Tiempos nuevos, o no.
En la primavera del año catorce de este siglo encontré una fórmula para satisfacer la vanidad agazapada en quien quiere completar la necesidad de escribir con el placer de ser leído.
Hacía diez años que las consecuencias de los cambios tecnológicos y económicos nos empujaron a la trampa del retiro prematuro, con cincuenta y pico años, a quienes probablemente en esos momentos disfrutábamos de la plenitud de las capacidades profesionales que dan las experiencias de haber contribuido a gestionar cambios complejos, unidas al bagaje de la formación permanente y actualizada que eso requería.
Desde el privilegiado observatorio que me permitió conocer de primera mano las vivencias personales de tantos que me precedieron en la salida, aprendí que la mejor forma de recomponer las claves de la autoestima, inevitablemente erosionada tras el trance de abandonar de forma anticipada la profesión que ocupaba el eje del tiempo y las energías, estaba en el retorno a las cosas sencillas que dan satisfacción íntima.
No me apetecía vivir en la melancolía de lo que fue, alimentada por reuniones mensuales de cesantes empeñados en reverdecer los laureles de batallas olvidadas, y enfilé la proa hasta el pueblo que me vio nacer, a hacer cotidiano lo excepcional. A contemplar las luces del amanecer y el ocaso sin echarle ojeadas ansiosas al reloj, a oír como crecía la hierba entre los lomos del huerto, garabatear cuartillas y dar grisallas a lienzos y tablas. Para equilibrar con gotas de realismo el particular Nirvana que me construí, me endosaron o me endosé responsabilidades de gestión en emprendimientos sociales que siempre dejan el sabor agridulce de la filantropía insuficiente.
En sosegada actividad creativa, sin preocuparme del destino de lo creado, anduve una década, ajeno a las vueltas imparables de la rueda de Erástones, hasta que un día me dije y ¿ahora qué?. Puse distancia crítica a la obra y empecé a evaluar la conveniencia de orientar el rumbo, pero ya era cautivo de nuevas rutinas creadas al amparo de la libertad de elección en que hacer con tu tiempo.
Como tantos otros me he dejado seducir por las oportunidades comunicativas que facilitan las redes sociales. Una página en Facebook me permite dar a conocer lo que va saliendo de los pinceles sin necesidad de mendigar amparo en exposiciones de compromiso y escasa audiencia. No me importa cuantos ven las obras, sino que el reflejo fotónico de las composiciones de color pueda ser captado por otros ojos distintos a los míos, aunque sea a través del tamiz deconstructor de la fotografía.
El blog, el inmenso mar de la blogosfera me ha permitido lanzar botellas que han llegado a orillas inesperadas, y a que los lectores se cuenten por miles para mi sorpresa. Primero las entradas aperiódicas iban saliendo a la velocidad de la necesidad de contar cosas, después del autocompromiso de la entrega mensual. Entonces llega la inquietud por quienes y cuantos leen las entregas, hay quien me pide que cuelgue los post en Facebook, y el ego me hace caer en la tentación, primero satisface el resultado porque se incrementan los lectores, pero después me aparece una preocupación que no tenía sobre si lo que voy expresando tiene sentido para alguien además de para mí.
Ahora como acaba el año, hay una frontera virtual en el calendario y es tiempo de pararse a pensar si hago lo que quiero y como lo quiero, o por el contrario me he dejado atrapar por nuevas cadenas y no disfruto plenamente del razonable espacio de libertad que se nos permite en cada tiempo.
La exposición pública de lo que vas creando lleva aparejada una no confesada necesidad de audiencia, y sobre todo del beneplácito de esa audiencia, que condiciona inevitablemente la naturaleza íntima de la creación, la libertad en la forma y fondo de la obra.
El emprendimiento social no puede convertirse en un exclusivo instrumento de autosatisfacción, de realización personal, ha de ser rentable socialmente porque da respuesta eficiente a una necesidad pública, que no puede ser satisfecha total o parcialmente por los particulares o las administraciones. Hay quien me dijo que nunca sabes cuantos quieren cruzar el río hasta que no le construyes el puente, pero a veces, llenos de buenas intenciones, orientamos el esfuerzo a satisfacer demandas que no existen mas que en nuestra idea de lo que debe ser.
La agricultura ecológica para uso propio no puede tener como guía el capricho o la curiosidad, sino satisfacer de productos de calidad la demanda doméstica de la familia más o menos extendida, y hay que adaptar los cultivos para que no se produzcan sobreproducciones que después nadie aprovecha.
Formuladas las reflexiones es hora de aplicar las consecuencias que se extraen de ellas.
Poco puedo hacer para modular los cambios que vendrán en estos tiempos nuevos que se anuncian , más que navegar entre ellos intentando ser junco que se yergue cuando pasa el vendaval o corcho que flota en la corriente resistiendo su empuje. Pero sí tengo responsabilidad en aquellas decisiones que de mi dependan, para contribuir a la racionalidad de las cosas.
Por ello me despido de la edición mensual de estos posts para volver a la escritura aperiódica según me lo vaya pidiendo las ganas de escribir, seguro que no se notará en absoluto mi ausencia en este hartazgo de escritores amateurs, que con la audacia del ignorante creemos que decimos algo, que tenemos algo que contar.
Pintar cada día ha terminado de ser una necesidad básica como el comer, he de seguir haciéndolo, publique o no en la página de Facebook, que para mí ha perdido toda importancia. Somos tantos los que queremos dar a conocer nuestras obras a través de las redes, que hemos terminado por saturar aun más si cabe a quien accede a ellas cotidianamente. No puede resolverse con mirada presurosa de un click lo que requiere de contemplación serena, por eso quienes pintamos y publicamos nuestras obras nos volvemos invisibles entre tanto meme provocador y vídeo ocurrente.
Voy a poner metros cuadrados de la huerta en barbecho, descansaremos la tierra y yo.
Todo proyecto social, como cualquier otro, requiere de liderazgo, pero si el liderazgo no se renueva el proyecto decae por la pereza del adocenamiento, la falta de estímulos de las ilusiones ajadas por la dureza de la realidad. Es hora de plantearse abandonar también aquí la primera línea para facilitar que entre el aire nuevo.
Andaba en disertaciones recurrentes sobre las dudas existenciales cuando llega Ana, vestida de gala con la capa de la ciclogénesis explosiva y en la tierra de María Santísima se crean tornados cual si estuviésemos en Oklahoma. La noche toledana me anuncia desastres al amanecer. Compruebo que en la casa todo ha quedado en los ruidos infernales provocado por el vuelo en espiral de los objetos ligeros que había en el patio, pero en la finca hay víctimas. El inmenso árbol de especie invasiva, seis metros de alto, más de diez metros de copa y casi cincuenta centímetros de diámetro de tronco, yace en el suelo taponando la entrada al espacio de las cuadras. Pero ha tenido la delicadeza de no dañarlas ni a éstas ni al pajar, más allá de levantar la cama de paja de cebada cervecera y mandarla hasta la Sierra Morena.
Un fresno de porte parecido que crece en el límite de la finca del vecino ha perdido en el envite dos de sus ramas más gruesas, que han caído sobre la palmera datilera vecina desmochándola.
Siempre presto a buscar explicaciones donde no las hay, me da por buscar en lo ocurrido metáforas sobre los tiempos que vivimos y los que vendrán.
El árbol de las cuadras, de crecimiento rápido, sacrificó la solidez y el equilibrio en su desarrollo en aras de los resultados inmediatos visibles. En pocos años nos dio una extensa sombra que agradecíamos en verano, pero su enraizamiento era superficial y escaso, no pudo aguantar un mal viento, y si llega a cogerme abajo estaría ahora realizando estas reflexiones en el espacio de la eternidad. Las prisas, la ansiedad del éxito, que no nos deja hacer el gazpacho con maja en el dornillo, ni freír las migas lentamente en el perol.
El fresno de ribera, la palmera del desierto, conviviendo felizmente a escasos cuatro metros, hasta que viene un fenómeno extraño a sus naturalezas y todo se disloca, la armonía entre distintos se vuelve violencia y daño.
Toca poner orden, intentar que las cosas vuelvan a su sitio, pero requerirá contundencia y sacrificio. Para ello me proveo de las herramientas adecuadas, motosierra, hacha y hachón, y no pasan cinco minutos cuando me sobra la pelliza de pana y forro de borreguillo con que aguantaba las rachas de viento que llegan del Atlántico, se acabaron las tonterías del intelecto, aquí no cabe más que emplear la fuerza bruta en estado puro.
Andaba en disertaciones recurrentes sobre las dudas existenciales cuando llega Ana, vestida de gala con la capa de la ciclogénesis explosiva y en la tierra de María Santísima se crean tornados cual si estuviésemos en Oklahoma. La noche toledana me anuncia desastres al amanecer. Compruebo que en la casa todo ha quedado en los ruidos infernales provocado por el vuelo en espiral de los objetos ligeros que había en el patio, pero en la finca hay víctimas. El inmenso árbol de especie invasiva, seis metros de alto, más de diez metros de copa y casi cincuenta centímetros de diámetro de tronco, yace en el suelo taponando la entrada al espacio de las cuadras. Pero ha tenido la delicadeza de no dañarlas ni a éstas ni al pajar, más allá de levantar la cama de paja de cebada cervecera y mandarla hasta la Sierra Morena.
Un fresno de porte parecido que crece en el límite de la finca del vecino ha perdido en el envite dos de sus ramas más gruesas, que han caído sobre la palmera datilera vecina desmochándola.
Siempre presto a buscar explicaciones donde no las hay, me da por buscar en lo ocurrido metáforas sobre los tiempos que vivimos y los que vendrán.
El árbol de las cuadras, de crecimiento rápido, sacrificó la solidez y el equilibrio en su desarrollo en aras de los resultados inmediatos visibles. En pocos años nos dio una extensa sombra que agradecíamos en verano, pero su enraizamiento era superficial y escaso, no pudo aguantar un mal viento, y si llega a cogerme abajo estaría ahora realizando estas reflexiones en el espacio de la eternidad. Las prisas, la ansiedad del éxito, que no nos deja hacer el gazpacho con maja en el dornillo, ni freír las migas lentamente en el perol.
El fresno de ribera, la palmera del desierto, conviviendo felizmente a escasos cuatro metros, hasta que viene un fenómeno extraño a sus naturalezas y todo se disloca, la armonía entre distintos se vuelve violencia y daño.
Toca poner orden, intentar que las cosas vuelvan a su sitio, pero requerirá contundencia y sacrificio. Para ello me proveo de las herramientas adecuadas, motosierra, hacha y hachón, y no pasan cinco minutos cuando me sobra la pelliza de pana y forro de borreguillo con que aguantaba las rachas de viento que llegan del Atlántico, se acabaron las tonterías del intelecto, aquí no cabe más que emplear la fuerza bruta en estado puro.
Limpiar las excrecencias que impide el descanso de los más dependientes y recomponerles sus austeras camas de paja.
Así que doy las gracias a quienes hayan tenido la paciencia de leer esta o cualquiera de las anteriores entradas, vuelvo a los cuarteles de invierno, y nos veremos cuando nos vaya apeteciendo.
Intentad ser felices en este tiempo nuevo, o quizás no tan nuevo, que nos llega, por nosotros que no quede, siempre habrá quien intente aguarnos la fiesta.
Intentad ser felices en este tiempo nuevo, o quizás no tan nuevo, que nos llega, por nosotros que no quede, siempre habrá quien intente aguarnos la fiesta.
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