Caminos
Aunque parecemos empeñados en demostrar lo contrario, todos y cada uno de nosotros necesitamos cada cierto tiempo vivir un paréntesis de reencuentro con nuestro mundo interior, un espacio sereno de espiritualidad que nos aleje de los ruidos diarios de la consciencia.
Hay quien lo consigue con la meditación sosegada, que pone a hibernar el cuerpo para dirigir todas las energías hacia la mente, y quien necesita de poner el cuerpo a prueba, en el correr o caminar rápido en largos recorridos que permitan sincronizarlo con la mente.
De esa necesidad de equilibrio, de la búsqueda de alimento para el famélico espíritu nacen, a mi juicio, las peregrinaciones a los lugares sagrados o mágicos, donde es más importante el camino que el punto de destino, las etapas que el objeto de la llegada.
Durante muchos años los caminos al Rocío fueron para mí el culmen anual de esas pequeñas peregrinaciones interiores diarias, el paréntesis de manifestación intensa y externa de la espiritualidad disfrazada de tradición y fiesta, para hacerla digerible a la cultura de materialismo rampante, hedonismo sin objetivo y causa, que es signo de nuestro tiempo.
Los cambios en estos caminos, o en las circunstancias que rodean a mi cuerpo y mente, empiezan a devaluar el Rocío como catalizador de esa implosión necesaria de espiritualidad y andaba a la búsqueda de alternativas. Cada año por primavera el run run del camino de Santiago, distinto y distante, empezaba a colarse e interferir en los estadios previos de sensibilidad a flor de piel, que provoca la flor del granado en quienes padecemos el síndrome de alma de nardo que nos dejara en herencia Almutamid.
Y este 2016 iba a ser el año en que mutara los caminos de arenas rubias de Doñana, las miradas a la marisma inmensa tras los pinos, a las aguas someras de la Madre, por las ondulaciones de Os Ancares, los correntines y fuentes que brotan entre los bosques de Lugo y A Coruña. Pero las cosas se han rodeado de tal manera que he tenido la oportunidad de transitar en cuerpo y alma por ambas vías sacras de búsqueda.
En anterior entrada ya tuve ocasión de relatar las peripecias de este Rocío atípico de carretera y chubasquero que me tocó vivir, y ahora me propongo dar pinceladas negro sobre blanco sobre estos días de vivencias por las sendas, trochas y veredas de los últimos ciento y pico de kilómetros del camino francés hasta Santiago.
Partí a esta aventura acompañado de mi hija, mi niña, que en el Sur cambiamos las dos consonantes para diferenciar un accidente de transmisión de genes de una especial vinculación emocional.
Unos quinientos kilómetros de una primera etapa hasta Zamora, navegando en el fiel todoterreno que en los próximos días cumplirá veinte años y casi el medio millón en el contador. Asumimos el riesgo de darle la oportunidad de morir con las botas puestas antes de fenecer en el cementerio del plan PIVE, se lo merecen los incalculables servicios prestados a la familia en estas dos décadas.
Parada y fonda para comer en la Plaza Mayor de Salamanca, nutrida y soleada, ausente ya de las bandadas de jóvenes Erasmus.
Menú turístico de inadecuado equilibrio calidad precio, lo esperado, que impulsa si cabe a retomar sin dilación el camino hasta la próxima Zamora. Era la primera vez y probablemente no será la última que visitaba esta ciudad, siempre pasé de largo, craso error.
Toda la tarde para disfrutar de su intenso pero manejable centro histórico, de la ribera del Duero.
Todo un banquete de un buen cuidado románico y sus añadidos posteriores, algunos de impreciso estilo arquitectónico.
Mejorable la calidad de producto y servicio en la zona de vinos y tapas, Plaza Mayor y Los Lobos, que no sólo en piedra esculpe el hombre su historia y su presente, pero suma algebraica favorable a esta ciudad recoleta de señoras de mediana edad paseando sosegadas y endomingadas por sus calles.
Pernocta sin ruidos interiores y exteriores dejando que el cuerpo decida la hora del toque de diana, surtido desayuno de buffet y carretera de nuevo. La meseta da paso al Bierzo y Los Ancares, paro en Becerreá para repostar y estirar las piernas y decido sumergirme en la montaña hasta Sarria. En el primer kilómetro deduzco lo que me espera, me viene a la mente el episodio de un colega con angina de pecho mientras circulábamos por la carretera de montaña de Huelva a Aracena, por las curvas y recontracurvas de Alajar, y a la primera colá doy un volantazo, vuelvo pobre mis pasos a buscar la A6, menos romántica pero indudablemente más segura, y aterrizamos en Sarria a la hora de comer, dejo el viejo Mitsu aparcado frente a un albergue de peregrinos, lo recogeré dentro de seis días.
Primer reconfortante caldo gallego, y raxo regado con la suave Estrella Galicia. Siesta reparadora, salida a comprar las provisiones, barritas energéticas, frutos secos, bebidas isotónicas, para los descansos del camino. Agradable pero lenta cena en las terrazas de la ribera del Sarria adornada de pancartas reclamando su salvación. Antes de dormir dejamos preparado el vestuario y útiles de la travesía. Duermo bien, relajado, a pesar del punto de excitación de la aventura en que nos hemos embarcado, controlada, pero aventura al fin y al cabo.
Y a las 6:30 de la mañana comienza la primera etapa, Sarria-Portomarín , salimos del hostal y rápidamente encontramos las primeras señales del camino. Aquí el que se pierde es porque quiere, el recorrido está perfectamente indicado mediante hitos y flechas amarillas.
En nuestro deambular por las calles de Sarria empiezan a adherirse, o los adheridos somos nosotros, grupos de peregrinos, de procedencias y hablas variopintas. Y empiezan las corredoiras, las sendas umbrosas, y el primer repecho.
La ausencia de forma física para este terreno abrupto, la condición de cuerpo de llanura, se evidencia con toda su crudeza, creo que me va a dar un supitidipando, el tiritiri que decía mi madre les daba a veces a los segadores del arroz en nuestras marismas, el agotamiento de las fuerzas por el esfuerzo intenso o continuo, pero no, el amor propio puede a las limitaciones de la naturaleza y subo. ¡ Como no voy a subir, si a mi lado setentones nórdicos parecen cabras montesas!. Bendito bastón que me dejó mi doña y que rechacé al principio un punto prepotente y desdeñoso. Pero a partir de ahí estamos mas o menos solos mi respiración y yo, escucho los latidos del corazón mientras miro de reojo si la niña sigue mis pasos.
Y los "buen camino" a tutiplen a quienes adelantamos,o nos adelantan, en esta pausada carrera, cada cual a su ritmo, distintas velocidades para un mismo destino.
Las aldeas con casas de piedra y olor a vaca o cerdo, las pequeñas iglesias con cementerios adosados son notas de referencia en los kilómetros que se suceden paso a paso, lugares donde darnos un pequeño respiro e ir llenado de sellos la credencial.
Empezamos a identificar a los peregrinos que nos irán acompañando, a los que iremos encontrando a lo largo de este camino. El joven japones que camina a un paso medido, apoyado en dos bastones y con una rodillera, la pareja de catalanes de mediana edad, rechoncho y pelirrojo él, morena y enjuta ella, el nutrido y alborotador grupo organizado procedente de un pueblo andaluz que en Sarria descargó sus mochilas desde un inmenso autobús, los jóvenes italianos en permanente conversación, las matronas alemanas fibrosas y educadas, los británicos solitarios y circunspectos, y dos familias tejanas de origen mejicano, de San Antonio y Reynosa, con su praxis bilingue, y otros tantos que sería prolijo enumerar.
Los caballos bellos que no esperaba encontrar por estos lares.
La música cantarina de los riachuelos, que regaran, aunque no parece que aquí haga falta, el maíz y la patata, los grelos. Es lo que veo en estos campos, en lo que se fija mi mirada de campesino amateur. Y compruebo que nuestras tierras distan casi mil kilómetros y dos meses de adelanto. El maíz no levanta más de un palmo y la patata verdea sin flor, cuando allí el heno ya está empacado y hace ahora un mes que saqué la magra cosecha de patatas.
Las trabajosas subidas a las lomas desde las que se divisan los pueblos y aldeas.
Hasta que cansados ya los pies y ligero el espíritu se divisa el río Miño.
Un atajo para los arriesgados, una bajada de gran dificultad, donde por fortuna hoy nos nos acompaña la cascada del agua de lluvia, nos lleva hasta el valle por donde discurre la carretera, de ahí a unos cientos de metros Portomarín.
Portomarín en un promontorio que domina el Miño, al que hemos de subir por una empinada escalera de piedra tras cruzar el puente, cuando los gemelos, abductores y nos se cuantos músculos que ni siquiera sabía que tenía, protestan del esfuerzo y la sobrecarga. Nos despistamos un poco para encontrar el hostal, puñetero GPS, pero al fin podemos quitarnos las mochilas y la botas, mientras vemos como aparece la lluvia, la inevitable y pertinaz lluvia de estos lares. Nuestra habitación del moderno e impoluto hostal nos permite contemplarla mientras cae ociosa en el río y anuncia que para mañana hemos de preparar ropa de agua.
Pero hasta tanto, sesión de estiramiento, buena ducha, cambio de ropa y al comedor, suculento menú gallego del peregrino. Las piernas que no nos responden al levantarnos de la mesa y descompuesta la figura nos vamos a reparar en lo posible el daño con una buena siesta.
Paseo vespertino por Portomarín, visita a la Iglesia, cena ligera en uno de los establecimientos con soportales , adquiero un buen bastón de madera más sólido que los articulados de plástico y a dormir pronto, que a las 6:30 comenzará una nueva etapa.
Salimos chispeando, pero el engañoso y prometedor mural del comedor del hostal nos anima a ser optimistas, es decir poco realistas, y nos colocamos el chubasquero de mala gana.
En el primer cruceiro la evidencia de un día lluvioso se hace manifiesta, pero nuestro optimismo sigue intacto.
Transcurridos un par de kilómetros la lluvia persistente disipa toda esperanza de un día con claros y nos embutimos en el traje de agua, la mochila con una protección adicional fabricada con una gran bolsa de basura. Y se guarda la cámara, los móviles, no estamos para reportajes gráficos, quedan muchos kilómetros de aguacero hasta Palas do Rei. Y a nuestro alrededor revolotean los chubasqueros integrales, los peregrinos se convierten en gnomos jorobados de tonos oscuros o verde cacería, pocos "buen camino" se oyen en los cruces, el viaje es hoy mucho más interior.
La espesa arboleda nos protege levemente del aguacero, las gafas se empañan constantemente, las manos empapadas se enfrían y siento frescos los pies también y ya no se si es del vicsvaporub que los protege de las rozaduras o que las botas quechúa han dejado de ser impermeables.
Cerca de la parroquia de Ligonde el orballo se hace lluvia torrencial intensa, no hay árbol que proteja de tanto aguacero, el agua cala por todos lados, pero solo queda seguir andando con la cara vuelta, como hacen los caballos en estas situaciones, hasta que encontramos una casa de piedra con soportal, la "casa de Xan" indica en el dintel de la puerta maciza de roble, ¡ Gracias Xan! por seguir la tradición arquitectónica popular y ofrecernos el cobijo del soportal. Allí van llegando peregrinos, hasta que casi no se cabe. Dada las circunstancias me quito y desempaqueto la mochila de su envoltorio, saco barritas energéticas, dátiles y manzanas, abro la navaja que me regalo "tratamientos agrícolas Puskas", utensilio y arma llegado el caso, y reparto gajos de manzana a quien quiere.
Comemos y escampa y a seguir caminando con las botas empapadas, ya no hay duda ¡una m......... para Quechúa y sus garantías de estanqueidad!. Baja la intensidad de la lluvia y bajamos las ondulaciones por pendientes que con tanta agua pueden ocasionarte una caída que de al traste con toda la peregrinación. El resistente bastón de aguzada punta que adquirí ayer en Portomarín se muestra eficaz para asegurar los pasos en el descenso e impulsar el ascenso.
Nos acostumbramos a los chaparrones intermitentes, caminamos impasibles bajo la lluvia cuando las señalizaciones nos indican que estamos en el concello de Pala de Rei, pero llegar al concello no significa llegar al pueblo, al hostal, 22 kilómetros bordeando carreteras, mal firme para los pies, hemos caminado hoy hasta aquí y no se divisa el hostal entre la arboleda, un par de kilómetros faltan, nos comentan en un puesto de información avanzado en el polideportivo. Y pasan edificaciones en el denso bosque, y no hay rastro de un pueblo con todos sus avíos, comentamos la jugada con los peregrinos de alrededor, todos compartimos el mosqueo, hasta que súbitamente aparece la espadaña de la iglesia, y el hostal ¡por fin!
Nos quitamos las ropas empapadas, del agua y del vapor que no evapora por el traje de agua, las botas caladas que no dará tiempo a secar, menos mal que hay repuesto, nos aseamos y cambiamos y salimos a comer, cae un chaparrón intenso y no es cuestión de andar buscando mucho por Palas de Rei, nos metemos en la pulpería próxima y acertamos. Excelente caldo gallego, mejor pulpo a feira, exquisita carne a la piedra, todo maridado con ribeíro denso, tarta de orujo de postre, licor de hierbas como digestivo, precio que no te da un susto y cercanía al hostal, siesta con que aliviar el agarrotamiento de los gemelos. Salgo a comprarle unas chanclas a la niña y una funda mas estanca que la bolsa de basuras para la mochila. No deja de llover y no hay excursión por el pueblo, ni visita al castillo, cena ligera y a dormir que mañana la etapa es la más dura en kilómetros, unos 30.
Rompe el dia cubierto pero sin lluvia y arrancamos esta etapa hasta Arzúa, preparados mentalmente para su dureza.
El camino se aleja de las carreteras y vuelve a discurrir por los bosques profundos y umbríos. No llueve pero vamos pertrechados por si sí.Volvemos a tirar de cámara, de móvil para dejar constancia gráfica de algunos momentos, nos recreamos un tanto en los detalles.
A unos 12 km del inicio sellamos credenciales en una capilla, reliquia del paso de los templarios por aquí, según nos cuenta el ciego que la custodia.
Poco después llegamos a los Pazos de Ulloa que describiera Emilia Pardo Bazán en su novela del mismo nombre.
A poco más de la mitad del camino, poco antes de llegar a Melide, ante una nave agrícola se nos ofrecen a estampar un sello de lacre en nuestra credencial a cambio del "donativo" de un euro. Pegamos la hebra con el fornido guardián de ese sello, que compara el tuneado de mi bastón con el de su pierna derecha.No entendemos nada hasta que nos la enseña, es un atleta amputado, subcampeón de Europa en levantamiento de pesos. En la nave, su gimnasio, se aprecian las barras con pesas de 80 kg cada una, o sea que el tío levanta 160 kg. No hacemos fotos, corta un poco.
Pasamos Melide y pensamos lo acertado que hubiese sido plantearnos una etapa más y parar aquí, pero ya el plan es otro, así que un respiro y a reanudar el camino hasta Arzúa. Cuando llevamos caminados unos 25 km, es poco más del mediodía, nos sentimos cansados y un bar restaurante de la ruta nos reclama con su discreto cartel de menú de peregrino, pero a nuestras retinas se nos viene como un anuncio de neón, no lo dudo ni un instante, tomamos posesión de una mesita en la terraza
y comemos con tranquilidad. El menú es bueno y barato, el ribeiro resultón y la tarta de queso nos parece un exquisito puding, licor de hierbas como aditivo para nuestro combustible y retomamos el camino, una hora hasta la interminable rúa de entrada de Arzúa, abrazo a mi niña que ha aguantado el tirón sin rechistar. Ella que suele protestar cuando tiene que ir a por agua a la cocina y hoy se ha tragado paso tras paso los treinta kilómetros en mas o menos seis horas. Aquí ducha y de cabeza al descanso, un paseo por la industriosa Arzúa buscando una sucursal de Caixa con que reponer cash. Cena sin personalidad en la cafetería próxima al hostal y ver un rato televisión, creo que es el único día desde que salimos que nos apetece, va a ser eso que nos decían que conforme superas estapas mejoras de forma y te cansas menos.
Amanece gris brumoso cuando salimos para O Pedrouzo, iniciamos el camino llenos de energía, pero a poco más de la mitad mi niña se duele de los pies y comienza a caminar con dificultad, bajamos el ritmo, voy preocupado, pero la etapa se nos hace corta, al menos a mí, creo que mi hija anda con los ojos de la cara. Lo cierto es que cuando creí que aún quedaban kilómetros me encuentro con el cruce de O Pedrouzo, el GPS nos saca de la carretera y reintroduce en el camino para llegar al hostal, ¿que raro?. A nuestro lado un inglés que está igual de mosqueado con esa circunstancia no acaba de aclararse, vemos enfrente al pueblo pero nos mandan de nuevo al camino, chapurreando mi mal inglés intento explicarle que igual vamos a hospedarnos en instalaciones próximas al camino pero un poco alejadas del pueblo, que el nombre de su hostal coincide con el de la iglesia de O Pedrouzo pero no son la misma cosa. Creo que el termino "churc" no acaba de ser pronunciado con muy buen acento. No muy seguro arrancamos a andar y el inglés detrás nuestro mirando insistentemente su croquis, casi dos kilómetros de sendero por el bosque sin una puñetera indicación, hasta que aparecen las cuidadas casas de granito y las indicaciones, el ingles que se acelera a toda pastilla, ansioso, inseguro. Y llegamos al hostal, el mejor hasta ahora, pero todo en plan self service y no tiene restaurante. Ducha, cambio de ropa y a buscar sustento, mi niña andando a duras penas, encontramos un restaurante, puede que el único de O Pedrouzo, en la nacional que transitan los vehículos a velocidad a mi juicio inadecuada para una travesía, curiosamente no hay ni un paso cebra, así que hay que jugársela. No es mala la comida, pero es el peor vino que he bebido en Galicia hasta ahora. Volvemos al hostal hasta la cena, mi niña no quiere volver al restaurante así que salgo a comprar algo al supermercado, me encuentro al inglés que me hace la señal de ok, ya le ha entrado el cuerpo en caja. Cenamos unos bocatas ad hoc en la habitación del hostal y a dormir, mañana la última etapa. A mi niña se le iluminan los ojos cuando lo piensa.
Parece que hoy no lloverá, así que nada de ropa de agua, pero nos dejamos los chubasqueros porque la mañana está fría y brumosa. Mi niña ha descansado pero los pies los tiene tocados, y a lo largo de hoy se resentirá.
Se alternan las corredoiras y amplios paseos.
Con las sendas en el bosque profundo.
El rumor del agua de los manantiales y correntines que han sido banda sonora de nuestros pasos, no nos falta en esta etapa y nos regala el disfrute de una pequeña cascada de tonos ferruginosos en medio del estallido del verde de la floresta.
El camino esta regado de ofrendas en forma de pequeñas piedras en los hitos, en improvisados altares en memoria de seres queridos o compañeros de senda, pero hay quien ha querido hacerlo más explícito recurriendo al lenguaje icónico de los móviles..
Hoy nos lo tomamos con calma, y con café en la cafetería heavy que nos asalta en el camino.
Al lado justo de la que probablemente será la última pequeña capilla que nos encontremos antes de Santiago.
Tas el cafe con leche reanudamos el camino, conversaba con el tejano de Reynosa que tiene dos hijos delante y otros dos llegarán detrás, sobre su origen y genealogía, cuando una compatriota azufrada hace aspavientos porque ha perdido el móvil, del castellano con acento mejicano pasa al inglés de Tejas, lo dejo en sus cuitas y sigo andando junto a un cordobés afincado hace casi cincuenta años en Euskadi, que no le gusta el Rocío porque dice hay mucho famoseo, y un coreano que le viene acompañando desde hace varios años al camino francés. Ellos seguirán hasta Muxía, la nueva ruta de los adictos al camino.
De pronto siento un vahído, todo me da vueltas, ¡ a que la vamos a liar a un paso de Santiago! el mareo se me pasa rápido la zozobra y el malestar no. Pero sigo caminando, no quiero asustar a mi niña, que con sus recientes conocimientos de las emergencias sanitarias se ha dado cuenta que algo me pasa.¡ Te has puesto lívido, tienes sudor frío, te ha subido el ritmo cardíaco! Me dice. Que no, que no, un pequeño mareo, me justifico, pero la procesión va por dentro. Camino unos cientos de metros más hasta que veo unos poyetes de granito sombreados orillando el camino. Nos sentamos, tiro de barritas energéticas y dátiles, un trago de bebida isotónica y retomamos el paso, al rato se me van todos los síntomas de debilidad. He tenido una bajada de glucosa, seguro, como esas que me dan los primeros días de calor riguroso del verano mientras trajino sin cuidado en la huerta.
Las sendas estrechas, los riachuelos van dando paso a bulevares donde se concentran cada vez más los peregrinos.
Las explotaciones ganaderas son más grandes y cuidadas.
Y un ruido infernal suena al otro lado del monte, ha de ser el aeropuerto de Santiago.
Apretamos el paso y nos damos de bruces con el Monte del Gozo, gran parte de los peregrinos hacen allí parada, otros parada y fonda, una artesana de las que atienden sus tenderetes anima a mi niña que renquea agotada. Decido parar pero ella me anima a seguir, quiere llegar ya.
Y llegamos cruzando la autopista por un poco seguro puente con firme de tablas.
Las conchas de vieira en bronce son ahora la guía por las calles que desembocan a la Plaza del Obradoiro. El deambular en medio de los transeuntes indiferentes se hace largo, hasta que aparecemos en la Praza da Inmaculada y pasamos por la que será nuestra posada, la hospedería del Seminario Mayor Martín Pinario.
El arco de soportal donde suena la gaita gallega de un músico ambulante nos franquea el paso a la Plaza del Obradoiro.
Y llegamos a nuestro destino, al fin y objeto de estos cinco días de caminar, la Catedral de Santiago, en obras y cerrada porque hay eucaristía, bautizos y comuniones.
Las emociones contenidas de mi niña se desbordan en llanto convulso, la abrazo contagiado de la emoción, para mi la esencia de este viaje está más en el camino que en punto de llegada, a pesar de toda su carga simbólica, de la energía que se palpa en el ambiente de esta Plaza.
Dadas las circunstancias, nos vamos a la oficina de atención al peregrino a recoger la Compostela, aprovecho la cola para organizar el viaje de vuelta a Sarria, con nuestras compostelas en latín guardadas en un tubo nos vamos a la hospedería. La Historia emana en los sillares de sus muros, el claustro es un jardín pleno de serenidad monacal, nuestra habitación combina la austeridad de celda y comodidad de hotel. En el muro de más de un metro de espesor se encastra la ventana con cierre de falleba que nos permite contemplar una panorámica de los exteriores de Santiago.
Comemos el austero menú de la hospedería, y la siesta que no falte. Tras el descanso visitamos la catedral por la puerta que está justo enfrente de la hospedería.
Cumplimentamos el abrazo a Santiago tras guardar rigurosa cola, y paseamos tranquilos y en silencio , con recogimiento incluso, disfrutando de cada rincón de la Catedral. Hay un murmullo irreverente que recibe varios avisos a través de la megafonía, cesa un momento y al poco vuelve a zumbar, a ver quien es capaz de callar el cotorreo de los visitantes.
Cuando va cayendo el sol nos recreamos en la plaza del Obradoiro y su entorno intentando empaparnos de las energías positivas que han dejado en el aire tantos peregrinos de buena voluntad a lo largo de los siglos.
Los pies de mi niña no están para mucha excursión por los alrededores así que descansamos un rato en la hospedería hasta la hora de la cena. Buscamos en las calles aledañas algo que nos interese y recalamos en un pequeño bar-restaurante, la Damajuana, donde los platos son aceptables y nos sorprenden en los postres con unos exquisitos licores de crema de orujo y de café.
Retorno a la hospedería, no hay prisa por dormir, mañana no hay que salir temprano al camino aunque queremos iniciar la vuelta a eso de las 8:30. La cafetería de la hospedería está animada y decidimos tomar una relajante copa y ver en la prensa como anda el mundo. Cocacola 0/0 adobada de unas gotas de ron, tomada con parsimonia y rito de refectorio y nos vamos a dormir.
Nuevo día , la austeridad del almuerzo en la hospedería adquiere algo más de alegría en el buffet del desayuno, y a la hora convenida iniciamos la vuelta a casa. Nos cruzamos con peregrinos los primeros kilómetros para después circular por otras rutas hasta Sarria. Allí está el todoterreno, entero como lo dejamos, trasladamos los pertrechos, repostamos para no tener que hacerlo hasta llegar a Extremadura y buscamos la A-6 por la carretera de la Diputación que nos indica el GPS. Nada digno de resaltar en la vuelta, que hacemos de un tirón, más que el intento de comer en Joaquín, un restaurante de cocina castellana en una localidad próxima a Salamanca, que se ve gafado por un lleno total del comedor.
Así que unas tapitas y a la autovía, hasta las proximidades de Cáceres, estirar las piernas y repostar, otra parada en Monesterio, y a eso de las nueve de la noche, aun con bastante luz del día llegamos a casa,un poco de descanso, si se puede, y a los quehaceres y rutinas diarias.
Al contar nuestras peripecias a quienes se interesan, se activa el mecanismo de evaluación de esta aventura espiritual, y coincidimos en que ha merecido la pena, nos comprometemos en volver. En este camino hemos encontrado bastante de lo que buscábamos, mi niña el objetivo de superación individual de la dificultad física, de puesta en sintonía de cuerpo, espíritu y voluntad, que tan bien le vendrá para la aventura profesional que le espera en el otoño allende nuestras fronteras físicas y mentales. A mí me ha devuelto la ilusión por el efecto taumatúrgico de los caminos, las peregrinaciones, tan devaluado por la praxis de los últimos Rocíos.
Algunas similitudes y bastantes diferencias entre ambos caminos de fe y/o espiritualidad. Lo que en el Rocío, para los que vivimos en la orilla de Doñana, es un intenso día de transitar por las arenas, generalmente a lomos de algo, aquí son varios días, uno detrás de otro, que calbagas sobre tus pies, cada uno con los suyos. La algarabía de allí es aquí recogimiento y el exceso de allí es aquí austeridad. Coinciden la búsqueda del reencuentro con la tierra, a paso de bueyes o a pie, la ausencia de valor del tiempo, el aura mágica que envuelve la trayectoria, el camino como fin más que medio. La serenidad, el sosiego espiritual del encuentro con el motivo icónico de la peregrinación en la Catedral de Santiago, nada tiene que ver con la excitación, las fuerzas emocionales desatadas, el paroxismo e incluso el agobio, la presión humana aplicada a los alrededores del paso, la madrugada en que sale la Virgen por el Real del Rocío.
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