Solsticio de invierno
Hay quien gusta de ver como amanece el solsticio de invierno, o de verano, depende del hemisferio donde te ubiques, pues parece que en ese día los primeros rayos de sol nos alimentan el aura con la energía que dejaron en el aire nuestros ancestros, los que en estas fechas celebraban la Saturnalia, o los que celebraban el Yule.

Al fin y al cabo unos y otros celebraban el retorno del sol tras ese día más corto del año, su efecto en la naturaleza y en los seres humanos como parte de ella.
En la Saturnalia la sacerdotisa pronunciaba unas frases rituales que venían a resumir ese deseo de renovación : "Esta es la noche del solsticio, la noche más larga del año.
Ahora las tinieblas triunfan y aún así todavía queda un poco de luz. La
respiración de la naturaleza está suspendida, todo espera, todo duerme. El Rey
Oscuro vive en cada pequeña luz. Nosotros esperamos al alba cuando la Gran
Madre dará nuevamente a luz al sol, con la promesa de una nueva primavera. Así
es el movimiento eterno, donde el tiempo nunca se detiene, en un círculo que lo
envuelve todo. Giramos la rueda para sujetar la luz. Llamamos al sol del
vientre de la noche. Así sea."
El Yule designa el instante en que
la rueda del año está en su momento más bajo, preparada para subir de nuevo. Esto tenía su efecto en el árbol , el árbol representaba un poder, y ese poder protegía y ayudaba al árbol.
Debo yo andar mas influenciado por lo ario, lo celta, que por lo latino o bereber, porque para mí el solsticio de invierno tiene una relación directa con un árbol, el naranjo. Si los medios no machacaran durante días con su versión comercial del solsticio, si no existieran los alumbrados de Navidad que ya han mixtificado, aun más, la ya mixtificada fiesta telúrica de la Naturaleza convertida en fiesta religiosa cristiana por miedo a los dioses paganos, para terminar en estos tiempos en la adoración del más pagano e impío de todos, el Becerro de Oro del consumo desaforado y sus excesos. Si todo eso desapareciera como por ensalmo, sabría que había llegado el solsticio de invierno mirando a mis naranjos.
Al naranjo washington , guachi o de ombligo , como le decimos aquí, con sus naranjas en plena sazón.
Una variedad de
Navel (ombligo en inglés) por una mutación en el cultivo que cuentan se detectó por primera vez en 1820 en un huerto de naranjas dulces de un
monasterio de Bahía (Brasil). Como los cantes de ida y vuelta, es hija de España y América, y los americanos del norte, el gobierno de los USA, parece que consolidó el plantón y los distribuyó por los invernaderos de la capital, de ahí el nombre. Al final ha aterrizado, nunca mejor dicho, en nuestros limos, y a las primeras luces del solsticio luce la naranja exquisitamente tentadora para degustarla en zumo o mordiendo con fruición los jugosos gajos.
En la variedad Salustiana con la luz del solsticio empiezan a predominar los tonos naranja claro de la madurez frente a los verdes intensos de la fruta nateando.
La naranja salustiana se produjo por una mutación
espontánea en la provincia de Valencia debido a su clima y condiciones de
cultivo y el nombre le viene del capataz de la finca donde se originó.
Es un naranjo vigoroso y de buen desarrollo, frondoso y de tamaño grande con crecimiento vertical y ramas muy fuertes. Esta variedad de naranja es muy sensible a los
cambios de temperatura, sobre todo al frío que puede dañar la fruta con facilidad. Por eso he puesto un plantón en el patio de la casa al abrigo de los vientos de la marisma.
Se empieza a recoger en el mes de enero y termina la temporada a principios de abril, con lo que es ideal tenerla al alcance de la mano para el zumo de los desayunos en casa, del árbol a la mesa.
A la variedad lane late, la luz del solsticio la coge en el aguerrido e inconsciente verde de la juventud y el calor de sus rayos la incita al tránsito de la madurez que se apunta en las más precoces de sus naranjas.
Otra variedad de ida y vuelta, como casi todas, aunque en este caso la ida fue lo más lejos posible, a Australia, donde se originó de forma espontánea de un plantón Washington.
Tiene muy poco contenido de limonina en su zumo, por lo que no
adquiere al exprimir el fruto el característico sabor
amargo de la mayoría de las variedades del grupo navel.
Se pueden mantener en el árbol desde mediados de enero, cuando empiezan a florecer los almendros, hasta mayo cuando la huerta está en pleno apogeo.
O así era antes, cuando aun no habíamos vuelto loco a dios celta de algunos árboles, pues en esta ocasión el solsticio ha hecho florecer de forma prematura las primeras flores de mis almendros mollares.
Y los rosales que debieran estar ateridos, esperando ver llegar en los próximos días la tijera de la poda, resisten con heroísmo y pundonor ofreciendo nuevos capullos y manteniendo las flores vivas entre las hojas chamuscadas por los vientos del otoño.
O la lima/limón que ha mutado en una extraña especie lunaria que nos ofrece limas verdes durante todo el año, que se vuelven limones de amarillo intenso sólo en la cosecha del solsticio.
Otro de los árboles de fruto naranja, como el sol del amanecer del solsticio, el níspero, anda este año más retrasado, en plena floración, un poco más normal, pues el año pasado a mediados de diciembre ya tenia frutas verdes del tamaño de una canica.
Seguramente influenciado por esos efluvios extraños que transforman los comportamientos naturales, Olegario, en lugar de preferir pastar en la pradera lisa como cualquier mulo fino de su edad, trisca en el montículo como una cabra montesa.
Por eso me vuelvo hacia la higuera y el granado, las estirpes mas viejas del lugar, para preguntarles si todo está en su sitio o hemos de preocuparnos.
Pero no me dicen nada, duermen plácidamente la fase rem de su hibernación, lo propio de estas fechas, y me tranquiliza que el poder que guarda a estos árboles esté en equilibrio.
Pues con las palmeras ya se que no puedo contar, viven en plena borrachera chapoteando sus raíces en la húmeda y densa tierra albariza en la que se asientan, tan lejana a la sequedad suelta de los arenales desérticos de su procedencia. Y en ese estado de permanente excitación nos dejan dos cosechas de dátiles, de buen tamaño y aspecto pero que se pudren antes de madurar lo suficiente como para deshidratarlos y dejarlos al natural o armelados con miel.
Algún día conseguiré encontrar el equilibrio de mis palmeras y sus frutos, como lo he conseguido este año con los higos de la higuera coll de dama. Seguramente cuando las energías recibidas de mis ancestros en los amaneceres del solsticio de invierno, consiga que el campesino amateur termine convirtiéndose en el druida que puede conversar con el poder de los árboles.
Pero presiento que tardará, porque me lastra demasiado el peso del adocenamiento de la Navidad consumista de estos tiempos, cuyos efectos perversos mitiga el tostón con los amigos en el Chaparral, la magia de la convención lúdica anual e íntima de excompañeros/as y sin embargo amigos/as en Madrid, la cena en familia de la Nochebuena , aunque este año la melancolía por los ausentes nos hayan quitado las ganas de zambomba por bulerías, y mi apego al Belén, el Nacimiento que coloca mi doña antes de la Inmaculada, cuya hierba del musgo de las encinas tiene la misma magia que el muérdago celta.
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