La insoportable levedad de los tiempos líquidos





Después de mucho tiempo sin navegar por la blogosfera, me arriesgo en un salto mortal tratando de encajar en el propio título conceptos manejados por escritores tan complejamente ricos como Milan Kundera y Zygmunt Bauman. 

Pero no encuentro mejor definición para estos tiempos que me toca transitar en el otoño de la vida y que exceden de la capacidad de elasticidad del pensamiento, de las concepciones del mundo, de la propia existencia, de las experiencias que se han ido acumulando con flexibilidad a lo largo de los años. 

Puede que aún haya quien sienta que vive en tiempos sólidos y le parezca exagerada la apreciación, o que para cada generación la solidez tenga unos rasgos diferenciales, pero me temo que no, que no se trate de un lugar común de la edad, sino de una situación que quizás se repita a lo largo de la Historia, por la que tiempos sólidos y líquidos se alternen en el transcurrir de nuestra especie sobre el planeta. 
En cualquier caso no sé si mis argumentos para enjuiciar estos tiempos son realmente los argumentos, pero ahí están para refrendar la hipótesis.

Nací en tiempos sólidos de escasez de alimentos y libertad, superar esas carencias era la razón de vivir para una generación zarandeada por las circunstancias que nos impulsaron a gastar la juventud en la pelea por el mundo que soñábamos. Nos servían de fiel de la balanza, de norte y guía, las firmes convicciones aprendidas sobre el amor, el trabajo y el patrimonio, que ayudaban a superar las incertidumbres del camino. Algunos tuvimos que renunciar a esos sueños mínimos y abandonar muy pronto la escuela para ayudar al sustento de nuestras familias, a edades tan tempranas que hoy serían impensables, además de reprobables e ilegales. Con poco más de ocho años llevé mi primer jornal a casa, hasta a mí me resulta increíble cuando lo comparo con la vida que tiene ahora uno de mis nietos de esa edad. 
Atascado en ese horizonte plano de supervivencia anduve hasta los dieciséis, que salí de la abulia existencial impulsado por la aventura de la milicia. En ese tiempo, todavía oscuramente sólido, ser voluntario en el Ejército era una rampa de despegue hacia un destino absolutamente incierto, pero despegue al fin y al cabo. 

Sigo creyendo en el libre albedrío, pero hoy sé que a veces nos arrastran corrientes con las que es imposible e infructuoso luchar, y al pairo de esas corrientes construimos nuestros itinerarios vitales de forma diferente a cómo lo habíamos imaginado. Mientras estaba en el Ejército volví a los libros, siempre creí ser de letras, pero de pronto, después de descubrir mi escasa vocación castrense, me ví embarcado en una profesión genuinamente tecnológica. Era una salida alimenticia en la búsqueda de la seguridad en el empleo, que entonces y seguro que ahora, tenía un gran valor de estima, incluso por encima de las retribuciones, del valor real de compra de éstas. Esa elección sobrevenida me mandó a lugares distintos y distantes. 

Ya que estaba, aparqué la Filosofía, me olvidé de los presocráticos, Descartés, Kant,... y me enfrasqué en las leyes de Kirchoff, en Faraday, Coulomb,... para un poco más tarde, elevando el listón, entrar en el álgebra de Boole, los NPN, PNP y las puertas lógicas. Todo seguía siendo sólido, absolutamente sólido, hasta lo abstracto, lo invisible, tenía ese halo de solidez, de estabilidad. 

En esos años el Régimen en el que había nacido, el único que conocía, y por tanto era para mí pura normalidad, empezaba a mostrar algunas rendijas en su solidez de plomo. Las turbulencias me rodeaban por la mañana en el trabajo y por la tarde en la Escuela Técnica, y un torbellino de solidaridad me hizo pasar de súbdito complacido e indiferente a sindicalista de primera línea. Tuve tiempo de probar la práctica totalidad del menú represivo que la Dictadura ofrecía generosamente a sus opositores, aún así los más viejos en el oficio contaban que nada que ver con los años recientes pasados. 

Para no caminar por esa senda desarmado ideológicamente, volví a la Filosofía, pero esta vez de forma más precisa y selectiva, hacia quienes habían dicho algo aplicable a mi recién descubierta vocación de tibio agitador de conciencias. En ese camino me encontré con Marx y Engels, con Bakunin, pero como sonaban estridentes a mis oídos, retrocedí a Saint Simon, George y Proudhom, y  avancé hacia Weber, Kautsky, Bernstein y Pestaña. Atendiendo a la armonía de la verdad, que decía San Agustín, encontré acomodo en la socialdemocracia, entonces ideología sólida donde las hubiere.

Este pensamiento político no ignoraba la realidad de la lucha de clases, la necesidad de transformación y reforma de un modelo económico que propiciaba tanta desigualdad, pero desde la libertad y el progreso continuo. Allí me instalé y ahí sigo, a pesar de que todo haya evolucionado aceleradamente mixtificando su solidez. 

Atendiendo a Kundera en sus divagaciones sobre cuerpo y alma, deseo y realidad, las modificaciones que ésta impone sobre tus anhelos más íntimos, terminé entrando en la estructura de jerarquías que motivó mi desafección por la milicia . De pronto me encontré dirigiendo a un grupo de personas, algunas de ellas mujeres que se incorporaban por primera vez a profesiones técnicas que les habían estado vedadas, intentando conciliar los roles de sindicalista y mando, ahí empecé a notar como comenzaban a tambalearse mi concepción de los tiempos sólidos, pero todo seguía mas o menos estable, definido.

En ese estado anduve toda la Transición, interrumpido por la zozobra del Golpe, que tensó todos los músculos de la supervivencia y nos preparábamos para lo peor, pero fue breve, por fortuna, el episodio y motivó la eclosión del Cambio. Hay un aforismo que dice que no sueñes con lo que se pueda cumplir y no anda desencaminado, pues cuando los sueños se cumplen la realidad siempre difiere de lo que soñaste. Esa realidad me zarandeó de nuevo, llevándome a territorios que no estaban en mi esquema de lo que debía ser el futuro. 

Hube de abandonar la solidez de un modo de vida que me permitía una senda de crecimiento evolutivo personal y profesional, el proceso de adaptación a una cultura distinta que empezaba a considerar como propia y me vi impelido a convertir la teoría en praxis. Fue inevitable elegir, el equilibrio entre el sindicalista y el mando que, con dificultad, había mantenido hasta el momento resultaba imposible y hube de optar por situarme en el escenario del retorno a la tierra de origen, de la que me había alejado hacía más de una década, y a la que volví como modesto representante del nuevo poder instalado en las estructuras empresariales. Todo un contradiós que me hizo durante un tiempo vivir sin vivir en mí, pero la resiliencia, palabra de la que en aquel momento desconocía de su existencia, me permitió superar el trance, entrar en lo que empezaron para mí a ser tiempos líquidos. 

Hube de distanciarme de la tecnología, a la que había empezado a coger gusto, donde todo suele ser sencillo, la cosa va o no va, no hay medias tintas ni interpretaciones, para introducirme en la "Gestión" en unos momentos que se anunciaba una gran trasformación tecnológica y legal. Había que dotar de agilidad a un mastodonte anquilosado, a esa guerra desconocida me empujaron y ninguno sabíamos cual iba a ser el resultado. De un barrio populoso en una gran metrópolis, culturalmente variopinto y pleno de posibilidades, pasé a residir en una de las nuevas urbanizaciones de homogeneidad pequeñoburguesa sin arraigo alguno, habitada por quienes pretendían haber ascendido al status de clases medias y hacían de ello bandera en sus actitudes más cotidianas.

En lo profesional era un outsider impuesto por la nueva Dirección, que venía a ayudar a cambiar los equilibrios del viejo Establiments, no iban a darme ni los cien días de gracia, con más de uno dispuesto a ponerme la zancadilla a la primera oportunidad. En lo político, al margen de alejarme de la militancia sindical por contradictoria "per se" con el nuevo puesto, venía de un modelo de socialdemocracia cuasi nórdica, con tintes identitarios y una ética protestante con relación al trabajo como la que evaluaba Max Weber. Aterricé en la estructura cerrada de un socialismo que, con adornos superficiales izquierdistas, practicaba un populismo de voluntad hegemónica y un punto sectaria. En lo personal, volvía a lo que había sido mi casa, mi familia, mis amigos, pero habían pasado más de diez años y ya nada podía ser igual, habíamos cambiado todos y tras la euforia del reencuentro vino la desazón, sentí las paradojas del eterno retorno que tan bien retrata Kundera. 

Pero a pesar todo, el contexto seguía resultando analógico, sólido, estable, era cuestión de reposicionar la agujas de marear y adaptarme a las corrientes de estos pagos, los rasgos de realidad que había idealizado, sublimado, en mi larga ausencia moteada de cortas visitas. Me ayudó la decisión de orientar la vida social en el pueblo donde nací, era una necesidad inicial que consolidamos como práctica, como una manera de reafirmar el sentido de pertenencia, aunque eso obligase a la dualidad de entornos sociales. 

No más de tres años me duraron estos tiempos sólidos, cuando empecé a percibir las primeras oleadas de los nuevos tiempos líquidos. El mastodonte no aligeraba su paso y hubo que cambiarle la dieta, en ese cambio la corriente me llevó hasta el mar, cada mañana amanecía con los rayos del sol reflejados en la ría del Odiel, y en esa Ínsula Barataria me tocó hacer de Quijote y Sancho para empujar la rueda de la transformación. En ese ínterin una nueva carambola de la vida me llevó a la política local, no estaba dispuesto a entrar en otra, carente como estaba de ambición, cualidades e intereses para medrar en ella. Si la carrera profesional me estaba resultando inesperada, e incluso indeseada, la política no te digo, vade retro. Pues en ambas estuve dos mandatos, y en ambas vi venir los tiempos líquidos de forma incontenible. 

En una lo propició el salto tecnológico de la telefonía móvil y la digitalización, que en el plano teórico había visto en los osciloscopios de la ET de Urgell y ahora tocaba hacerla praxis, y en el político la miríada de inmorales que se pegaron como lapa al nuevo poder y como manzanas podridas contaminaron el cesto entero. El sólido edificio de las convicciones sobre el amor, el trabajo y el patrimonio empezaba a resquebrajarse, había que buscar materiales para contener el derrumbe, pero habrían de ser materiales adaptados a la navegación en los tiempos líquidos. 

En lo profesional la desregulación obligaba a apostar por la creatividad, la imaginación, para definir nuevos productos y servicios, la reconversión de profesiones y profesionales para hacerlos más ágiles y polivalentes, la orientación al cliente y la estrategia de la calidad total. 

En lo político no era tan fácil el viraje, no había posibilidad de encontrar el material necesario entre tanto mangante del puerto Arrebatacapas, tanto afiliado a la Cofradía de Monipodio, así que me dije,  ahí quedáis hasta más ver. 

Lo que, a mi juicio, terminó de cancelar los tiempos sólidos en que había vivido hasta entonces, fue el giro copernicano que me tocó dirigir técnicamente en el espacio geográfico que me fue asignado, una vez que decidieron por mí que ya había disfrutado bastante de los amaneceres en la ría y los atardeceres en la Peña que presidía honorariamente Paco Toronjo. El mastodonte se había puesto en marcha, pero necesitaba de mucha más agilidad para coger velocidad y quienes disponían sobre el asunto se propusieron aligerar la carga. 

El interesante, satisfactorio oficio, de seleccionar y formar, dirigir, a quienes se incorporaban al proyecto, se trocó en la desagradable función de facilitar la salida a los depositarios de la experiencia, Know how, se empezaba a decir en la nueva lengua franca. Pero aún ahí nos dieron herramientas para que entre el pensar y el hacer no hubiesen distancias insalvables. Eso fue posible porque el modelo socialdemócrata de pacto entre capital y trabajo había impregnado las relaciones laborales, al menos en las grandes empresas donde los sindicatos eran tenidos en cuenta. Pero esto empezaba a debilitarse a toda velocidad. A partir del colapso que se inició en el ochenta y nueve del llamado, mas que nada por quienes lo pilotaban, socialismo real, se rompieron, a mi juicio, los equilibrios que daban razón de ser al modelo alternativo que funcionó bastante bien en toda Europa y por ello se reflejaba en todo el mundo. 

El sólido capitalismo industrial y de las materias primas, dio paso al capitalismo financiero y de las tecnológicas, las referencias estaban en Londres, Wall Street y el Nasdaq, connmodities y utilities pierden peso y dejan paso a nuevos valores económicos más intangibles, que dejan perplejos no sólo a la socialdemocracia sino también, a mi juicio, al liberalismo clásico. 

Una nueva corriente de pensamiento que hemos dado en llamar neoliberal, empuja sin complejos para romper el pacto entre capital y trabajo, la correlación de fuerzas les favorece y ellos sí han seguido leyendo a Marx. El internacionalismo socialdemócrata en lugar de reforzarse para articularse de nuevo como alternativa, se repliega como en la I Guerra Mundial en un sálvese quien pueda de cada país, y las nuevas democracias salidas del colapso del bloque del Este, se apuntan con entusiasmo al único modelo que se ofrece como viable. 

Internet crece de forma exponencial y en en la red queremos ver, o nos quieren hacer ver, la panacea a todas las insatisfacciones. Todo lo que era analógico desaparece en poco tiempo y el mundo virtual adquiere tanta consistencia o más que el físico, durante un tiempo se reproduce de nuevo el optimismo en un progreso infinito. 

Todo esto sucede cuando en lo profesional el éxito de los proyectos de ajuste, de las reingenierías aplicadas, me empujan de nuevo hacia delante, dejándome en completa soledad asumiendo el peso de la púrpura, con contados colegas en la misma situación, que para mirar hacia arriba hemos de recorrer más de quinientos kilómetros, pero como se hacen en AVE, parece que estuviesen más cerca. 

Aquí ya es que navego sobre aguas procelosas en un momento convulso, donde los resultados dependen de demasiadas variables que no controlas, pero como va funcionando se adquieren nuevas habilidades y confianzas, que saltan por los aires cuando un día toca morir de éxito. Se hizo tan bien el trabajo encomendado que ya no eres necesario, has de seguir la estela, la puerta de salida a la que orientaste a tantos otros. Cuando creías que estabas en el mejor momento profesional, habías adquirido competencias contrastadas, evaluadas en los exigentes procesos anuales, la edad te sitúa en el disparadero.

Me aguantan unos meses en la duda, hasta que me ponen puente de plata de rentas aseguradas y protección social suficiente. Entonces no es que todo se vuelva líquido, puede resultar incluso gaseoso, si no estuviese avisado de que en algún momento iba a llegar el fin de la carrera profesional, y preparando las claves de la autoestima para el día después. 

Ahí, la decisión en su día de mantener la dualidad de entornos facilitó el tránsito. Para el entorno social relacionado con lo profesional empiezas a ser invisible al poco tiempo, pero conocedor de su frivolidad, su consistencia líquida, había invertido poco en él, y no costó nada abandonarlo, dejarlo morir de inanición. El refugio estaba asegurado, nunca abandoné el pueblo desde el retorno y podía volver tranquilo a él, siempre tendría un sitio en su vida aparentemente menos compleja. Pero también ahí la realidad se había vuelto algo más líquida, a consecuencia de la distancia emocional y el influjo de los nuevos tiempos de la aldea global.

Necesitado de rellenar el tiempo ausente de lo que había sido actividad trepidante, me dejo enredar de nuevo por la política local, y el emprendimiento social. Quedó acreditada mi incompetencia en la primera para los tiempos líquidos, hube de organizar la retirada a mitad del mandato y sigo aún en la segunda, queriendo hacer viable el sueño de los días de vino y rosas del alto valor de las fincas rústicas.

Recorriendo ese camino, la crisis sistémica del capitalismo financiero me dio, como a tantos otros, una tarascada, la liquidez de los tiempos líquidos, que se escapa por cualquier rendija. El nuevo sistema del capitalismo financiero se ha llenado de rendijas por las que se drenan los recursos hacia los mismos, pero ahora cuesta más identificar a los responsables. Todo se diluye y reparte de forma que resulta muy difícil apuntar las armas de la resistencia, adquiere valor la palabra resiliencia, siempre más pasiva e individual. 

Temiendo que de tantas rendijas se les descosa todo el tinglado, hasta los liberales llaman a poner orden al capitalismo financiero desbocado, como si pudiesen seguir cabalgando el tigre, pero les dura poco el entusiasmo, el tigre ya no se deja cabalgar. La socialdemocracia sigue perpleja durante unos años, haciendo piruetas de terceras vías que los llevan al mismo sitio. Las sociedades navegan en la red, en las redes, llenas de nuevos héroes de un individualismo creciente por las distancias reales que produce la  no es mas que proximidad virtual.

Enrique Santos Discépolo compuso "Cambalache" en 1934, pero cualquiera diría que lo hizo pensando en el emblema de estos tiempos líquidos, las redes sociales, donde da lo mismo "ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, que un gran estafador, un burro que un gran profesor. Los inmorales nos han igualao", cantaba Santos Discépolo en su tango.

Pienso que es así, las redes son un señuelo de igualdad, de compensación, de libertad, pero envueltas en fundas virtuales, líquidas, que confunden y alejan de la lucha constante por la búsqueda del Hombre Grande, o quizás del Ser Humano Grande, porque hasta las palabras con las que nos entendíamos han empezado a tener tal liquidez, que cualquier "chorro o estafador" las puede convertir en armas arrojadizas de ida y vuelta.

Los tiempos líquidos parecían que habían venido para quedarse y a los que la Naturaleza nos sitúa en franca retirada, sólo nos quedaba irnos en esta corriente sin demasiados daños, preocupados por el mundo que dejábamos atrás. Pero la Pandemia nos ha venido a mostrar la verdadera levedad del ser, lo desacertado de no compensarlo con estructuras sociales que le resten esa inevitable levedad, el error en profundizar en las otras levedades del ser que apuntaba Kundera. Los ojos se están volviendo hacía un horizonte de nuevos tiempos sólidos, pero no estoy seguro de que estemos mirando a los abanderados adecuados de esos nuevos tiempos, que la neblina, la confusión de estos tiempos líquidos no nos jueguen malas pasadas. 

Porque la liquidez, los deslizamientos estratégicos de las posiciones, el blanqueamiento de las tramas negras de la Historia, la banalización de la maldad, la adulteración consciente de la verdad, corre por los nuevos ágoras llenos de inmorales. Y en estos no hay distingos ni alineamientos, edad ni posición, se las han puesto a huevo y elevado la anécdota a categoría, el esperpento, el estrambote, a ensayo, comedia o drama.

Para muestra un botón. Acudí hace unos días a la amable conferencia de un destacado representante de ese izquierdismo de adorno que me encontré al volver a casa, y vino el hombre a opinar, en su derecho está el opinar, no tanto a interpretar la verdad sobre nuestra historia reciente y dar opiniones sesgadas sobre que nos movilizó o desmovilizó en la Transición, cuales eran los anhelos, no sólo de los Estados Mayores, sino de la infantería que se batía en primera línea.

Ahora resulta que la socialdemocracia actual es , a su juicio, otra, como si siempre no fuese otra comparada con cualquier tiempo. Pero  de lo que dice veo que me sitúa,  a pesar de haber sido y seguir siendo socialdemócrata, en el radicalismo, alejado del socialismo "liberal", y lo dice quien en su día nos denostó por eso, por ser socialdemócrata. Así pasa lo que pasa, que quienes lo jalean con sus intervenciones en el acto, son claros representantes de la derecha local.

Que decir de quien proveniente del viejo PCE que hubo de despojarse del estalinismo a marchas forzadas, se convierte en mascarón de proa del blanqueamiento exprés.

Pues eso, que también a los viejos rockeros nos afectan los tiempos líquidos, y no sería nada extraño que todo lo expuesto en este texto sea, además de muy largo, una sarta de tonterías.

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