Por las sendas del Rey

Muchas son las recomendaciones de todo tipo sobre los beneficios del andar, del caminar rápido y si es posible en medio de un hábitat natural. A mi no me ha hecho falta que me animen con prescripciones médicas, ni me dejo motivar por aquello de "donde va Vicente, donde va la gente", los modernos "runners" con sus zapatillas caras en versión urbana, o los caminantes con chivata de olivo en su versión más rural. Me convencí de la bondad del caminar para la salud cuando me enteré que a los carteros le salían mas baratos los seguros de vida. Pues estoy seguro que las compañías de seguro se estudian muy a fondo eso de la siniestralidad y si le hacen rebajas a los carteros es porque les sale a cuenta.

En fin, viene el prólogo de esta entrada a argumentar mi motivación en el andar, por ello aprovecho cuanta ocasión se me presenta para hacerlo con algún aliciente añadido. Y desde mi última incursión en la blogosfera se han propiciado dos situaciones para que mis plebeyos pasos dejen huellas en sendas  donde antes lo hicieran testas coronadas dejando su real impronta en las toponimias de los lugares.

La primera, cuando ya fenecía Febrero de primavera temprana, una incursión familiar por un recorrido que se ha hecho tendencia, el "Caminito del Rey".

Madrugada de microbús contratado "ad hoc", con breve parada en Abades de Aguadulce para cambiar el agua al canario, salida de la autopista de Málaga a la altura de Fuente de Piedra, dejando a un lado la Laguna, no era día de visita ornitológica aunque merece la pena, y por carreteras comarcales buscar el término de Álora, en la provincia de Málaga, para parar en las inmediaciones del Kiosko y de ahí, atravesando el arco horadado en la roca caminar dos kilómetros en sendero de bosque denso hasta el punto de partida de esta aventura de riesgo controlado, pero riesgo al fin.



Pues la aventura no es otra que recorrer siete kilómetros de estrecho  sendero suspendido de forma artificial sobre un andamiaje anclado a la roca, que discurre por el desfiladero de los Gaitanes. Una garganta producida en remotas eras geológicas, por un mar interior aprisionado en altura que buscaba encontrarse con lo que hoy es el Mediterráneo.

Ese mar devino en río, el Guadalhorce, que bajaba bravo y a veces provocaba dañinas avenidas, aun hoy las provoca en su desembocadura, pero al que un ingenioso ingeniero puso la brida en forma de presa,de la presa a los saltos, los chorros, y de ahí la energía cinética convertida en electricidad.


Ese prodigio le valió al ingeniero Rafael Benjumea, apellido autóctono donde los haya, el título de Conde del río que domó.

Pero la doma no fue cosa de un solo hombre, y menos de un sólo licenciado universitario, sino de infinidad de anónimos hombres del pueblo, que para construir las presas y los elementos de las centrales hidroelectricas, que primero fueron "del Chorro", después de "Sevillana" y ahora de "Endesa", hubieron de jugarse la vida por este desfiladero, construyendo la estrecha senda que serpea a casi cien metros de altura por las paredes verticales.

Cuentan que para ello se contrataron a marineros de los antiguos barcos de vela, acostumbrados a hacer funambulismo entre maromas y jarcias, que con leves haces de leña colgados de los picos como plataformas y único elemento de seguridad, construyeron los elementos de andamiaje que fijan el sendero a la roca. Y cuentan que uno de los peones, vecino de Álora, no quiso ser menos que los intrépidos marineros, y donde ellos trabajaban sentados en el haz de leña, el lo hacia de pie, cual si fuese un pájaro apoyado en un cable, de ahí le devino el mote del "Pajarito" que ha dejado en herencia a sus descendientes.

Pues el estrecho e inseguro sendero original colgado en la roca, de utilidad en exclusiva para los trabajadores de la hidroeléctrica, que un día fuese visitado por el propio Rey Alfonso XIII, de ahí el nombre de "Caminito del Rey", se deterioró haciéndose aun más inseguro si cabe, y hace unos años se construyó un nuevo sendero unos metros por encima, pero con andamiaje y protecciones  actualizadas que lo hacen mucho más seguro y accesible. De ahí que se permitiera el paso a senderistas y haya terminado por convertirse en una atracción turística para la zona.

Así que nos pertrechamos para la ocasión, con casco de espeleólogo incluido, y nos adentramos en el desfiladero.






Las formaciones rocosas indican el cataclismo de proporciones inimaginables que originaron que estratos del fondo marino se yergan verticales arañando el cielo. La seguridad de los medios de protección del sendero de duelas, la malla metálica de la barandilla, no le restan la sensación de levedad del cuerpo, su fragilidad frente a la magnitud del precipicio, una mirada al vacío poco apta para quienes padezcan de vértigo. Al fondo, el río juguetea cantarín por el lecho de rocas.







Para darle un poco mas de animación y adrenalina al recorrido, han ubicado en el sendero un balcón transparente que se asoma aun más al precipicio.



En las paredes del desfiladero anidan las chovas que revolotean curiosas ante los visitantes. Tras unos kilómetros de sendero suspendido llegamos a un valle que nos permite un breve descanso de recorrido por tierra firme.






Una parada para reponer fuerzas, observar la huella de la fauna, especialmente el rastro de los jabalíes hozando en la tierra buscando tubérculos,  la flora autóctona y la que creíamos autóctona. Pues jalonan el sendero unos impresionantes algarrobos que nos cuentan son originarios del norte de África y los trajeron hasta Al Andalus los bereberes. Será así, pero imagino que en antiguas eras geológicas el estrecho sería bastante más estrecho, o ni siquiera habría estrecho y los pájaros y el viento difundirían las especies vegetales .

En los picos  que bordean el valle, nevados de excrementos de pájaro, vemos volar a los buitres, puede que algún alimoche de las escasas parejas que sobreviven por aquí, y junto a un remanso del río aletean cormoranes.

Poco dura la tierra firme y volvemos al vértigo del sendero suspendido. Nos cuentan que en las paredes crece una variedad de planta endémica, que no se conoce brote en otros lugares del mundo, así que nos urgen a no tocarlas, y casi ni a mirarlas. Curioso y heterodoxo, me paro a observar con detenimiento tamaña rareza, y que quieres que te diga, a mi se me antoja bastante parecida al culantrillo de pozo que se da en las zonas especialmente umbrosas y húmedas de nuestra tierra.




Para constancia de que estas paredes fueron alguna vez lecho marino, queda la huella fósil de alguna variedad de amonites.


Y andando entre estas curiosidades me doy de sopetón con una placa de mármol embutida en la pared de roca, en la que se aprecian grabadas unas fotos y una leyenda. Es lo que parece, una lápida, que por respeto no subo a esta entrada, que recuerda a tres montañeros que quisieron usar a modo de tirolina el cable de acero que atraviesa el desfiladero desde el lugar en que nos encontramos hasta una especie de apeadero de suministro, de la línea de ferrocarril que discurre  por algunos tramos entre túneles paralela a nuestro recorrido.

El cable  que servía para cruzar materiales entre orillas del desfiladero, llevaba bastante tiempo sin uso cuando los audaces montañeros quisieron convertirlo en tirolina y perdieron la vida en el intento despeñándose  hasta el fondo. La placa de mármol los recuerda y avisa de que no hay que jugar en exceso con la aparente seguridad de un  recorrido objetivamente peligroso. Por si quedaba alguna duda otra placa recuerda que unos metros más allá perdió la vida un monitor de alpinismo.

No son buenos alicientes para encarar la prueba más dura del recorrido, atravesar el puente colgante suspendido a más de 100 metros del cauce del Guadalhorce. Lo mejor es pasarlo con decisión haciendo abstracción del hecho físico , confiando en la firmeza del  anclaje de los cables que sostienen al puente, de la resistencia de la rejilla metálica que sirve de piso al puente, y de que si todo falla igual nos emergen unas alas en los omóplatos o la ley de gravedad adquiere valores de planetas con menos atracción.


Nos cuentan que mas de uno se queda paralizado al cruzar el puente, no es nuestro caso y pronto estamos en el otro margen del desfiladero, casi donde éste se explaya a nuevos valles y el río se empieza a ensanchar hasta una gran presa.




Poco a poco descendemos por el sendero de tablas hasta una carretera que nos llevará de nuevo al punto de partida, en realidad a unos diez kilómetros de ese punto. Desde aquí se contempla mejor las estaciones de bombeo, las instalaciones de las turbinas que transforman la fuerza del agua en energía eléctrica.



Quienes aceleramos el paso por las escaleras de duelas, y recorremos a buena marcha el camino de gravilla hasta la base de nuestro microbús, tenemos la merecida recompensa en forma de cerveza artesanal con que nos reciben en el bar de la explanada.    

De ahí hasta el Kiosko, lugar de nuestra partida y donde hemos concertado menú para la ocasión. La comida sin ser mala no pasará a la Historia. Una sobremesa de café y para alguno copa, paseo por la ribera de la presa, y  al micro, parada en Abades a la vuelta  para un café, y ya anochecido llegamos  a casa. Lo del "Caminito del Rey" ha dejado de estar entre los pendientes y la caminata ha merecido la pena. Una ocasión más para comprobar la magnificencia de la Naturaleza,  y la voluntad del hombre para domeñarla a pesar de nuestra insignificancia y fragilidad.                                            

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Pasan poco más de quince días y otra senda real, la Raya, es alfombra de mis pasos. Esta vez acompañado y acompañando al grupo de personas que creemos en la importancia ética de la estética, y la conveniencia de que valores de "lo femenino" impulsen cambios beneficiosos en la concepción del mundo y las reglas de convivencia de quienes transitamos por él.

Salimos de Villamanrique siguiendo la ruta de muchas Hermandades del Aljarafe. Paramos unos instantes a los pies del monumento a la Madre en la Dehesa, que define su perfil al contraluz de la mañana de primavera.






              
Otra parada ante el mural de Alberto Donaire, que condensa en precisas pinceladas la sustancia de nuestro ser como pueblo que mira al milagro de Doñana, nuestra trabazón con la Virgen, como expresión del mundo mágico, que vibra en energías positivas en este territorio mariano.

A partir de aquí los pasos previos de peregrino de a pie cruzan el arroyo y discurren por el camino de la Vega, los Regilares, la carretera del Bujeo. 
Nuestras sombras se alargan hasta la Raya Chica.


Nada más dejar el trozo de asfalto  que nos hemos visto obligados a transitar, pasamos la cancela del Burracal, tocamos la rubia sílice moteada del verde mayo de la primavera , procede la parada obligada del refrigerio, el café con nevaditos de coco,  hojuelas y roscos fritos. Una copa de "paloma" para bajar todo lo engullido y a empezar en serio el caminar por las arenas.

El ensayo general de la Raya Chica pronto da paso a la Raya Real. La lluvia caída hace poco ha asentado el arenal, en sus bordes crece la hierba somera que nos permite transitar con paso más cómodo.


El pinar luce tapizado de primavera.


Cerca ya del Palacio del Rey los surcos se hacen más profundos.


Y alguna laguna nos trae a la memoria el pasado Rocío del agua del año 16 de este siglo.




Será en las proximidades del Palacio del Rey, pues su interior nos está vedado a los peregrinos, donde tengamos la "pará" del mediodia.

Para celebrar el camino, la alegría del camino en hermandad, con el pan y el vino dárnoslo hoy.

Tiempo para la conversación pausada, la broma, la contemplación de los potros que chapotean en la laguna del borde de la Raya. Dice la copla "no puede ser rociero quien no ha visto en la laguna, chapoteando los potros bajo la luz de la luna". Pues Luna no, pero potros y chapoteo si que vemos.




Los potros, los caballos bellos de esta marisma, que se dejan acariciar sin perder por ello su brío.


O las "cigüeñas del Palacio levantan el vuelo y  vienen a saludar a los romeros".



O la siesta propia de este Marzo, donde " buscan las sombras el perro y el amo".





Repuestas las energías tras la comida y el descanso, retomamos la marcha dejando al Palacio a un lado, es como un espejismo de lo que fue en otro tiempo no tan lejano, lugar de sombra y cobijo para el peregrino. Ya ni nos detenemos en mirarlo, le hacemos el mismo caso que ellos a nosotros.

Sólo nos fastidia que el extenso claro donde se ubica nos deja un trecho del camino sin el corredor de sombra donde protegernos del sol que empieza a notarse castigando la ropa liviana.

Mas Raya Real, hasta los eucaliptos del Vicioso. 





Una parada cerca de la cancela que cierra el paso al camino  que se deriva hasta el Centro de Visitantes de Cerrado Garrido.

Y paso a paso, aliviando el peso de las pisadas por la arena en las sendas que existen a ambos bordes de la valla de espino, nos acercamos a Matasgordas, reciente lugar de pernocta de nuestra Hermandad en el camino de ida al Rocío grande.


Venteando el aire puede empezar a olerse el agua del Ajolí, lo que estimula a unos pies que empiezan a notar la dureza del camino, sublimada por la belleza, el equilibrio armónico que despliega la Naturaleza a nuestro alrededor.

Y aparece, el Ajolí, " yo conocí un camino, hace tiempo ya, sin limites ni fronteras, sin espuelas plateás, con un puente de madera final de mi caminar, ¡ay! Puente del Ajolí, quien te volviese a pisar".



El Ajolí de bautizo de neófitos, a los que no me quedo urgido por algunos de mis compañeros de viaje, que quieren llegar pronto al Rocío.



Y llegamos, cocacolas en la pensión Cristina, a la sombra que proyectan sus tejados, mientras vemos el ir y venir de caballos y caballistas. Coches de caballos, cocheros y pasajeros que circulan sin destino por las calles de arena, por el gusto de disfrutar de ellas y del ambiente plácido de la tarde.



Y la Ermita, una visita a la Madre, a cuyos pies rezan cantado en esta ocasión una Asociación de antiguos alumnos de algo. De algo que me suena, pues veo que una de sus componentes luce una banda con el título de "Polilla". Me intereso y parece que se trata de la Asociación de Alumnos de la Escuela de la Guardia Civil. ¡Fíjate!.


Unos minutos de recogimiento ante la imagen de la Señora, que siempre me abruma con tanto oropel en el retablo como tiene ahora. La notaba más propia, más autentica, más próxima, cuando su máximo adorno era la austeridad. ¡ Cuanto hemos cambiado, Ella y yo!.

Tras la visita a la Ermita acudir al punto de reunión, donde nos recoge el autobús que nos llevará al pueblo, al que retornamos cuando cae el sol en la Madre. 



No se si todos los caminos llevan o no a Roma, pero si sé que "caminante no hay camino, se hace camino al andar". Y así es, reales o plebeyos, los caminos se hacen al andar, en la lucha exigente, no por ello menos amigable, contra uno mismo, orillando las limitaciones físicas o mentales que tenemos cada cual.

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