Sombras sobre las Ramblas.
Las veces que he escuchado la melodía del "Cant dels ocells", el canto de los pájaros, los acordes, las armonías de Pau Casals, en las vibraciones graves del violonchelo, al fin y al cabo un canto navideño, han sido ocasiones solemnes, casi siempre tras acciones reivindicativas, de afirmación o resistencia, de hermandad en el empeño de construir un futuro mejor.
Esta vez las notas del "Cant dels ocells" me han llegado envueltas en un halo de tristeza, de dolor, y también de resilencia, de capacidad para sobreponerse y seguir viviendo sin caer en la desesperanza. A pesar de que hay motivos para considerar como inevitable la capacidad de los humanos de envolverse en irracionales banderas y sueños negros de ira y violencia, que los hacen insensibles ante el sufrimiento de los de su especie y arremeten contra ellos llenos de furia, haciendo a los demás responsables y víctimas de las frustraciones y los demonios internos de cada uno.
He visto imágenes de lágrimas sobre las Ramblas, la luz de las Ramblas oscurecida de sombras negras de luto por la muerte incomprensible, dolorosamente aleatoria de sus viandantes. No volveré a ver las Ramblas con la imagen que hasta ahora guardaba en la memoria.
He visto imágenes de lágrimas sobre las Ramblas, la luz de las Ramblas oscurecida de sombras negras de luto por la muerte incomprensible, dolorosamente aleatoria de sus viandantes. No volveré a ver las Ramblas con la imagen que hasta ahora guardaba en la memoria.
Mis primeros años en Barcelona los viví en sendas perpendiculares a las Ramblas, en el tramo desde Canaletas a la Boquería. En aquellos años a partir de la Boquería las Ramblas era otra cosa más marginal y portuaria.
Aterricé en la calle del Buensuceso, junto a Canaletas, en un hospedaje de urgencia que me facilitó un amigo y paisano gracias a la benevolencia de su "mastressa". Llegue a la estación de Francia con los vientos de Marzo y en esos años Barcelona era una ciudad gris en un país gris, o al menos eso me pareció en la impronta inicial. Había abandonado hacía muy poco el soleado nido y tenía el alma compartida entre el deseo de aventuras y la pesadumbre de la nostalgia. Pero nada más entrar a las Ramblas me cambió el aire ante el despliegue del cosmopolitismo de los viandantes, del colorido de los puestos de flores y pájaros que jalonan todo el tramo.
Mi referente de gran ciudad era hasta entonces Sevilla, y su arteria comparable a las Ramblas la calle Sierpes, y rápidamente pude captar las diferencias entre el ambiente provinciano y castizo, el ritmo bellamente provinciano sin duda, con el olor a café y calentitos, el ruido del menaje de los desayunos a media mañana, la homogeneidad del paisanaje de Sevilla, con el ir y venir trepidante la hetereogenidad de los viandantes de las Ramblas. ¡Esto debe ser Europa! me dije.
Pronto busque acomodo con una "mastressa" que vivía en la esquina de la calle Fernando con las Ramblas, frente a la Plaza Real, y mi entorno próximo fue ese espacio limitado por el Gótico, las Atarazanas y el Barrio Chino, que entonces nadie denominaba "el Raval", cada cual con una personalidad muy definida. Por ahí deambulaba en mi tiempo de ocio y en las actividades de pluriempleo que eran tan comunes en esos años. Un poco de todo hube de hacer en el "Mister Dollar " de la calle Escudellers, el "Chez Popoff" de la calle Conde del Asalto y algún otro establecimiento de la cadena Ferrer, y de "claca " en el Liceo para acceder así a la ópera que de otra forma resultaba casi imposible disfrutar. Tuve ocasión de interaccionar con esa amalgama de personas que formaban los turistas, la gente que trabajaba en los puestos de la Boqueria , los noctámbulos que acudían a los establecimientos donde yo trajinaba con el sonido y la luminotecnia, los cuasi hampones que pululaban por el entorno en busca de alguna oportunidad y los aficionados a los grandes macetones de cerveza de la Plaza Real, que inducían a la bulla y la algarada que sufría en noches de insomnio en el verano de balcones abiertos.
Para mi todo aquello fue un bautismo de modernidad y un ejercicio de adaptación que me hizo cambiar la visión que hasta entonces tenía del mundo, de la vida en general. No se si todo fue positivo, pues ese entorno tenía algunos aspectos sórdidos y desagradables, pero si sé que ese tiempo y ese sitio lo identifico con el descubrimiento de la libertad como bien intangible que nos hace dueños y responsables de nosotros mismos y de nuestras acciones, y un valor que merece la pena defender a costa de casi cualquier cosa.
Las circunstancias profesionales me llevaron de aquí para allá por toda Cataluña y las familiares después me hicieron buscar acomodo en barrios más residenciales de Barcelona. Pero las Ramblas eran destino obligado en las salidas de fines de semana al frankfort de Canaletas, las terrazas de la Plaza Real o la afanosa búsqueda de los efluvios de casa en la manzanilla y el atún en escabeche con un punto de pique del bar Sanlucar, ya en las Atarazanas.
Las carreras, los saltos, el apretar los dientes ante las porras de los antidisturbios en el tiempo que gritábamos "llibertad, amnistía, estatut de autonomía", cuando arrimábamos el hombro para hacer caer el desvencijado edificio de la dictadura, respetó las Ramblas como escenario de las no siempre incruentas batallas de esos días.
Después he visto como las Ramblas han sido el ágora de las celebraciones por los triunfos del Barça, y si acaso el escenario para las representaciones de algún soñador que confunde ilusión con realidad, pero siempre las imaginé como un santuario de la vida en movimiento, del mosaico de singularidades que somos los seres humanos del planeta Tierra y si acaso como expositor de flores cortadas o pájaros enjaulados.
Nunca imaginé a las Ramblas como un lugar de muerte y desolación, como un altar en el que mitigar con flores, velas, peluches y mensajes negro sobre blanco la rabia de la impotencia por un terror ajeno a su esencia de convivencia pacífica y que cuesta trabajo entender siquiera sus causas, su motivación.
¿Como comprender donde se incuba el huevo de la serpiente que eclosiona de forma tan irracionalmente violenta y destructora ?¿ Que hace que jóvenes casi adolescentes, con aparentes historias existenciales de familias emigrantes, como fuimos tantos otros, en proceso de arraigo y normalización en la tierra de acogida, tengan tan poco aprecio a su vida y a las de sus semejantes, sus conciudadanos al fin y a la postre, como para inmolarlos e inmolarse en aras un modelo social, económico y religioso, que en el mejor de los casos los retrotraería a la vida de la que intentaron escapar sus familias?
¿Son las doctrinas el germen del odio y la violencia, o lo son su interpretación maximalista e intolerante?
La búsqueda de la verdad, de nuestra razón de ser, nuestro lugar en el mundo, suele ser un acicate que motiva una parte de nuestras vidas, especialmente en el periodo de nuestras vidas que va de la adolescencia hasta la juventud. Ahí buscamos certezas que nos hagan avanzar sin incertidumbres, las verdades absolutas consuelan el pozo de las inquietudes de esa etapa de la vida, donde todavía no hemos aprendido que la única certeza es la incertidumbre y que la verdad es un caleidoscopio, y cuanto más equilibrada y armoniosa más cercana a su esencia.
En esa edad los jóvenes son presa fácil de los vendedores de sueños sin aristas, de paraísos totalitarios sólo para los elegidos, en este mundo y en el otro, que también se les ofrece como indubitado. Y una vez engarzado en la dinámica de la justificación del odio, el que cree sin duda siente que el "otro" se cosifica, pierde su humanidad y puede ser exterminado sin piedad ni remordimiento.
Así, en mi modo de ver, en cualquier doctrina religiosa y/o política que se sienta en posesión de la verdad absoluta, que abarque todos los ámbitos de la vida, que no admita espacios de duda o relatividad, está el germen de la insensibilidad hacia el semejante, cuya vida es insignificante respecto al bien superior de la sociedad que vendrá, el paraíso en la tierra que se promete.
Sólo hace falta quien se tome al pie de la letra esa doctrina, quien vea en su interpretación relativista el origen de los males del mundo, para que pueda construirse el terrorista o el mártir.
Hoy sucede con unas religiones, ayer sucedió con otras, hasta que el humanismo en sus distintas variantes podaron las excrecencias totalitarias que justificaron la exterminación de infieles y herejes.
Ayer sucedió con credos políticos totalitarios que trajeron la más negras de las iniquidades en pleno siglo veinte, y hace muy poco visiones de defensa a ultranza de etnias que se sentían en peligro al romperse los equilibrios que originaron su unidad en un objetivo social común , motivaron limpiezas étnicas entre pueblos que habían superados sus diferencias históricas y aceptado vivir juntos sin ningún enfrentamiento colectivo. Y esto ha sucedido en la Europa que creíamos a salvo, escarmentada de las doctrinas totalitarias de cualquier tipo mientras aquí en España celebrábamos gozosos acontecimientos mundiales de la cultura y el deporte y nos sentíamos ajenos a la tragedia. Eso nos demuestra que en cualquier momento, sitio y lugar puede estar incubándose el huevo de la serpiente.
Me duele cualquier victima de la sinrazón, pero me han dolido especialmente las de las Ramblas, espacio de la diversidad en mi imaginario, y a pesar de las diferencias entre las ideologías, la doctrina del punto de partida, cada vez siento más temor con que en este entorno vuelvan a estar a punto de eclosionar de nuevo los huevos de la serpiente, cuando veo como carecen de relativismo las patrias idealizadas, y en los últimos días el fin vuelve de nuevo a justificar los medios en Cataluña, y solo hay blancos y negros, no hay armonía de color, arcoiris de la verdad en las posiciones. Ojalá me equivoque y no haya nuevos mártires ni víctimas por esta causa. Pero tiene todas las papeletas, y no serán las de las urnas precisamente, para que estalle la sinrazón y después sea difícil contener el fuego que todo lo devora.
Las redes sociales escupen odio sobre todo aquel que osa enfrentarse a la oleada, la marea totalitaria que se disfraza de patriotismo pequeñoburgués. A la idealización romántica o egoísta del territorio construida sobre mitos más que realidades , se subordina el interés y las necesidades de sus habitantes, de origen más ricamente plural que los de cualquier otro lugar de nuestra geografía. Y ese enrarecimiento de la convivencia ha crecido en nada de tiempo, en una espiral geométrica que no sabemos como terminará.
No hay tiempo ni espacio para matices, para centralidades integradoras otrora social y políticamente mayoritarias, o conmigo o contra mí, no quieren que el sueño se les escape, a costa de lo que sea. La desidia y la impostura han dejado incubar el huevo de la serpiente.
Se instala la desmemoria de cuanto costó llegar hasta aquí, los sacrificios y renuncias sobre los que se construyó el salto cualitativo de las condiciones de vida de nuestros pueblos, la travesía entusiasta y generosa de dejar de ser África y convertirnos en una de las avanzadillas de Europa. A golpes de twuit jóvenes y menos jóvenes excitados por el resplandor de la nueva patria idealizada, que ven a su alcance, creen ingenuamente que la Historia no puede repetirse aunque sea en forma de dramática farsa, y se mofan y befan de luchadores que ayudaron a que fuera posible la libertad que les permite su impertinencia de acné ideológico.
Habrá que recurrir a Friedrich Gustav Niemöller, que en su poema que muchos asignan a Bertold Brech, avisa del riesgo que tiene para los indiferentes el no oponerse a la arbitrariedad cuando aun están a tiempo.
Magníficas reflexiones y más partiendo de las vivencias propias en ese entorno.
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