Idus de Marzo
La literatura sobre la traición de Bruto y el tiranicidio de César nos hacen asociar erróneamente Marzo con una premonición sangrienta y fatal, en tanto que en las creencias de la Roma republicana los idus de este mes tenían más que ver con augurios de transformación y cambio.
Mas allá de lo que haya podido cambiar el clima y la condición humana en veinte y tantos siglos, seguro que en aquel tiempo, como en este, no solo andaban sobrados de traición y sangre, sino que en estos días de la segunda quincena de Marzo habría quien se levantaba al amanecer percibiendo en el aire, en la luz que despunta al alba, los destellos del renacer de la primavera.
Marzo, que como te coja te "arzo", y la hierba brota aunque le des con un mazo, que indica nuestro florido refranero. Las mañanas frescas de rocío y los mediodías con el sol haciendo notar su vigor incipiente.
En estas noches , aun de ropa camilla, se oye el rumor de pasos racheados de las cuadrillas de costaleros ensayando por mi calle de calzada estrecha y aceras mínimas. La tosca estructura del paso sin adornos ni abalorios, los sacos terreros como un blocao de ametralladora, rodeando al artilugio que emite marchas procesionales enlatadas, todo tamizado por las luces LED del nuevo alumbrado publico, le dan a la estampa un aura sacra de irrealidad, y hacen florecer el respeto a la sinergia, el esfuerzo de los hombres de fe bajo la trabajadera.
Alguna vez escribí aquello de que "cuando ensaya la corneta bajo los arcos del puente, promesas de primavera florecen en el ambiente ".
Pues eso, clara premonición de lo que vendrá en unos días, nuestra Semana Grande en torno a la estética de la Pasión. Para ir entrenando al paladar, pues serán días de un festival de los sentidos en los que el papel del gusto no es menor, y dado que mi doña se hace la remolona a pesar de haberla provisto de pan especial, vino y miel, es en la confitería " Las Melonas" de la Puebla del Río, donde caté el pasado sábado un par de suculentas torrijas, un punto almibaradas para mi gusto. Las prefiero de las variedades de leche y de vino que hacemos en casa, menos perfectas de proporciones y tono dorado del perol, pero infinitamente más gustosas.
Pero después de hacer los honores a las gambas, el choco y la presa ibérica, todo con marchamo de calidad de Huelva, que con tan buena relación calidad/precio sirven en "Las Lozas", era cosa de oportunidad y proximidad, un compromiso inexcusable, pasarse por "Las Melonas" y dar buena cuenta de las dos torrijas, egoísta y ensimismado en el quehacer, sin mirar a nadie para no tener que ofrecer.
Hay un eficaz enlace sináptico entre las papilas gustativas y la librería de los recuerdos más entrañables y duraderos, los relacionados con el olor y el sabor, y las torrijas activaron la memoria del potaje de garbanzos y las tortillitas de bacalao que vendrán en las próximas vigilias . Y ya que estaba en ello, retrocediendo un poco más en los recuerdos del paladar, aparecieron los históricos potajes dulces de castañas, que se extinguieron del menú tradicional de la Semana Santa en casa, al mismo tiempo que las cocineras que guardaban celosamente las recetas.
Mezcla contradictoria de dos planos paralelos entre tradición y cambio transformador, que se inducen y retroalimentan sin tensiones ni contratiempos dignos de resaltar. Algo que define la forma de ser de nuestro pueblo, los rasgos comunes de nuestra sociedad. Quizás por eso, por esta capacidad de poner en valor y respetar la tradición sin renunciar al progreso, se integran tan bien los japoneses que viven entre nosotros, tan bien que terminan siendo maestros en las artes, las manifestaciones de nuestra cultura más autóctona, el flamenco.
Y uno de sus palos más complejos, las saetas cantadas a capela , empiezan a sonar en estos días previos de pregones, exaltaciones y antologías.
Y muchos están dando el cante mientras vivimos la pasión del desgobierno. Que el cambio de ciclo, era, o quizás sólo temporada, ha traído el colapso del modelo de alternancia por el centro de las últimas décadas. Por las televisiones desfilan desde hace tres meses Brutos y Césares, a veces cambiándose los papeles de un día para otro, sin encontrar la piedra filosofal del acuerdo mayoritario, y haciendo crecer la incógnita ante el futuro, de un pueblo que ha perdido la confianza en el progreso infinito en que creía estar instalado y se lame de las heridas aún supurantes del ajuste sin anestesia.
En esos menesteres anda la memoria volátil de nuestras preocupaciones, mientras la fija está en las túnicas guardadas en los baúles, los cirios y trajes gris marengo. Y paraguas, porque en cuanto asoma el primer capirote del que lleva la cruz de guía, el cielo se va tornando gris, se ventea el aire acre con olor a tierra y llueve, a veces llueve desde la Borriquita al Santo Entierro.
Una malajá para quienes esperan todo un año para poder procesionar, pero a la vez augurio y premonición de que granarán mejor los trigales, las sementeras de heno, verdeará la alfalfa, y se agarrarán al pedúnculo el esquimo y el azahar.
Así que espero y deseo que no hayamos de guardarnos de los Idus de Marzo y que éstos tengan la naturaleza romana de presagios de cambio y transformación, de eclosión de las energías positivas de la primavera. Que en esta Semana de Pasión disfrutemos del caleidoscopio, la amalgama de colores, sonidos, olores y sabores que alimentan nuestra forma de ser, y las estaciones de penitencia, el sinfín de horas de espera a la entrada o salida de los pasos, de los templos , las caminatas por las callejuelas y plazas abarrotadas, sirvan de exorcismos que alejen las probabilidades de las nuevas tiranías, la cobardía infame de los pueblos anclados en el conformismo y la comodidad, inánimes ante el dolor de sus semejantes, el sacrificio y muerte de los que se atreven a soñar y anunciar la buena nueva de un mundo mejor.
Entre tanto, salgo cada tarde en busca de esos destellos de la primavera, retando al Marzo ventoso a paso ligero por la Cañada de los Isleños, con estación de penitencia en el vado del Quema, que sueña ansioso el trajín de romería de Mayo, para retornar por el bosque denso del Chaparral , hasta divisar la torre vigía, minarete de oración de campanas al vuelo, escalones de palio, puerta del cielo, cancelín de la gloria, rezada al compás lento y desgarrado de la saeta por sigueriyas, o al alegre y trepidante ritmo de sevillanas. Y negarme el recogimiento de batín de franela y zapatillas, hasta no ver en el horizonte el crepúsculo vespertino.
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