Verde, blanca y verde
Amanece el 28 de Febrero haciendo honor a su sobrenombre de febrerillo el loco. Las nubes corren raudas en el cielo preñadas de lluvia y el viento mece las ramas de los viejos alcornoques de la Dehesa. Un tiempo bastante común a todos los Días de Andalucía que he tenido la oportunidad de celebrar en este mismo lugar.
Hoy tocaba reunión de amigos, gozosos por disfrutar del aire húmedo y el olor a hierba en torno a un contundente potaje de bacalao. Pero el duelo de alguno de los nuestros por la perdida de alguien muy cercano hace pocos días nos dejó sin ganas de celebración colectiva y cada cual se las está componiendo hoy como puede.
Hace tiempo que ya no vivo este día con el fervor militante de un pasado no tan lejano, pero me siguen motivando las mismas inquietudes y con todas las luces y sombras que el tiempo ha depositado en el devenir de nuestra historia reciente, creo que tenemos motivos para celebrar, y hacerlo de la forma que instituimos en este pueblo, aun en los años de las reivindicaciones más exigentes, en un ambiente festivo de concordia y unidad enmarcado por una gran bandera verde y blanca, en medio del alcornocal de la Dehesa tapizado de la hierba de la otoñá.
Los artistas locales animan por sevillanas el cierre de los actos de este día homenajeando en sus letras nuestras hablas, costumbres, deseos de libertad y progreso, y especialmente el amor que nos vincula con lazos indestructibles a esta tierra, por mucha que sea la distancia o el tiempo de nuestras ausencias.
Tuve la suerte de volver a principios de los ochenta, con el eco reciente de la lucha de nuestro pueblo por recuperar su dignidad tras siglos de sometimiento a la visión de la historia del vencedor. "Ea" fue la expresión rotunda, en sólo dos vocales, de la voluntad de autogobieno, de recuperación de la identidad mixtificada.
El artículo 1º del título preliminar del Estatuto de Autonomía vigente en Andalucía, dice que somos una nacionalidad histórica. Eso sí, dentro de la nación española, que nuestro sentido de pertenencia no ha sido nunca excluyente, sino afectivo e integrador con el resto de los pueblos que de grado o a la fuerza construyeron la realidad que es España desde hace más de quinientos años.
Pero esa identidad, aunque no sea excluyente, o quizá por eso mismo, tiene tanta fuerza que no requiere de planteamientos secesionistas para afirmarse, ni conlleva complejos de inferioridad camuflados en prepotencia de pueblo elegido que se cree superior genética, moral, cultural o económicamente a otros pueblos, algo tan común en algunos de los nacionalismos pequeñoburgeses que han repuntado con toda la fuerza de la insolidaridad en tiempo de crisis.
No hemos de tergiversar la Historia, construyendo victorias en guerras de independencia donde hubieron derrotas en luchas dinásticas. Ellos nunca fueron colonias, nosotros si fuimos colonizados, de hecho fuimos la primera colonia del nuevo estado-nación que emergió de las uniones dinásticas.
Habíamos crecido en la mentira de la reconquista, de la repoblación total del territorio, olvidando a la mayoría que permaneció a la sombra del granado, que permanece cuando nos vamos yendo, como le dice la Ama a Yazid en la obra en que Tariq Alí también describe el dolor y la realidad de esa guerra de conquista y sometimiento de la que provenimos.
"La bandera verde y blanca vuelve tras siglos de guerra". Dice la primera estrofa de nuestro himno, pues así fue tratado nuestro pueblo, como el vencido, el conquistado, al que se le niegan los beneficios de la paz y ha de seguir por siglos bajo el yugo del vencedor.
Porque nosotros si tuvimos nuevas derrotas en las luchas por la independencia. La que sufrieron quienes en 1569 se levantaron por recuperar las formas de vida que se fueron perdiendo desde la victoria de los castellanos y sus aliados en las Navas de Tolosa, del escarnio de los incumplimientos de la capitulaciones de Santa Fe, de las persecuciones por el uso de la lengua y costumbres autóctonas, de la homogeneización cultural y religiosa forzada sangre y a fuego, sin piedad ni cuartel.
Poco tardaron los conquistadores en incumplir los acuerdos pactados, a golpe de “pragmáticas” en las que se prohibía utilizar la lengua en la que se expresaban y escribían los andaluces, quemando sus libros, su conocimiento, su cultura, su historia, su memoria. Confiscándoles tierras y propiedades, desintegrando comunidades al desarraigarlos de sus poblaciones de origen, exiliándolos de unas partes a otras de Andalucía, obligando a muchos de ellos a huir a otras tierras donde poder vivir sin renunciar a su cultura y a sus creencias.
Fernando de Valor era miembro de una familia musulmana granadina que se reclamaba descendiente de los Omeyas de Córdoba que había pactado su conversión durante la conquista de Granada. A cambio de su conversión y colaboración, los Reyes Católicos concedieron el señorío de Válor al abuelo de Abén Humeya, que había adoptado el nombre de Hernando de Córdoba, y el derecho a ser miembro del cabildo granadino. La familia fijó su residencia en Válor el Alto y añadió el nombre de Válor a su apellido, pasando a ser Córdoba y Válor, y consiguiendo el apodo de Los Valoríes.
Fernando de Córdoba y Válor, nacido cristiano en Granada llegó a ser Caballero veinticuatro de la ciudad de Granada, es decir miembro del cabildo municipal.
Tras el edicto real de Felipe II estalló la insurrección en las Alpujarras, Fernando se unió a la sublevación, abjurando de las creencias cristianas y tomando el nombre de Muhammad ibn Umayya (que ha pasado al castellano como Abén Humeya). Merced a la influencia de su tío, se convirtió en el principal dirigente de la insurrección y fue proclamado rey en Béznar y coronado según la leyenda, bajo el "Olivo del moro", ubicado entre Narila y Cádiar. Inicialmente los rebeldes eran 4.000 sublevados pero acabaron combatiendo con una fuerza de 25.000 hombres contra las tropas reales mandadas sucesivamente por el marqués de Mondéjar, el marqués de los Vélez y don Juan de Austria al mando de 20.000 soldados. El 20 de octubre de 1569, Aben Humeya fue asesinado por su primo Abén Aboo, que le sucedería como «rey de los andaluces».2 La revuelta sería definitivamente sofocada en 1571.
Casi un siglo mas tarde en un momento de disgregación del poder central de los Austrias se producen levantamientos secesionistas en las Españas. En Andalucía lo protagoniza el Duque de Medina Sidonia, que se propone crear un estado propio andaluz con la integración de los cuatro reinos

El duque de Medina Sidonia contaba con un gran número de apoyos entre los nobles de Andalucía, con el respaldo de la recién instaurada corona de Portugal, además de recibir el apoyo de Francia y Holanda (en aquel momento enemistados con España).
Durante el verano de 1641, cuando todavía se estaba tramando todo el complot y manteniendo contacto con todos los posibles apoyos a la causa soberanista andaluza, una carta enviada por el marqués de Ayamonte a su primo el duque de Medina Sidonia fue interceptada en la frontera de Portugal por uno de los hombres de confianza del rey y del conde-duque de Olivares.
Pero el tiempo iba pasando y los tan esperados refuerzos navales que tanto Francia como Holanda le habían prometido enviar al puerto de Cádiz, la flota franco-holandesa no llegaba. Los ánimos iban mermando, al igual que lo iba haciendo los apoyos de los nobles que en un principio se habían involucrado en la conspiración contra el Reino de España.
Quien pagó todas las consecuencias fue el marqués de Ayamonte, quien fue detenido, interrogado y enviado a larga prisión, expuesto a un procedimiento judicial y finalmente a su decapitación en 1648.
Dos derrotas más o menos sangrientas a sendos intentos, con orígenes y motivaciones distintas, de configurar un estado propio, que nunca se nos ha ocurrido celebrar. Ni tienen Aben Humeya o Francisco Manuel Silvestre de Guzmán y Zúñiga, la veneración del mártir, la invocación de héroe de la resistencia, que tiene por ejemplo Rafael Casanova "Conseller en Cap" de Barcelona. Ni 1571 o 1641 son fechas míticas en nuestro calendario, cual lo es 1714 en Catalunya. Forman parte de una historia hurtada al conocimiento de nuestro pueblo, la "damnatio" decretada por los conquistadores.
Ni la resistencia al asedio de Cádiz, la proclamación de la Constitución liberal, o la victoria de en Bailén sobre los franceses fueron aprovechadas para ir por libres como pueblo. Hubieron de pasar otros doscientos años del último intento para que la Constitución Federal de Andalucía de 1833 proclamase:
ARTICULO 1º. Andalucía es soberana y autónoma; se organiza en una democracia republicana representativa, y no recibe su poder de ninguna autoridad exterior al de las autonomías cantonales que le instituyen por este Pacto.
Pero este sueño acabó con un golpe de fuerza, de nuevo antes de que tuviese oportunidad de echar a andar.
Casi cien años más tarde, en 1918 y 1919 las Asambleas de Ronda y Córdoba respectivamente declaran que Andalucía debe dejar de ser la “la tierra más alegre de los hombres más tristes del mundo”. "Tenemos que tomar la tierra de aquellos que no la cultivan, para entregarla a los que deseen trabajarla " y la necesidad de que Andalucía se constituya en una "democracia autónoma" y la llegada de "la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España". Asumen como referencia la constitución de la Asamblea Federalista de Antequera de 1883 y la Asamblea de Ronda de 1918, en la que se proclamó a Andalucía como una "realidad nacional" y "una patria".
En 1933, justo un siglo después de la constitución federal de 1833, una nueva Asamblea de Córdoba fija las bases para el Estatuto de Autonomía, cuya discusión y aprobación trunco la sublevación militar.
De nuevo fuimos tratados como tierra conquistada, golpeada con saña cualquier intento de resistencia, aplicando la máxima crueldad contra las personas de paz que representaban nuestra esencia cultural ( Federico Garcia Lorca) o los deseos de regeneración ( Blas Infante).
O contra los pueblos que osaban defender su dignidad ( La toma de Málaga), (Desbandá por la carretera de Almería).
Pero aunque nos guste la estética de la manifestaciones del dolor en la Pasión de Cristo, en nuestras procesiones de Semana Santa, hasta eso lo adornamos con la música, el incienso , el azahar, las oraciones cantadas de las saetas, y la sublimación del esfuerzo y el compañerismo en los costaleros. Por eso guardamos en los archivos de la historia la interminable sucesión de tiempos negros y hechos luctuosos, incluso los más recientes, y disfrutamos de este tiempo nuevo, que no es ajeno a fracasos y desilusiones, pero donde prima la esperanza que tan bien está representada en nuestras Vírgenes de palio, en nuestra bandera.
Así que vuelvo donde empecé, a la Dehesa, a la celebración en medio de las reuniones que ocupan las mesas merenderos, pletóricas de taper de menús fríos con ambiente de romería, miro al stand de la agrupación socialista, hoy luce funcional, carente del aura de hermandad, ausentes los compañeros con quienes cantábamos el himno con resolución de combate y lágrimas de emoción asomando por los ojos. La misma emoción con la que encima del escenario, como un rito inicíatico a la condición de andaluces adultos, "hombres de luz que a los hombres, almas de hombres le dimos" dice nuestro himno, entregábamos una copia del Estatuto en versión de bolsillo a aquellos de nuestros convecinos que cumplían 18 años.
Cada tiempo tiene cosas que valoramos y otras que no entendemos, y no seré yo quien critique el presente, que en cualquier caso es lo único real, pero no hay mejor antídoto a cualquier jirón de melancolía que el buen comer en paz y armonía. Así que cumplido el festivo compromiso de celebración formal me voy a buscar una ración de choco frito con una copita de pasada de Barón, una cazuelita de cola de toro maridada con un resultón ribera del Duero, que con un pie no se anda, y termino con una tarta de queso casera. Todo ese combustible me facilita una somera y dulce siesta que resuelvo con un culito de Ron Santa Teresa en vaso largo y ancho, rebajado con cocacola 0/0, que hay que cuidarse.
Y así termino este día de Andalucía de 2017, viendo en Canal Sur a quienes han sido merecedores de las medallas este año y oyendo la poesía hecha discurso de Luis Montero que da las gracias en nombre de todos ellos.
El orobroi, el broche final , el himno cantado a dos voces por India Martinez y Arkangel, Paco Cepero y Chico Gallardo a las guitarras. Y vuelve a mis ojos la emoción agazapada por el relativismo de la edad.
De nada les sirvió querer negarnos la memoria, en el escenario están los hijos representativos de este pueblo que conquista a conquistadores.
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