Sentido de pertenencia/Lazos de sangre.
En estos días convulsos, en que nos parece un mal sueño que podamos estar de nuevo viviendo en nuestro país hechos y comportamientos que parecían bien guardados en el baúl de la Historia, me vuelve de nuevo, vía Facebook ,uno de estos vídeos que se hacen virales, te impactan de alguna forma, por esa razón lo compartes , van dando vueltas por las redes sociales y una mañana retornan como un boomerang, pero lo hacen en un momento que adquieren un nuevo significado.
Se trata de un estudio de ADN de diversas personas de países y etnias distintas por el que se determina la procedencia de los ascendientes de éstos. Esa realidad científica desmonta los mitos que cada cual se crea sobre sus orígenes y pone en evidencia la contradicción entre ideologías y prejuicios, y saca a la luz lazos de sangre inesperados en no pocos de los que aceptaron participar en el experimento.
Si a todos se nos hiciera ese análisis comparativo se nos vacunaría de ensoñaciones raciales o identitarias que justifican el miedo o el menosprecio al otro.
Pues a pesar de que el intercambio genético es tan grande entre la raza humana que nadie puede presumir de pertenecer a un grupo étnico incontaminado, resurgen las ideologías de todo tipo que hacen de la cuestión identitaria el dogma de fe de quimeras supremacistas más o menos edulcoradas.
En ese sentido creo haber tenido suerte de nacer en una tierra, llámese región, comunidad o nación, cada cual a su gusto, que si por algo se distingue es por hacer bandera del mestizaje que ha dado lugar a su razón de ser. Por la capacidad de conquistar a sus conquistadores, integrarlos y sumar su aportación a un acervo común en constante cambio y crecimiento sin perder la esencia que lo define.
Esa concepción del sentido de pertenencia la llevamos allá donde nos impulsan los vientos de la vida y por ello nos suele costar bastante poco integrarnos en otras sociedades, aunque siempre sintamos añoranza de la nuestra.
Hay diferencias sustanciales entre el sentido de pertenencia y el nacionalismo. El sentido de pertenencia se sustancia en el presente, en la sublimación afectiva de los lazos de sangre que compartes con tus coetáneos, en el disfrute de valores culturales y existenciales con quienes sientes próximos aunque puedan separarte distancias geográficas e incluso ideológicas.Te reconoces en los rasgos y los anhelos comunes, pero no necesitas tener enfrente al otro para proyectar el futuro.No intentas ni necesitas disfrazar tu realidad. Eres lo que eres porque naces o paces en un lugar determinado, con luces y sombras, sin necesidad de compararte ni evaluarte respecto a otros, lo aceptas con naturalidad, si puedes lo disfrutas o por el contrario lo padeces, o ambas cosas a la vez.
El nacionalismo por contra proyecta con añoranza un pasado generalmente mixtificado, que pretende sea herramienta de construcción del futuro. Desde esa idealización del pasado no valora el presente, que entiende como un paréntesis incompleto entre una historia que cree fue plena y un futuro que se sueña armonioso. Otros son siempre los culpables de las supuestas afrentas, los daños y agresiones que motivan el presente que no les gusta más que como palanca de construcción del futuro, que necesariamente se construirá contra esos otros, a los que se considera inferiores, indignos de pertenecer a los elegidos.
Tres lustros viví en Catalunya sintiéndome como en mi propia casa, de hecho allí estaba realmente mi casa, el primer hogar del que me sentí plenamente responsable.
Siempre estuve cómodo en esa amalgama cosmopolita de Barcelona, de la Costa Brava, en incluso en las sociedades más cerradas de los pueblos del interior que me toco recorrer en razón a mi profesión. Nunca tuve la percepción de que aquella tierra no fuese mi patria, rara vez noté que fuese ninguneado o menospreciado por la procedencia. Las únicas diferencias que identificaba con claridad eran las de clase, lo mismo que en el lugar de origen. Acepté con naturalidad, a pesar de la incomodidad, verme obligado a estudiar en una lengua que dominaba con bastante más dificultad que el castellano, que la recuperación del catalán motivara un tratamiento asimétrico a favor de éste que hiciese posible el bilingüismo real. Aprendí rápidamente a disfrutar de la novedad de los rasgos diferenciales de la cultura de adopción, pero no tuve que renunciar a los propios, ni nadie me lo pidió. En esos años todos arrimábamos el hombro en objetivos comunes y los maximalismos supremacistas eran cosa de individuos contados.
Tan es así que la únicas notas destacables al respecto que guardo en el recuerdo de aquellos años son más jocosas que negativas. Una noche de San Juan , "nit de San Joan" , debimos dar tanta tabarra por sevillanas en el bajo de uno de los vecinos/amigos, que al recogernos al amanecer , "con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza " cantaba Serrat sobre esa noche mágica, cuando nos arullábamos bajo las sábanas los altavoces a toda voz de una vecina del bloque de al lado tronaban con la sardana la Santa Espina, y no se puede decir que fuera una revancha nacionalista , más bien una forma de manifestar la hartura de pinos y arenas que le dimos la noche anterior. En otra ocasión que había concurso de disfraces para los niños en el colegio y no teníamos nada más a mano decidimos ponerle al mayor el traje corto campero que le había confeccionado la abuela, y gano. Hubo protesta, pero no porque fuera un traje andaluz sino porque no era un disfraz, entendimos la protesta pero nos quedamos con el premio y santas pascuas.
En las autonómicas del 80 fue donde por primera vez dudé de que aquello de "mes que mai un sol poble", mas que nunca un solo pueblo, no tuviese resquicios. El fracaso del PSC, que tenía cantando el triunfo electoral, se achacó entre la "gauche divine" que formaba la élite del Partido al desinterés por las elecciones de los catalanes procedentes de la inmigración, y lo mas probable es que tuviesen razón.No todos se sentían igual de concernidos, pero había puentes entres quienes tenían distintos sentidos de pertenencia.
Los "botiguers", los tenderos nacionalistas se hicieron democráticamente con el poder, Aina Moll puso en marcha las políticas de normalización linguística y alguna fricción hubo.
Obligado me vi a hacer de improvisado intérprete a los compañeros con quienes me asocié para los trabajos en equipo del laboratorio de electrónica digital que formaba parte de una de las asignaturas que cursábamos en la ET de Urgell. Había que ver a mi vecino Domingo Bendje Ngono, guineano, y al enjuto y barbudo Francisco de la Rosa, franciscano granadino que paseaba por la Escuela Técnica su saya marrón oscuro y sus andalias de cuero con toda desenvoltura, forzándose ambos en hablar y escribir catalán
Pero ningunos nos hacíamos mala sangre por la evidente presión para normalizar el catalán, lo asociábamos a la recuperación democrática del uso de la lengua materna propia de Catalunya y pagábamos a gusto el peaje.
Hay diferencias sustanciales entre el sentido de pertenencia y el nacionalismo. El sentido de pertenencia se sustancia en el presente, en la sublimación afectiva de los lazos de sangre que compartes con tus coetáneos, en el disfrute de valores culturales y existenciales con quienes sientes próximos aunque puedan separarte distancias geográficas e incluso ideológicas.Te reconoces en los rasgos y los anhelos comunes, pero no necesitas tener enfrente al otro para proyectar el futuro.No intentas ni necesitas disfrazar tu realidad. Eres lo que eres porque naces o paces en un lugar determinado, con luces y sombras, sin necesidad de compararte ni evaluarte respecto a otros, lo aceptas con naturalidad, si puedes lo disfrutas o por el contrario lo padeces, o ambas cosas a la vez.
El nacionalismo por contra proyecta con añoranza un pasado generalmente mixtificado, que pretende sea herramienta de construcción del futuro. Desde esa idealización del pasado no valora el presente, que entiende como un paréntesis incompleto entre una historia que cree fue plena y un futuro que se sueña armonioso. Otros son siempre los culpables de las supuestas afrentas, los daños y agresiones que motivan el presente que no les gusta más que como palanca de construcción del futuro, que necesariamente se construirá contra esos otros, a los que se considera inferiores, indignos de pertenecer a los elegidos.
Tres lustros viví en Catalunya sintiéndome como en mi propia casa, de hecho allí estaba realmente mi casa, el primer hogar del que me sentí plenamente responsable.
Siempre estuve cómodo en esa amalgama cosmopolita de Barcelona, de la Costa Brava, en incluso en las sociedades más cerradas de los pueblos del interior que me toco recorrer en razón a mi profesión. Nunca tuve la percepción de que aquella tierra no fuese mi patria, rara vez noté que fuese ninguneado o menospreciado por la procedencia. Las únicas diferencias que identificaba con claridad eran las de clase, lo mismo que en el lugar de origen. Acepté con naturalidad, a pesar de la incomodidad, verme obligado a estudiar en una lengua que dominaba con bastante más dificultad que el castellano, que la recuperación del catalán motivara un tratamiento asimétrico a favor de éste que hiciese posible el bilingüismo real. Aprendí rápidamente a disfrutar de la novedad de los rasgos diferenciales de la cultura de adopción, pero no tuve que renunciar a los propios, ni nadie me lo pidió. En esos años todos arrimábamos el hombro en objetivos comunes y los maximalismos supremacistas eran cosa de individuos contados.
Tan es así que la únicas notas destacables al respecto que guardo en el recuerdo de aquellos años son más jocosas que negativas. Una noche de San Juan , "nit de San Joan" , debimos dar tanta tabarra por sevillanas en el bajo de uno de los vecinos/amigos, que al recogernos al amanecer , "con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza " cantaba Serrat sobre esa noche mágica, cuando nos arullábamos bajo las sábanas los altavoces a toda voz de una vecina del bloque de al lado tronaban con la sardana la Santa Espina, y no se puede decir que fuera una revancha nacionalista , más bien una forma de manifestar la hartura de pinos y arenas que le dimos la noche anterior. En otra ocasión que había concurso de disfraces para los niños en el colegio y no teníamos nada más a mano decidimos ponerle al mayor el traje corto campero que le había confeccionado la abuela, y gano. Hubo protesta, pero no porque fuera un traje andaluz sino porque no era un disfraz, entendimos la protesta pero nos quedamos con el premio y santas pascuas.
En las autonómicas del 80 fue donde por primera vez dudé de que aquello de "mes que mai un sol poble", mas que nunca un solo pueblo, no tuviese resquicios. El fracaso del PSC, que tenía cantando el triunfo electoral, se achacó entre la "gauche divine" que formaba la élite del Partido al desinterés por las elecciones de los catalanes procedentes de la inmigración, y lo mas probable es que tuviesen razón.No todos se sentían igual de concernidos, pero había puentes entres quienes tenían distintos sentidos de pertenencia.
Los "botiguers", los tenderos nacionalistas se hicieron democráticamente con el poder, Aina Moll puso en marcha las políticas de normalización linguística y alguna fricción hubo.
Obligado me vi a hacer de improvisado intérprete a los compañeros con quienes me asocié para los trabajos en equipo del laboratorio de electrónica digital que formaba parte de una de las asignaturas que cursábamos en la ET de Urgell. Había que ver a mi vecino Domingo Bendje Ngono, guineano, y al enjuto y barbudo Francisco de la Rosa, franciscano granadino que paseaba por la Escuela Técnica su saya marrón oscuro y sus andalias de cuero con toda desenvoltura, forzándose ambos en hablar y escribir catalán
Pero ningunos nos hacíamos mala sangre por la evidente presión para normalizar el catalán, lo asociábamos a la recuperación democrática del uso de la lengua materna propia de Catalunya y pagábamos a gusto el peaje.
El que mis hijos mayores naciesen en otra tierra, cuando mi horizonte de retorno a la de origen carecía de perspectiva, me hizo pensar que lo mejor era propiciar su integración desde muy pequeño, de manera que conociendo sus orígenes se sintiesen parte de una nueva identidad que sumar a la de procedencia , para que en el futuro pudiesen aprovechar las sinergias que eso les conllevaría.
Imagino que eso mismo hicieron tantos padres en mi misma situación, es lo más coherente y conveniente, pero en algunos casos los equilibrios identitarios, el sentido amplio de pertenencia, ha debido bascular más hacia el lugar de nacimiento que al de origen, cuando vemos que en los últimos años todo se ha salido de madre y muchos representantes de las nuevas generaciones han abrazado con la fe del converso el nacionalismo supremacista que tanto choca a la concepción identitaria, el sentido de pertenencia de sus padres.
Los vemos agitando banderas que se proponen romper, no ya concepciones culturales coyunturales y sujetas a cambios, sino lazos de sangre indelebles. Y pienso que algo hemos tenido que hacer mal los ascendientes cuando se da este comportamiento en los descendientes. O igual se sienten tan presionados por los "cristianos viejos" que piensan que el suelo de las convicciones se mueve bajo sus pies y se abrazan a ideas impropias a su origen para no caer en la esquizofrenia.
No le habremos explicado bien la fuerza del lema de nuestro escudo "por sí, para España y la Humanidad", la convicción de que no hay progreso duradero para cualquier pueblo, si éste progreso no se extiende entre los pueblos vecinos, y que lo más pragmático que puede hacerse es aunar esfuerzos para que llegue a toda la Humanidad.
El cuento de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, es un impulso animal que justifica la defensa de las jerarquías en el reparto del sustento, pero de una ceguera improductiva para nuestra condición de seres sociales. Ha bastado el acuerdo entre diferentes, la fijación de metas comunes sin renunciar a las propias, para que en cuatro décadas todos los pueblos que formamos las Españas hayamos recuperado gran parte del atraso de los siglos empeñados en tirar cada cual de un pico de la manta.
No se trata de recurrir al internacionalimo épico y poético carente de sustancia , para rechazar la defensa de cualquier sentido de pertenencia. Es desde el sentido de pertenencia donde debemos reivindicar el derecho al progreso común de los pueblos, la posibilidad de ampliar ese sentido de pertenencia en estratos que no solo no son contradictorios, sino que pueden alimentarse entre ellos y hacerlos más sólidos.
Va a resultar difícil convencer a todos que tienen en los ojos la fiebre del nacionalismo supremacista ( dirán que no, que lo suyo únicamente es deseo de ejercer el derecho a gobernar su futuro), pero no es más que una versión del supremacismo, el de los más ricos y según ellos más laboriosos, que quieren desprenderse de lastre para avanzar más rápido. Decía que va a resultar difícil de convencerles de que el lastre, si lo hay, no lo enmarcan las líneas imaginarias o físicas que definen los territorios, está en cada uno de nosotros, en la dificultad para entender que no hay nada mejor para nuestros intereses que dar según nuestra capacidad, y tener valor para defender que debemos obtener según nuestra necesidad.
Así que como no podremos con todos, vayamos al menos por aquellos con quienes nos unen lazos de sangre, hagamos que acudan a la llamada de " por sí, para España y la Humanidad".
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