La Toscana

Tengo identificado un par de lugares del mundo donde escapar si las cosas vienen maldadas y necesito renacer de las cenizas emocionales.
Uno es Bérchules, aquí en Andalucía, en la  Alpujarra de Granada y el otro una localidad no identificada en la Toscana italiana.

En cuanto a Bérchules la idea se confirma cada vez que lo visito y han sido unas cuantas ya, pero respecto a la localidad de la Toscana era una idea romántica en mi imaginario, creada después de ver el film "Bajo el sol de la Toscana"de Andrey Wells, protagonizado por Diana Lane, prototipo, a mi juicio, de la mujer de mediana edad que sin una belleza extraordinaria posee un atractivo inclasificable.

Y digo era, porque hace unos días tuve la necesidad/oportunidad de conocer la Toscana e identificar, quizás un poco tarde, que era en Cortona donde se desarrollaba la trama del resurgir sereno de sus fracasos interiores del personaje que representaba Diana Lane en la mencionada película.

Después de un par de años de sequía de viajes dignos de ser considerado como tales, ha tenido que ser mi hija pequeña quien me obligue/motive a que este año haya tenido un doblete. Primero fue al Camino de Santiago, cuyas peripecias ya relaté en una entrada anterior y ahora le ha tocado a la Toscana, donde ella disfruta de una temporada de prácticas profesionales propiciadas por una beca Erasmus.

Es su primera salida fuera de nuestro país y los sucesivos terremotos en las proximidades hacían conveniente la visita protectora del padre para echarle una ojeada al entorno que nos tranquilizase a su madre y a mí, porque si no de qué, con lo poco que me gustan los aviones.

En fin que haciendo de la necesidad virtud y oportunidad, me embarqué hace unos días en una de esas aeronaves de Ryanair, que dice van justitos de combustible, lo que no se me fue de la cabeza en las poco más de dos horas que dura el vuelo hasta Roma.


Un buen rato estuve haciendo el delfín, técnica respiratoria de Mindfulness, hasta que no avisté por la ventanilla la isla de Cerdeña y me dije, ya por poco sobrevives a esta.

Muy organizado todo por internet, billetes de tren incluido. El Leonardo que me lleva en media hora desde el aeropuerto de Fiumicino a la estación de Roma Términi, para desde allí otro tren, regional que salía desde una vía perdida," binario 1est" en italiano, que me hizo disfrutar de un master intensivo sobre la estación en cuestión, en poco más de dos horas me depositó en la estación de Arezzo, mi base de operaciones.

Por el camino pude comprobar como discurría el tiempo hacia un anochecer prematuro para mis biorritmos, y se sucedían estaciones con nombres evocadores, Trastévere, Urbieto, o que me sonaban a acorde de mandolina como Chiancianno, Sinalunga, Cortona o Terontola.

Es noche cerrada a eso de las seis de la tarde cuando llegamos a Arezzo y caigo en la cuenta que a esa hora, a más de dos mil kilómetros hacia el suroeste, el sol empieza a ocultarse en la marisma y Olegario reclamará con insistencia su ración de pienso, golpeando con los cascos el suelo de la cuadra.

Al salir de la estación  nos encontramos una ciudad mediana, europea en arquitectura y trazado, curiosamente sin taxis en los alrededores. Llega la anfitriona que nos hace de guía hacia el apartamento que hemos reservado, y por confiar más en el GPS que en ella nos perdemos por las calles de la zona mas moderna de la ciudad, una oportunidad para empezar a conocerla. Primera particularidad de esta ciudad para mi ojo clínico de ex-concejal de urbanismo, las aceras tienen firme de asfalto y bordillo de mármol travertino. Ha de rescatarnos un taxi al que hemos de contactar por teléfono.

Ya instalados en un funcional apartamento con un par de detalles de anécdota cultural, timbres en las habitaciones y conmutador de cuerdecita de urgencia para el baño, reclamo con insistencia lo que se me ha venido ofreciendo en las conversaciones que he mantenido con mi hija los días previos al viaje, rissoto de alcachofas y cerveza artesanal. Para eso hemos de buscar la zona céntrica antigua de la ciudad y aquí ya se denota la personalidad de la Toscana, construcciones en estilos arquitectónicos desde el románico al renacimiento y pavimentos de planchones de piedra que  se asemejan a las corredoiras gallegas. Y se cumplen las expectativas gastronómicas.


Rissoto no muy abundante pero exquisito al paladar, ensalada con una mezcla exótica parecida a los "un de tó" que me preparo algunas noches en casa y la cerveza buenísima, bouquet de abadía que me suena en el paladar a la Alhambra 1925, pero con bastante más graduación que te da pronto un puntito chispeante.

Y ya que estamos probamos con curiosidad la primera pizza que esperamos sea más genuina que las que tomamos en casa, tan socorridas como impersonales. Y tampoco nos defrauda, la masa tiene la textura de los buñuelos de Salvador la madrugada de un viernes de Feria de Sevilla. Y rúcula, mucha rúcula.


Y el precio, poco más de 10 euros por persona, que le quita un poco el miedo a mi cartera sobre lo carísimo que es Italia. Así que para  moderar las euforias que provocan el reencuentro y la graduación de la cerveza  artesanal le metemos mano a un helado de "nocciola" que termina por ponerme en paz con Dios y reforzar el flechazo romántico con esta tierra.

Y a partir de ahí cambiamos el disfrute intenso y sosegado de paisaje y paisanaje, por el trepidante tour de ver lo que hay que ven en los cuatro días que estemos por aquí.

Segundo dia toca Roma. Empezamos el día con un desayuno de te "rosso" con "cake" o " muffin", ¡ ya añoro las medias de mollete completas de jamón aceite y tomate del Gallego!, pero me resulta impagable escuchar a mi hija desenvolverse en italiano, con ese acento pulido y delicado, de palabras con la sílaba tónica generalmente llana y eses estiradas, que choca con la ortodoxia ceceante del andaluz del bajo Guadalquivir que usa cotidianamente.

Tren y a Roma, metro y la Piazza de Spagna, la realidad empequeñece a lo visto más imaginado en la "Dolce Vita", la escalinata tan llena de gente como si se estuviese rodando una de tantas películas que han utilizado este escenario.



De la fuente de Bernini no sale en esta ocasión ninguna Anita Ekberg carnal y exhuberante, pero si una amalgama de rostros y cuerpos, de lenguas y acentos, de etnias y nacionalidades, y eso no deja de ser especialmente bello y estimulante.




Y mira por donde que junto a la embajada de España hay una escultura de la Inmaculada en una columna semejante, aunque algo mayor, que la que se ubica en la Plaza del Triunfo de Sevilla. Pudiera ser que alguno de los franciscanos del convento de Santa María de Gracia del pueblo donde nací, defensor del dogma y/o alumbrado orase también por aquí. Se que a esta imagen de la Inmaculada no le cantarán las tunas el día ocho de diciembre, pero si recibirá ese día la visita del Papa.

Mientras hacemos tiempo hasta que llegue la guía de freetour contactada por internet buscamos donde comer, y los alrededores o están a tente bonete o tienen menús con precios que tiran para atrás, así que dadas las urgencias de nuestro apetito recalamos en un impersonal pero también atestado McDonald ¡Anda que!.

En el punto indicado, junto a la embajada de España empieza a reunirse gente hablando español con distintos acentos, aparece la guía, romana auténtica con un paraguas floreado a modo de banderita, nos concentra, explica el recorrido y echamos andar tras de ella. La historia de las rivalidades franco-españolas en esta ciudad, la de la fuente y las abejas de los Barberini en los edificios próximos en mármol travertino, el travertino por todos sitios. Y la lluvia que se hace notar cuando llegamos a la fontana de Trevi.



Aquí, a diferencia de lo ocurrido con la Plaza de España, la cinematografía no le hace honor a la magnificencia del conjunto. Me quedo extasiado mientras a mi alrededor bullen los selfies y los empujones para cumplir el rito de tirar las monedas al agua, una media de tres mil (3000) euros diarios se recogen y entregan a Cáritas, según la guía. Frente a la fontana soy el extraterrestre que la contempla sin hacer fotos, no me interesa la vida enlatada, las fotos me las hacen gustosamente otros más integrados en la realidad virtual.

Correteamos bajo la lluvia romana por calles y callejuelas, paramos para beber a la romana en una de sus históricas fuentes, nos paramos en los edificios y lugares singulares, y nos damos de bruces con el despropósito del palacio, o lo que sea, monumento dedicado a Victor Manuel II padre del Italia unificada.


Una mole prefacista, de pretendido estilo neoclásico , que para su construcción tuvieron que sacrificar manzanas enteras de la Roma medieval. Un disparate presidido por la estatua ecuestre del rey y no se si a su vez responsable del urbanicidio, pido perdón por la licencia literaria.

Pero no parece que fuera el único, pues desde aquí al Coliseo los distintos impulsos de modernidad se han cebado en la Roma histórica,

Un poco más adelante un modesto y funcional edificio, desde cuyo balcón central el Duce lanzaba sus soflamas imperiales, se alza sobre las ruinas de la Roma antigua.



Quedan los vestigios de la Roma clásica en las ruinas del Foro.









En lontananza del Foro las luces cálidas nos dejan adivinar lienzos supervivientes de los barrios medievales de Roma, a cuyas espaldas el arrabal ha dado paso a las nuevas zonas donde viven  las clases altas, como en otras muchas ciudades del mundo.

Y al fin el Coliseo, edificación paradigma de Roma en nuestro imaginario.



Aquí la guía echa el resto de su saber en un ameno relato de las características y circunstancias históricas del anfiteatro, y las distancia entre realidad y ficción cinematográfica de los espectáculos que allí se daban.

Un repasito al arco de Trajano para cerrar el capítulo Roma, hasta una futura nueva visita más sosegada y exclusiva a esta ciudad, que bien lo merece.



Tren de retorno a Arezzo. Arezzo capital de la provincia toscana del mismo nombre. Comparo la Toscana con Andalucía y Arezzo se me asemeja a Huelva, o quizás mejor a Jaén, la misma esencia que la región donde se inscribe, pero con sus peculiaridades, no menos bellas pero si menos turísticas y por tanto conocidas.


Día tres  y ahora Florencia. De nuevo tren, bajo la lluvia vemos como baja el Arno caudaloso, de aguas color chocolate y arrastrando troncos y malezas, huele a inundación.

Llueve intensamente cuando desembocamos antes la catedral Santa María de Fiori, y entonces entiendo el síndrome de Sthendal del que había oído hablar. Los sentidos se embarullan para captar tanta belleza junta, el todo y la parte se mezclan concitando el mismo interés del sentido de la vista. No hay mal que por bien no venga y la lluvia te obliga a alejarte y focalizar.



Aquí el travertino da paso a un estilo arquitectónico singular que mezcla el mármol de Carrara con el ladrillo, los policromados de los pórticos se mantienen con toda la pujanza del color y el conjunto armoniza serenidad con exhuberancia. Belleza en estado puro.

Miro y remiro hasta sentir como suficiente, aunque todavía insatisfecho el deseo de contemplación, y nos lanzamos al recorrido imprescindible por esta ciudad museo.

Palazzo Vecchio y sus esculturas, auténticas o sucedáneos de las originales, caso del David que luce a sus puertas.





Una inscripción circular en el piso de la plaza hace referencia a Girolami Savonarola y su proceso por la Inquisición  y nos recuerda que en medio de tanta belleza también floreció la iniquidad y la intolerancia.


Nos sirve este hecho de pasarela entre el espíritu y la carne, presta a dar cuenta de la inabarcable "focaccia" maridada con una cerveza de alta graduación, 7,5 º, que hay que rebajar con un monumental cucurucho de helado de pistacho, que helados más buenos, que monumentales también las cordilleras escarpadas que lucen los bol que contienen cada variedad, infinita variedad de mantecados.

Desde el Puente Vechcio, de la singular barandilla formada por la cadena de joyerías que ocupan lo que la lógica, nuestra lógica, no dice debieran ser aceras miradores, se observa el Arno a punto de desborde, menos de un metro le falta para alcanzar el pretil del muro que lo contiene.




Siguiendo la margen del río accedemos a la empinada cuesta que nos lleva al mirador. Nueva réplica de David y perspectiva privilegiada de esta bella ciudad.





Bajamos por el jardín japonés que nos deja la impronta de las esculturas que jalonan su recorrido, que para mí que están cinceladas con un compás muy flamenco.




De ahí al Palazzo Pitti, ojeada a los exteriores porque no hay tiempo para deleitarse en su actividad museística.


Y vuelta a casa, circundando desde la  estación de Arezzo hasta el apartamento los jardines boscosos que se despliegan en esta ciudad. Escasa urbanización en el interior de los jardines, este clima húmedo no requiere ordenar más que senderos y mobiliario que se distribuyen entre la arboleda y los prados de hierba.  La aplicación "ad hoc" nos indica que el número de pasos registrados de hoy equivalen a algo más de 22 km, como una etapa del Camino de Santiago, y sin darnos cuenta casi, pero cenamos relativamente ligero y caemos a plomo en la cama de edredones muy historiados.

Día cuatro Pisa. Con transbordo en Firenze SMN, es decir Florencia Santa María Novelda.
Pisa, que concentra en menos de una hectárea el conjunto monumental de mayor valor turístico. La misma pose tan carente de originalidad del turista haciéndose fotos cual si sostuviese la torre inclinada se repite casi cada metro lineal. Paso.



Para no caer en esa vulgaridad que resulta irrefrenable, pues tendemos a emular lo que vemos, me pongo a inclinar en la foto todo el conjunto menos la propia torre inclinada, para acercarme a ella con mas detenimiento, y admirar el milagro de su singular eje de gravedad.

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Sacamos ticket para recorrer el pack de interior de monumentos que nos ofrecen en la taquilla, y comenzamos por el cementerio cubierto, cuyo suelo esta plagado de grandes losas de mármol que indican, algunas con leyendas ilegibles, donde, hoguera de vanidades, reposan restos de clérigos y prohombres de la ciudad o que han tenido una especial relación con ella desde el Renacimiento hasta nuestros días.

Visita despacio al Baptisterio de austera decoración y a la catedral plena de grandes lienzos, en proporciones y valor artístico, en sus paredes. Algunos llevan la firma de Piero de la Francesca y existe un curioso cuadro de San Torpe, no sabia de su existencia en el santoral, que al parecer perdió la cabeza de forma involuntaria.



Me despido del conjunto monumental del Pisa contemplando sendas esculturas en bronce, un Ángel Caído, que no sabemos si cayó de la torre, y la Loba amamantando a Rómulo y Remo que parece ha venido de excursión en el tren regional.

Mientras intentábamos eludir el cansino ofrecimiento de los menús para turistas de los restaurante del entorno, somos testigos de lo que advierten una y otra vez las megafonías de las estaciones de tren, que hay descuideros hábiles e implacables dispuestos a aprovechar cualquier despiste. Esta vez le ha tocado a una sudamericana joven y menuda, de ojos rasgados maya, azteca o tolteca, que se lamenta ante los carabinieris de su infortunio. Hacemos oídos sordos a los menús de turistas y cruzamos la ciudad hasta la estación central. En sus proximidades el nombre de un pequeño bar-restaurante, "Gambrinus", nos evoca cercanía y remota posibilidad de encontrar Cruzcampo, nada de eso, corriente cerveza Moretti y una lasaña de buena sabor, pero quizás de procedencia tan congelada como el postre de chocolante blanco, que nos cobra al precio de  menú degustación en el antiguo Bulli. El evocador nombre nos ha entregado a profesionales del sablazo al turista. Cada día se aprende algo.

Volvemos relativamente pronto a Arezzo, queremos despedirnos de esa ciudad, mañana madrugamos para la vuelta.




Llueven chuzos de punta cuando visitamos a Santa María della Pieve, cuya belleza no es desdeñable, y sigue lloviendo cuando salimos de ella. Nos escampa en la Piazza Grande presidida por edificios de soportales y una construcción sincrética  de una nave con cúpula baja de la Iglesia, que aparenta románico evolucionado.

Nos vamos a cenar a horas propias en los usos locales, elevamos nuestra expectativa culinaria, pero es lunes y mal día para cenar a cualquier hora. Unas pizzas que amasan y hornean ante nuestros ojos dos varones prototípicos de los pizzeros de nuestra imaginación, ágiles y locuaces, interesados en nuestro origen y los equipos de fútbol, "esquadras del calcio" para ellos, de nuestra afición. Barça y Madrid es lo que les suena, apuntamos nuestro orgullo verdiblanco y sólo se enteran de que va cuando hablamos de Joaquín y su paso por la Fiorentina, y se le ponen los ojos a cuadros cuando les decimos que el otro equipo de nuestra ciudad, el Sevilla, viene siendo varios años campeón de la Europe Ligue.

Es hora de despedidas, dormimos intranquilos y el día cinco retornamos a casa. Tren regional a la seis y media de la mañana, Leonardo a las nueve y media, deambulamos por el aeropuerto de diez a doce. Nos da lugar a un inquietante episodio, encontramos en el WC público una billetera riñonera aparentemente repleta de lo que fuere, cuando vamos a dirigirnos a la policía del aeropuerto para entregarla aparece ansioso quien dice ser su propietario, se la entregamos sin mucha comprobación pues todo indica que es cierto, y entonces el buen hombre dice que no está en la billetera el dinero en metálico que llevaba, que se ha quedado sin nada para volver a casa, insinúa que nos lo hemos quedado nosotros. Me escama,  no se cuanto llevaba la billetera colgada de la percha del WC y quienes han entrado antes, pero suena a teatralización , me hago el andana y le digo que si quiere vamos a hablar con la policía y lo aclaramos y parece que esto le auyenta, se pierde lamentandose y no vuelve. ¿ Es posible que sea una técnica para sacar cuartos a turistas medrosos e inquietos por su vulnerabilidad o realmente es lo que dice y alguien se nos adelantó con menos moral y civismo?

Fuere lo que fuere nos bajamos al embarque y allí si que nos atracan sin remedio. El equipaje de mano que hace unos días viajó de Sevilla a Roma con Ryanair sin ningún problema ni coste, ahora con Vueling ha de facturarse sin lugar a la discusión, a cinco minutos del embarque, con el correspondiente y nada módico importe de la facturación. Si lo sé lleno la maleta de cervezas artesanales.

Encima un retraso de una hora ya embarcados por una avería en los circuitos electrónicos del aire acondicionado, de nuevo la respiraciones en Delfín, atendiendo la conversación en un mix inglés, italiano, catalán, español, y un poco de sardo, con la profesora jubilada de Cerdeña del asiento de al lado, que hizo ameno el vuelo hasta Sevilla y me dejó la inquietud de volver cualquier día a la Toscana, porque al final de todo ¡no he llegado a ver la Cortona de Diana Lane!, para confirmar que es, junto a Bérchules, el lugar  ideal donde iría a lamerme las heridas del alma.

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