, las caras expectantes, los ojos chispeantes de mis nietos y sobrinos-nieto. Tiro de la bolsa ad-hoc, les digo que bajen al comedor, que este elfo de ocasión va a cumplir la misión que le ha encargado el venerable anciano que ha venido desde Laponia, Finlandia, o por ahí. Y me pongo a declamar, nombre a nombre, haciendo subir la adrenalina de los que rompen excitados la envoltura del regalo, y la ansiedad de los que esperan impacientes que diga sus nombres.
Hay para todos, hasta para el benjamín en proyecto de los últimos que se se casaron en Septiembre.
Mi nieto mayor mira extasiado el balón de la Champion que le ha tocado en suerte y quiere cuadrar el círculo imposible de la parada de los renos en el tejado, que he de despejar con cuentos y milongas que chirrían en su intelecto, pero pragmático decide dejar de insistir en lo imposible y acepta que la magia no se sustenta en las leyes de la física, y el trineo ha podido estar suspendido en el aire, paralelo al balcón mientras se efectuaba la operación de descarga.
Los demás están en la edad donde lo mágico es lo natural y no se complican en averiguar los procedimientos, sino a exprimir los primeros minutos del disfrute de la sorpresa, después la calma chicha de los juegos de urgencia, mientras los mayores echamos el ratito de cante.
Una tendinitis me aconseja dejar la guitarra en la funda, pero el milagro del skipe permite que el acompañamiento nos lo haga el sobrino que mora en los EE.UU. , y con el inapreciable retardo que motiva la red de redes, se hace el milagro del compás hasta que a unos y a otros nos llega la hora de recoger.
El día de Navidad, Pascuas que decíamos antes, me toca jugar al balón con el nieto hasta que mi naturaleza desentrenada protesta cerrando el aíre a los pulmones, y he de despejarlos con un trago de cerveza rubia, más dorada si cabe por el reflejo del sol que se enseñorea de la terraza del restaurante, porque sí, es tal la temperatura primaveral que apetece comer en las terrazas.
Pasan diez días de dieta a base de mantecados y polvorones después de cada comida, cuando tengo otra vez la casa llena de niños ansiosos, y los balcones abiertos de par en par a la espera de que pase por mi puerta la cabalgata de Reyes.
Son las dos de la tarde cuando sus Majestades de Oriente cumplimentan con el oro, el incienso y la mirra al Niño Dios que tirita en el belén de la Iglesia.
Mientras, sus séquitos de damas y pajes se agitan revoltosos en los porches de la Iglesia y sus proximidades.
Pero ha cambiado el tiempo y a la hora de la salida cae una intensa tromba de agua que riza las barbas de Melchor y Gaspar y destiñe la melanina en tubo de Baltasar.
Son las dos de la tarde cuando sus Majestades de Oriente cumplimentan con el oro, el incienso y la mirra al Niño Dios que tirita en el belén de la Iglesia.
Mientras, sus séquitos de damas y pajes se agitan revoltosos en los porches de la Iglesia y sus proximidades.
Pero ha cambiado el tiempo y a la hora de la salida cae una intensa tromba de agua que riza las barbas de Melchor y Gaspar y destiñe la melanina en tubo de Baltasar.
Angustiosa duda de si salen o no salen de nuevo cuando escampe, que me recuerda al trajín de cada Semana Santa, hasta que desde el PREVIMET de turno aseguran que escampará a las seis y no volverá a llover en toda la tarde-noche. ¿ Vamos o no vamos a tomar un café?, nos cuestionamos los mayores, pero los pequeños nos tiran de la levita exigiendo que permanezcamos de guardia. Y eso hacemos, hasta que por el oeste se oye el chimpún de la charanga y asoma la carroza de la Estrella que preside y precede a la comitiva.
La calle está llena de niños en excitación desaforada que contagia de alegría a los mayores, y por el fielato de mi puerta de iroko van pasando una a una las carrozas, arrojando sin piedad puñados de caramelos al zajuán, que has de esquivar con agilidad sin no quieres recibir un impacto que te desprenda la retina.
Los niños hacen llamamientos suplicantes a cada uno de los tres Reyes para que dejen en el zajuán o tiren a los balcones algunos de los juguetes que intuyen en las bolsas que afanosamente manejan los pajes. Y van cayendo los pequeños juguetitos, las cortesías, los balones de reglamento en boleas hiperbólicas, que como pimientos de Padrón unos entran y otros no por los balcones, en el zajuan abierto de par en par, casa puerta y costadillo.
Los minutos intensos se suceden, niños y mayores contagiados de la magia del momento, hasta que la última carroza se aleja lentamente siguiendo su ruta de ilusión.Todos colaboramos en recoger caramelos y juguetes del zajuán, de los balcones, hacemos una distribución de urgencia entre los pequeños, cerramos la casa y nos vamos en pos de la cabalgata, a esperarla en los puntos críticos del recorrido, que este año merced a una obras se modifica y se cambian los escenarios donde la generosidad de los Reyes se intensifica.
La lluvia ha refrescado el ambiente y el cafélito de la tarde viene como el aceite a las espinacas. Así que lo tomamos con fruición en el bar atestado dejando que sus Majestades sigan a su aire en la ruta marcada, que ya buscaremos atajos para encontrarlos de nuevo.
La lluvia ha refrescado el ambiente y el cafélito de la tarde viene como el aceite a las espinacas. Así que lo tomamos con fruición en el bar atestado dejando que sus Majestades sigan a su aire en la ruta marcada, que ya buscaremos atajos para encontrarlos de nuevo.
Hasta que la cabalgata hace su primera parada de repostaje y abastecimiento en el bulevard reformado, de kiosko de música mitinero y pérgolas con columnas jónicas, momento que aprovechamos para la liturgia anual de cata de los pestiños y el roscón en la casa de los amigos que viven en las inmediaciones.
Lo acogedor de la ropa camilla, el dulce descanso del trajinar, la exquisitez de los pestiños, disuade de continuar persiguiendo a la cabalgata, pero en la calle no hace frío y hay que cumplir la tradición de presenciar la llegada de los Reyes a la Plaza de la Iglesia, y el desideratum del fuego a discreción hasta acabar toda la provisión de munición de caramelos y juguetes que va en cada una de las carrozas.
Llenas las bolsas y las ilusiones me distancio lo suficiente como para no ser arrollado por los mozalbetes zangolotinos que se enseñorean de la Plaza con instinto depredador y te disputan con llaves de judo cada cosa que sale volando al tuntún desde las carrozas.
Pero aun así la montaña viene a Mahoma y un balón blanco y rojo de reglamento que lanza la Estrella se estampa contra mi cara, y no tengo más remedio que recogerlo tras un breve forcejeo con el vecino de al lado que me disputa la presa. Son casi las once de la noche cuando cerramos el capítulo de la cabalgata y nos vamos a tomar algo a los bares de los alrededores, llenos hasta la bandera.
Con pragmatismo apostamos por lo más rápido ante que por lo más bueno de la carta, nos hacemos un hueco en la turbamulta parapetada en el mostrador y en un santiamén damos cuenta de los montaditos especialidad de la casa. Opto por la carne mechá y las gambitas al ajillo, que distraen el apetito, y recogemos vela hasta la casa, donde me esperan los regalos de mi hija, única de la familia nuclear que está esta noche con nosotros. Unas estupendas botas que facilitaran que lleguemos este año a Santiago por el camino francés.
Con pragmatismo apostamos por lo más rápido ante que por lo más bueno de la carta, nos hacemos un hueco en la turbamulta parapetada en el mostrador y en un santiamén damos cuenta de los montaditos especialidad de la casa. Opto por la carne mechá y las gambitas al ajillo, que distraen el apetito, y recogemos vela hasta la casa, donde me esperan los regalos de mi hija, única de la familia nuclear que está esta noche con nosotros. Unas estupendas botas que facilitaran que lleguemos este año a Santiago por el camino francés.
Mis hijos mayores y sus vástagos se han ido a ver las cabalgatas en los lugares donde moran, mi hija se va mañana por la mañana, y la entrega/intercambio de regalos se hará en los próximos días, sin el fru fru y la esfervecencia del día de Reyes, que toca este año pasar en compañía de la parienta, con pocas ganas de alboroto y de sufrir las largas colas en los restaurantes de los alrededores.
Así que pacífico día de Reyes de "mayores", descansando del tute de ayer y añorando sin dolor, pero con melancolía, otros días de Reyes con la casa llena de niños ocupando las estancias y los pasillos con sus juegos.
"Tié q' habé un tiempo pa tó" decimos por aquí, hasta para comprobar como se confunde tradición con reacción y algunos nuevos gobiernos municipales no se han resistido en dejar su sello adanista en las cabalgatas y/o sus alternativas. Lo bastante como para que se abran las puertas de la descalificación, el mesarse las barbas y rasgarse las vestiduras, como si nos fuese la vida en mantener imperturbable, con una métrica precisa definida por no se quien, como ha de ser la escenificación de la magia necesaria que ofrecer a los niños, al menos una vez al año, para que el esfuerzo económico tenga un efecto balsámico en nuestras baqueteadas conciencias de adultos.
Mas valdría que unos y otros dejasen al "pueblo", no al abstracto de sus invocaciones, sino al que se manifiesta en la miríada de asociaciones y peñas que se ocupan de las cabalgatas, como administrar la ilusión y la fantasía de la representación, asumiendo la heterodoxia de que cada cual se apañe con su hato.
Años hace que por aquí las féminas personifican algunas veces al Rey Mago que se tercie, este año le ha tocado Baltasar, que lucía finas facciones bajo el betún, asumiendo la mixtificación sin que haya aparecido conflicto alguno y sin que haya que recurrir a lo políticamente correcto de "la Magas" o diseños futuristas rompedores en los vestuarios para hacerse notar. Porque lo realmente complicado es que haya en la sociedad civil quienes estén dispuestos a dedicar todo un año de tiempo y esfuerzo en organizar la fantasía de una tarde/noche.
Mientras tanto, este año seguiré creyendo en los Reyes Magos y manteniendo la curiosidad por el milagro de su omnipresencia.
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