Caniculares
En la época de mi infancia, allá por el pleistoceno, nuestras madres recurrían a "los caniculares", refuerzo veraniego del "hombre del saco", para contener nuestras ansías de libertad, las irrefrenables tentaciones de baños en las albercas o las playas fluviales en las horas de modorra y galvana de la siesta.
A resguardo de la virulencia del astro rey, de cuando en cuando asomábamos las cabezas tras las densas y oscuras cortinas alpujarreñas de las puertas de entrada, apelotonados en los zanjuanes, y la flama reflejada por las paredes blancas nos hacía intuir la presencia de esos seres, quintaesencia de la maldad llena de misterio, que si salíamos al aire candente de las horas de siesta, podrían ocasionarnos el sinfín de daños que cada cual era capaz de crear en su imaginación.
El pánico a lo desconocido nos mantenía revolcándonos impacientes sobre las mantas extendidas en los suelos de ladrillos de barro, que ratos antes habían sido refrescados a golpe de aljofifa. Esa autocontención que imponíamos a la pulsión de disfrutar plenamente las vacaciones correteando las calles a todas horas, permitía a nuestros mayores relajarse en el sueño ligero de la siesta.
La evolución de las sombras en las tapias nos orientaba del momento en que podíamos salir a las calles sin miedo a la presencia de ·"los caniculares", y sin pedir venia alguna a nuestros mayores, o pidiéndola según hábitos de cada casa, irrumpíamos en tropel cuando el sol ya había matizado el azogue sobre la cal.
Pues ahora, en estos días tórridos en que la calor se desparrama como lava ardiente por el valle del Guadalquivir, en la duermevela de las cabezadas en el sillón extensible tras la ingesta del "sopeao", en las imágenes que proyecta la TV a la hora del "parte" he querido adivinar los ectoplasmas de "los caniculares". Seres misteriosos, inmunes a la calor, que persiguen a sus presas cuando deambulan en horas impropias bajo las escuálidas sombras que proyectan los aleros de teja.
Lo curioso es que me ha parecido verlos también a eso de las nueve de la tarde, a esa hora aun es de día, en el telediario, e incluso en algunos programas de tertulias monotemáticas que se adentran en la medianoche.
Deben renacer a la luz cuando se superan los 36º a la sombra, adquieren aspecto humano en su variable "todólogo" o "politólogo" de marca blanca de gran superficie y arremeten contra todo individuo que se le ocurra ponerse delante de una tele o cualquier otra de las últimas variables que usemos para estar conectados al Gran Hermano.
Inasequibles al desaliento en tanto les dura la energía de la "canicula", nos inoculan sin piedad con sus colmillos retorcidos los virus de "la altura de miras", "la responsabilidad", el "interés general", con tanto entusiasmo que termina uno tragándoselo todo y tras digerirlo queda el regusto de un gazpacho mal hecho, que te tiene toda la noche en un ir y venir sediento a la nevera.
Lo mejor para evitar la presencia atosigante de estos "caniculares" es hacer lo que hacíamos en los veranos de siesta de nuestra niñez, tirarnos en la manta sobre el suelo de ladrillo refrescado a aljofifa, echarle los esterones a las ventanas, y en la penumbra dejar volar a la imaginación libre del acecho de estos perversos personajes. Por las noches, en cuanto soplen las mareas, andar raudos por las aceras iluminadas en los tonos cálidos de las farolas fernandinas, parece que ese tono de luz les repele y disuade de su presencia, hasta que sentados en los veladores de la plaza, protegidos por la espuma de la cerveza y el olor de la gamba, nos sintamos inmunes a la nube de tontería que esparcen con denuedo.
Y así echar los días de más calor del verano, que igual a partir del quince de Agosto frío en el rostro, vuelven a sus madrigueras, y han dejado en los campos algo de "sentido común", "solidaridad", "de cada cual según su posibilidad, a cada cual según su necesidad" con que alimentarnos en lo que queda de año y encarar sin demasiado miedo el próximo.
Pero esta práxis es para iniciados, lo normal es dejarse llevar por la ignorancia de su existencia y vivir despreocupados como si el verano hubiese dejado de ser "canícula" y achicharrarse a placer en medio del enjambre playero, en los viajes selfies sin ver nada de lo que hay en realidad a nuestro alrededor, para en el otoño darnos cuenta de que nos han robado la cartera y las últimas briznas de dignidad que manteníamos agazapadas, guardadas en los pliegues más recónditos de nuestra consciencia a la espera de que los vientos traigan mejores tiempos para la lírica.
Hay otra alternativa, renunciar a la cada vez menos edificante condición humana, y volverse hoja en el árbol, gota en el agua, molécula en el aire, nacer, pasar por la vida y morir sin miedo alguno a "los caniculares" y sus reencarnaciones en cada una de las estaciones.
PS. Creo que debo evitar en lo posible permanecer trajinando por la huerta una vez se oye el repique en bronce de la hora del "Angelus", aunque el verde reluciente de los pimientos "cuerno de cabra", la geometría de los higos de Lepe en sazón, reclamen mi atención cuando "doy de mano" del "reveso" de la mañana, porque ya en retirada me cogen los rayos del sol sin el sombrero de palma y se crean vapores surrealistas entre la sesera y las canas al dos que tengo por sombrajo básico en estas fechas.
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