Vientos del pueblo

Vientos del pueblo me llevan, 
vientos del pueblo me arrastran, 
me esparcen el corazón 
y me aventan la garganta.





Pienso en estos versos de Miguel Hernández cuando siento aventada la garganta, no me pasa la tarta de cumpleaños, a cuenta de lo que ven mis ojos, oyen mis oídos. El cúmulo de despropósitos, el catálogo de tonterías que se desgranan en los medios y quienes lo usan de plataforma para su disparate, a cuentas de la celebración del 12 de Octubre, hoy Fiesta Nacional, ayer Día de la Hispanidad, o de la Raza, según la quimera imperial de cada tiempo, y el desideratun de los acontecimientos que rodean el momento político. 

El pulso entre quienes quieren que muramos  "vestidos de humildad y olor a cuadra" o quienes como "águilas y leones", como "toros de arrogancia" piensan que "si me muero que me muera con la cabeza muy alta"  que  "la agonía de los bueyes, tiene pequeña la cara".

Y me digo, otra vez, las élites queriendo convertirnos en bueyes y olvidando que "nunca medraron los bueyes en los páramos de España". O  eso de España  o "las Españas", que si es una o muchas , otro elemento que emerge cuando los vientos del pueblo y los de sus élites colisionan creando ciclones que arrasan.


Y durante siglos así nos fue yendo, cada vez que los vientos del pueblo hinchaban las velas con rumbo al progreso, los vientos de la reacción de todo tipo buscaban la calma chicha o el retorno al puerto de salida.



Fueron vientos alisios los que empujaron las velas con que los marineros andaluces, los hidalgos de la nada extremeños,  pueblos de frontera, forjados en la guerras civiles de conquista sobre los reinos del Sur en declive, y sin saber que hacer con la paz sobrevenida, trasladaron a las tierras  americanas sus afanes de aventura, de lucha . Leones y águilas que no querían  vivir como bueyes. Ellos abrieron los caminos a la empresa común que permitió la consolidación de la nación de naciones que de tanto en tanto se pone en cuestión, y crearon el Imperio donde el sol no se ponía pero a pocos calentaba. Y mientras a los que aquí quedaron, a sus hermanos, les torcieron la testuz de arrogantes toros, cortaron las garras de águilas, los colmillos de leones, y echaron yugo de siglos sobre el cuello de estas razas. Poco a nada favorables les fueron los vientos que empujaban los galeones hasta los puertos de Sevilla o Cádiz, que aliviaban la calor del estío a las caravanas repletas de metales preciosos por la Ruta de la Plata. Solo había viento para las velas de la élites, para los molinos contra los que luchaba Alonso Quijano.





Bueyes fueron, hasta que la mezcla de orgullo herido y sinrazón, el empeño de Napoleón en  mantenerlos bueyes, pero de otro hierro, los volvió de nuevo toros con el orgullo en el asta, águilas y leones prestos a la batalla. Y para que nadie volviese a los toros en cabestros, se juramentaron y escribieron palabras de justicia y libertad mirando al océano infinito desde San Felipe Neri, mientras caían las bombas con que se hacían las gaditanas tirabuzones.







Cien mil hijos de santo necesitaron la élites para volverlos bueyes, fijo el yugo sobre los cuellos, de nada sirvieron las palabras escritas, los compromisos, con el Atlántico inmenso como notario. Que aquí te convierten en buey en cuanto dejas de ser águila.




Pero también aquí dentro de cada buey late un corazón de toro, que aunque uncidos de yugo, nunca se dobla la frente, impotentemente mansa .


Así los vientos del pueblo trajeron los sueños de las Repúblicas, mustia la I por falta de costumbre de vivir sin cerca ni trabas, toros, leones y águilas.





Y aniquilada a hierro la II  en las cunetas y tapias.











Los yugos sobre los cuellos, grilletes sobre las garras, la paz de los cementerios sobre las luces del alba. Cuatro décadas de ver la muerte, vestidos de humildad y olor a cuadra, hasta que vinieron vientos rompiendo yugos y trabas y el rayo no se detuvo prisionero en una jaula. Y aprendimos a vivir, sin yugos, cercas, ni trabas, y cada pueblo luchando por poner orden en su estancia, hasta darle lustre y brillo al techo que nos ampara, y  las Españas no fueron para sus pueblos madrastra. Lleno el corazón de orgullo de ser morlacos de casta, que ni derrotan ni humillan prisioneros de alambradas. Cada cual con su divisa, la nuestra, la verde y blanca, pero hermanos de otros pueblos que viven en la misma casa, unidos por dos colores, por el rojo y por el gualda, que no son cintas que uncen, ni cáñamo que nos traban, nos resguardan de otros vientos y a los nuestros tiene en calma.














Vientos del pueblo frenaron con decisión y aplomo las borrascas que nos fue mandando la reacción, a veces sutiles otras a la desesperada para intentar uncirnos de nuevo. Les salió mal, perdimos todos los miedos que quedaban y les arrojamos rosas rojas desde las ventanas.







Mayorales de violencia quisieron ser como espadas, que en el nombre de su pueblo, contra leones y toros, disparando por la espalda. Pero matar a traición no es como luchan las águilas. Por eso los vientos del pueblo desde la fuerza en la calma, progresando cada día les ganaron la batalla.





Mas hace ya  más de un lustro se rompieron las barajas, y quisieron vernos bueyes quienes atesoran la plata, pues no hay que pagar al buey lo mismo que cobra el águila, así que mansos nos quieren con la cabeza muy gacha.Y nos enseñan capotes, nos engañan con las capas, y mientras nos tratan de bueyes nos dicen que somos águilas. 

Águilas, toros y leones andamos a tarascadas, mientras desde la platea ven como se desangran, los vientos que sopla el pueblo, el miedo que los arrastra, pues el miedo hace los bueyes, el miedo corta las garras. Y nos azuzan a los toros, contra leones y águilas, diciendo que ya no hay clases, que ahora lo que hay son capas.


Y colocan las banderas para taparse la espalda, mientras se llevan la bolsa, mientras nos roban las ansias, de tenerle miedo al miedo, al miedo plantarle cara. Y colocan mayorales dentro de las propias casas, que visten ropas de toros, pero son de casta mansa, porque no miran de frente y te enredan con palabras, para que pongas el cuello donde su patrón les manda, debajo de nuevos yugos que te despojan el alma.



"¿Quien habló de echar un yugo

sobre el cuello de esta raza?
¿Quien ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quien al rayo detuvo
prisionero en una jaula?"


Se preguntaba el autor de la "Nana de la cebolla" incapaz de pensar que los vientos de la reacción fuesen capaz de frenar a los vientos del pueblo. Y claro que pueden, el lo comprobó en propia carne mientras se consumía de fiebre en una prisión de la dictadura. Solo hace falta ser hábil con el engaño, el trapo, y encontrar a los mayorales adecuados que sean capaces de meter a los toros en los corrales.



Un capotazo de miedo a la indigencia por aquí, el miedo a perder lo poco conquistado, el conformismo individualista. Un par de puyas que inciten a la embestida ciega, suicida, por allá. O sólo con el color del capote ya les sirve para distraer, que si rojigualda en vez de cutribarrada, o al revés, que si morado en lugar de rojo, o también al revés. O el pienso que nos echan a los comederos, un poco más de pienso a uno que a otro y ya está la diferencia que desune, misma casta pero distinto pienso, y en cuanto el toro sea buey, quito la mejora de pìenso, ya no hace falta.



Y todo eso pasaba por mi cabeza mientras en la mañana del trece recibía parabienes por ganarle un año más al tiempo, y veía en los programas matinales el desfile de mayorales contando las idas y venidas del 12, los postureos, las escenificaciones, los engaños de unos y otros para que entremos al trapo con mansedumbre, y me dije :


"Vais de la vida a la muerte
vais de la nada a la nada
yugos os quieren poner
gente de la hierba mala
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba. "











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