Por el olivar
A pocos días de que empiece la campaña del verdeo en esta comarca entre Aljarafe y Marisma camino por los olivares y aprecio lo menguada de tamaño que está la aceituna. Falta del agua de arriba que favorezca el desarrollo y madurez del fruto, que no consigue el agua de abajo. Hace un par de años que decliné la responsabilidad personal en esta campaña agrícola tan intensa, pero no declinó mi interés por su devenir, me pesa el recuerdo reciente de las historias vividas en torno al verdeo, en torno a la aceituna de mesa y, menos, a la de almazara.
La savia de los olivos ha sido durante siglos el elemento principal del maná que ha sustentado a nuestras familias, y sus troncos grises retorcidos el referente de los paisajes más próximos.
Por eso, en esta ocasión, no lanzo mi entrada en una botella, sino enganchada en un trozo de rama de olivo que flote por la blogosfera hasta encontrar una tierra donde agarrarse y brotar, abandonando la melancolía de las vidas pasadas, y que porte en los renglones de su silla vaquera , en las espuelas de prosa que le azuzan, la esperanza de abrir caminos de comunicación hacía destinos desconocidos.
El mar de olivos sigue lamiendo con sus olas de manzanillos y gordales las tierras negras de mis días en la huerta. Me rodean definiendo los perfiles del horizonte, son columnas del templo de mis meditaciones, relojes de arena que marcan las horas con sus sombras. Filtran las fuerzas de los vientos de Poniente y de Levante que corren libres por la Marisma, y sostienen las rachas de marea que alivian el sofoco de estas tardes tórridas del verano.
Reconozco al paso a los olivos, cada uno tiene para mí nombre y apellidos, sé de su casta y descendencia. Por el tacto puedo identificar sus frutos y sus hojas , con los ojos cerrados calculo el aforo que producen en un año normal y el tiempo y herramientas que hay que dedicar a su cuidado.
El olivar de siempre, de aceituna de mesa, alejado de los excesos intensivistas de los últimos tiempos, bellos troncos alineados en calles anchas. Estaban aquí cuando llegué, seguirán estando cuando me vaya. Aunque poco ha faltado para que se los llevara por delante la vorágine constructora de hace una década.
"Por el olivar, se vio la lechuza volar y volar".
¡Olivar y olivareros, bosque y raza, campo y plaza de los fieles al terruño y al arado y al molino, de los que muestran el puño al destino, los benditos labradores, los bandidos caballeros, los señores
devotos y matuteros!...
¡Ciudades y caseríos
en la margen de los ríos,
en los pliegues de la sierra!...
¡Venga Dios a los hogares
y a las almas de esta tierra
de olivares y olivares!
¡Ciudades y caseríos
en la margen de los ríos,
en los pliegues de la sierra!...
¡Venga Dios a los hogares
y a las almas de esta tierra
de olivares y olivares!
"Por el olivar venían, sueño y bronce los gitanos".
El campo
de olivos se abre y se cierra como un abanico. Sobre el olivar hay un cielo hundido y una lluvia oscura de luceros fríos. Tiembla junco y penumbra a la orilla del río. Se riza el aire gris. Los olivos, están cargados de gritos.
El campo
Machado y Lorca, Lorca y Machado, que han descrito como nadie, negro sobre blanco, el alma de nuestro pueblo, su entronque metafísico con el olivo.
Falda y pimpollo, tierra y aire del olivo, geografía inmediata del espacio, que te permite plantearte el ordeño con los pies en el suelo o haciendo funambulismo entre las frágiles ramas a lomos de la liviana escalera de madera, el pesado banco de hierro.
Individualismo esquivo de la gordal, creciendo lustrosa agazapada, mimetizada entre las hojas.
Gregarismo arracimado de la hojiblanca. Dos formas distintas y distantes de nacer y crecer de la aceituna. En medio, el orden agujetado de la manzanilla, el atropellamiento difuso de la verdial.
Olivos jóvenes en plenitud, que lucen orgullosos sus torsos plateados al sol.
Olivos maduros y pundonorosos, a los que hay que aligerar ramas para que puedan con la carga del fruto que producen.
Garrotes adolescentes, que hemos visto vegetar raquíticos unos años, hasta que se apoderan de la tierra y la naturaleza les empuja con brío.
Ramas viejas, enfermas, que se resisten a fenecer y entonan el canto de cisne dando los mejores frutos de la estacada.
Troncos que lo dieron todo de sí y ahora ceden el espacio a los hijos que nacieron a sus plantas.
Injertos a espiga realizados con el cuidado y la delicadeza de una intervención quirúrgica cardiovascular y que resultan fallidos.
Por contra a alguno le haces una faena de aliño porque piensas que en esa rama hay poco que hacer y te agarran todas las espigas.
Das por perdido un plantón ubicado en el borde de la acequia que alivia las pluviales de la finca, lo ves como languidece infectado por el verticilio y de pronto se yergue recto y airoso pidiendo su sitio bajo el sol.
Y la aceituna, entre el dorado satisfecho de la fruta en sazón, a la timidez lechosa y blanquecina de la inmadurez.
Cinco especies de aceituna han quedado en la finca: gordal,hojiblanca, manzanilla, verdial, y zorzaleña o lechín sevillano. Quedaron en la historia de variedades extintas por estos pagos, la colorida rapasaya o rapasalla, que por aquí suena igual, que maduraba en toda la gama de tonos púrpura y la resistente y mixta cañibana que crecía en brazos verticales buscando el cielo.
Hojiblanca de fruto verde intenso, hoja alargada y parcialmente acanalada. Versátil para almazara o aderezo en verde. Árbol frondoso y ramo corto y resistente.
Gordal de fruto grueso y dorado en la madurez. Producto de sucesivas hibridaciones, junto al fruto grueso aparecen en las mismas ramas los frutos más pequeños reminiscencia de las variedades originales, a este fruto menor le llamamos "zafairón" y es dulce y exquisito en aderezo. La hoja es alargada y muy recta. El árbol es delicado y frágil.
Manzanilla, aceituna de mesa por antonomasia, de fruto ovalado y verde dorado en sazón. Hojas cortas y gruesas. Árbol delicado de copas poco espesas.
Verdial de fruto verde intenso con tonos azulados, abombado y curvo . Hoja corta y gruesa. Versátil para almazara o aderezo. Árbol resistente y frondoso que suele usarse como patrón.
Zorzaleña o lechín sevillano. Fruto abombado y poco carnoso, utilizado casi exclusivamente para almazara. Hoja corta y plana. Árbol resistente y frondoso, solemos utilizarlo de patrón para injertarle espigas de manzanillo o gordal.
Mientras correteo por la estacada me viene a buscar un urbanita reconvertido a vecino de nuestro pueblo, e hilo conversación sobre lo menguado de los frutos del olivar, la necesidad de las lluvias de otoños que se hacen esperar, y me sale con la observación de que ha visto en la finca como tengo un olivo que se viene abajo de fruta bien desarrollada y lustrosa. Pregunta si le aplico algún tratamiento singular a este especimen. Me sonrío y le indico que si le gusta ese olivo y la madurez de sus frutos, que disfrute ordeñandolo. Se acerca, hace un intento con la manos descubiertas y oigo como exclama ¡joder! y es que se trata de un azofaifo, que tiene alguna similitud física con el olivo, y puede que etimológica en el nombre de origen árabe "azzayt", "azof", pero nada que ver en sus características más singulares.
Sus ramas están llenas de pequeñas y aguzadas espinas. Su fruto es de un tamaño parecido al de las manzanillas más grandes o las gordales más pequeñas, con cierto sabor a manzana y muy perecedero, aun cuando el hueso sí, el hueso es como el de una aceituna.
A simple vista de quien tenga los ojos dispuestos a conocer su entorno, quien no tenga la mirada abotargada por las imágenes a gran velocidad de la ciudad, puede distinguir sin ninguna duda ambas hojas y frutos.
Aunque como quiera que ambos frutos, azofaifa, aceituna, no dejan de ser drupas de parecido tamaño, eso aproxima la morfología de sus huesos.
He de ayudar a este buen hombre, que intenta recuperar las raíces en la tierra que algún día perdiera su estirpe, a mirar el mundo con nuevos ojos, a sentir a los olivos como seres vivos, compañeros de viaje en sus días de tránsito por esta parte del Planeta. En ese esfuerzo pedagógico me siento reconfortado, unido a las vibraciones que emanan de cada uno de los olivos que me rodean.
Y en esas veo pasar la reconocible figura del tractor verde, con su remolque lleno de contenedores repleto de aceitunas verdes. Mientras escribía ha empezado el verdeo, no hay paciencia para esperar las lluvias.
Verde que te quiero verde
verde viento, verde rama.
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