El color, el sabor, el son , los aromas del verano.
Andaba anoche cenando en la terraza de la casa de uno de mis hijos mientras dos de mis nietos, el mayor y el más pequeño de ellos, jugaban alborozados, cuando a la pituitaria me llegaron los efluvios de la barbacoa de la casa de al lado , al oído el rumor de la conversación de una familia sentada al fresco como nosotros. Hacía un rato que yo había tenido un episodio de insuficiencia respiratoria de los que por fortuna sólo aparecen de tarde en tarde, pero tras los cuales suelo entrar en un estado de mayor sensibilidad sensorial, y en el rumor de la calle, los aromas de la noche, en un instante se concentró la esencia del verano, los estímulos que figuran como registros del verano en mi imaginario.
Por la economía de imágenes que necesitamos para identificar los conceptos, podría asociarse el verano con calor, playas y chiringuitos. Pero eso lo encuadro en el apartado de "vacaciones", como fracción singular pero no definitoria de todo el verano, estación que da mucho más de sí y está llena de matices.
Para mí el término "verano" se traduce en sensaciones concretas recibidas por los sentidos de la vista, el gusto, el oído y el olfato.
La luz de los amaneceres súbitos que anuncian la "peoná" temprana, el azul cobalto en todo lo alto hasta casi las nueve de la mañana.
La reverberación del sol en la paredes blancas desde las diez de la mañana hasta pasadas la siete de la tarde, que adquiere su mayor intensidad a la hora del ángelus, los densos y para mi visibles haces de fotones amarillo indio que rebotan en las paredes, la difusa niebla con brillos de espejo que se avista en el horizonte, que forma ilusorios lagos en la marisma, en las rectas de nuestras carreteras.
La transición a la tarde de mareas, irisando de tonos amarillo nápoles el azul que lame las orillas rubias del mar.
Los anocheceres rojizos que culminan los largos días de más de doce horas. A más de un mes del solsticio por aquí sigue habiendo luz del día hasta cerca de las diez de la "noche".
El rojo intenso de los tomates para el gazpacho, de las sandias perla negra azucaradas y acuosas.
Azul, amarillo y rojo en abanico de valores y tonos, colores del verano.
La reverberación del sol en la paredes blancas desde las diez de la mañana hasta pasadas la siete de la tarde, que adquiere su mayor intensidad a la hora del ángelus, los densos y para mi visibles haces de fotones amarillo indio que rebotan en las paredes, la difusa niebla con brillos de espejo que se avista en el horizonte, que forma ilusorios lagos en la marisma, en las rectas de nuestras carreteras.
La transición a la tarde de mareas, irisando de tonos amarillo nápoles el azul que lame las orillas rubias del mar.
Los anocheceres rojizos que culminan los largos días de más de doce horas. A más de un mes del solsticio por aquí sigue habiendo luz del día hasta cerca de las diez de la "noche".
El rojo intenso de los tomates para el gazpacho, de las sandias perla negra azucaradas y acuosas.
Azul, amarillo y rojo en abanico de valores y tonos, colores del verano.
Decir verano es ir diciéndole adiós a los caracoles, a los cuencos de caracoles que crecen en los armajos de la marisma, en los hinojos de los caminos que llegan y se van del Quema como las Hermandades. Al rechupeteo de la conchas rayadas en espiral, a beber con ceremonia de gourmet la oscura transparencia del caldo, la infusión a base de muñequilla de especias que da sustancia y envuelve al molusco.
Es decir bienvenido al gazpacho, a mi particular gazpacho, porque el gazpacho es muy universal y común, pero a su vez muy fácil de personalizar. En casa lo hacemos a partir de lo que nos da la temporada de la huerta. Majado de tomate mina, este año hemos aprovechado los kumato que se han pasado de punto para ensaladas, ajos castaños sembrados entre las papas con la pretensión de que sirviesen de insecticidas, y pan prieto duro, sal de la Camarga, aceite de nuestra cooperativa, y vinagre. Añadir agua y al frigorífico.
A la hora de comer, suele ser mi plato único para muchas comidas del mediodía, echarle un de "tó" de cebolla babosa dulce picada, daditos de pepino que hemos cogido mientras intentaban escabullirse entre las hojas rasposas de la mata, melón piel de sapo o sancho de la primera corta con notas de inmadurez en el paladar, pellizcos de pan duro, ventresca de atún con su aceite de oliva, algunas nueces o anacardos, y al final de agosto cuando están a punto, uvas de corinto sin hueso. Eso sacia mi hambre física y la inquietud intelectual de experiencias gastronómicas fantaseadas.
A la hora de comer, suele ser mi plato único para muchas comidas del mediodía, echarle un de "tó" de cebolla babosa dulce picada, daditos de pepino que hemos cogido mientras intentaban escabullirse entre las hojas rasposas de la mata, melón piel de sapo o sancho de la primera corta con notas de inmadurez en el paladar, pellizcos de pan duro, ventresca de atún con su aceite de oliva, algunas nueces o anacardos, y al final de agosto cuando están a punto, uvas de corinto sin hueso. Eso sacia mi hambre física y la inquietud intelectual de experiencias gastronómicas fantaseadas.
En las noches de la plaza, o su sucedáneo en casa, el bacalao a la plancha, el lomo de skrei sin más adorno y las papas aliñás. Las papas bien cocidas pero en rodajas enteritas y turgentes, la cebollita tierna picada, a veces una pizca de perejil, buen aceite, buen vinagre.
De cuando en cuando, para dar variedad a la dieta y aprovechar el pico de producción de la huerta, las berenjenas fritas a la miel. Berenjenas negras o moradas, blancas del Bagés, cortadas en finas rodajas, pasadas por tarbina de harina y huevo, fritas en aceite muy caliente, escurridas en papel de cocina y armeladas con miel de caña a poder ser, o cualquier otra miel un poquito rebajada en agua.
Si hay tomates para regalar, y ya no se tiene a quien, si aun queda algo del último jamón que se compró para los días de carretas, en las cenas al fresco viene muy bien el maridaje de jamón y salmorejo, extendidos en armonía sobre rebanadas de pan prieto tostado. El postre, los melocotones de viña que hurto con presteza a los primeros gusanos, los perfumados melocotones de viña que esparcen su aroma por la cocina desde el frutero de loza, los melones a los que tasamos cada día su madurez, las peras que hemos protegido de las tarascadas al paso de Olegario, este año la primera cosecha de las nashi, gordas como naranjas wasi, piel dura moteada pero pulpa dulce y suave, casi delicada. Y las sandias, este año serán de Mercadona, pues hay que dejar descansar la tierra de los nematodos y la araña roja que produce su siembra.
Si hay tomates para regalar, y ya no se tiene a quien, si aun queda algo del último jamón que se compró para los días de carretas, en las cenas al fresco viene muy bien el maridaje de jamón y salmorejo, extendidos en armonía sobre rebanadas de pan prieto tostado. El postre, los melocotones de viña que hurto con presteza a los primeros gusanos, los perfumados melocotones de viña que esparcen su aroma por la cocina desde el frutero de loza, los melones a los que tasamos cada día su madurez, las peras que hemos protegido de las tarascadas al paso de Olegario, este año la primera cosecha de las nashi, gordas como naranjas wasi, piel dura moteada pero pulpa dulce y suave, casi delicada. Y las sandias, este año serán de Mercadona, pues hay que dejar descansar la tierra de los nematodos y la araña roja que produce su siembra.
Caracoles,gazpacho, papas aliñás, bacalao a la plancha, berenjenas a la miel, jamón con salmorejo, melocotones, peras, melón, sandía y cervezas. Rubia cruzcampo tiradas a -2 ºC, negra con matices de café y chocolate, y refrescante radler con zumo de limón según ocasión y situación. Los sabores del verano.
El murmullo de las voces de los vecinos que toman el fresco sentados en sillitas bajas de enea, o directamente en las aceras elevadas formando cerro que orillan mi calle, el juego de los niños, sus riñas y disputas por el control de balón, el ladrido de los perros que se cuela por las mosquiteras de las ventanas abiertas de par en par, los ronroneos de los coches, los tractores que salen al amanecer buscando aliviar al cuerpo del calor del mediodía en el campo. El siseo del agua fluyendo por los goteros, la vibración de la lluvia micronizada de los aspersores, el bronce de las campanadas del reloj de la torre, la melodía de la anhelada brisa moviendo las ramas de los árboles, el aleteo de las torcaces, la tórtolas, las mirlas que duermen en los fresnos, el zumbido de los motores del aire acondicionado, el golpe seco de la escardilla, el calabozo, el hacha, limpiando las varetas de los olivos manzanillos y gordales. Los sonidos del verano.
En materia de olores, de aromas que identifiquen al verano, resalta más el hedor de las acequias con las escasas aguas estancadas en sus correntines, el tufo de la planta de tratamiento de estiércol que aunque dista kilómetros y tiene barreras de árboles, llega a veces en oleadas hasta el pueblo cuando se realizan tareas de movimiento de tierras o carga y descarga masivas, y hasta hace poco las ocasiones en que el viento traía hasta estas latitudes las singularidad odorífera de las partículas que emitía la fábrica de celulosa de San Juan del Puerto. En el verano de puertas y ventanas abiertas, pueden más esos efluvios masivos y desagradables que las sutilezas del perfume natural de las hierbas aromáticas que decapito con la desbrozadora, del intenso aroma de las rosas de terciopelo que florecen en la valla de la finca, del característico matiz de los tomates que juegan al esconder entre el encañado, del heno empacado en las cuadras. Cuando no hay que lamentar,como este año, que agreda a nuestras pituitarias, ademas de a nuestras conciencias y sentido de la supervivencia, el olor a la chamusquina de nuestro monte, nuestros bosques singulares y únicos ardiendo. Y el olor del mar, de la sal, el yodo y las algas, desplegando notas acres o suaves, pero llenando intensamente los paseos de las mañanas, de los atardeceres suaves.
Pues sí, cuando la naturaleza te da un aviso sobre la insoportable levedad del ser, la vulnerabilidad, la fragilidad de nuestro envoltorio corporal, se activan, al menos en mi caso, los sentidos, para en compensación disfrutar más intensamente de las pequeñas cosas cotidianas, y realmente valiosas, que son la esencia de la vida. Todo lo demás suele ser artificio.
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