Temporales

 



¡Llueve, Señor, llueve, llueve!

En mi estancia, iluminada
por esta luz invernal
?la tarde gris tamizada
por la lluvia y el cristal?,
sueño y medito.



Me permite este verso de  Antonio  Machado, abrir el post que motiva lo excepcional de este tiempo de agua constante y furibunda que  cae sobre nuestro campos, nuestros pueblos blancos, desorientados por la falta de hábito.

Pudiera parecer, que este tiempo lluvioso viniera a contradecir las profecías de avance del desierto por la, hasta hace nada, sedienta Andalucía. Pero yo al menos, carente de los conocimientos científicos para aseverar una cosa o la contraria, me dejo llevar al respecto por la observación empírica. Esa observación empírica me dice lo alterado que están los ciclos naturales, para que nos resulte extraordinario los que hace medio siglo era tan común.

He necesitado más de cincuenta años para contemplar como el cielo se nubla de forma permanente  durante mucho tiempo y la lluvia, suave o torrencial, cae persistente un día tras otro.

Entre los mayores del lugar, de los que empiezo a formar parte gracias a  que Dios y la Naturaleza que me han traído hasta aquí, es frecuente que en nuestras conversaciones fáticas traigamos en estos días grises el recuerdo de aquellos "temporales".

En nuestra niñez no había DANAS, ni ciclogénesis explosivas, ni llamábamos a las borrascas por su nombre de pila, lo que había era "los temporales".

La lluvia pertinaz del otoño, del invierno, embarrando los campos, haciéndolos impracticables para las siembras , para las faenas del campo en los olivares y las viñas. Las lagunas someras se enseñoreaban de los caminos y las hazas, desiertas de las manos de los hombres, que holgaban forzosos en las tabernas mientas en las tiendas se alargaban las listas de los fiados.

El ruido desacostumbrado, la bulla en las tabernas era música de fondo para nuestro caminar entre charcos hacía la escuela, a buscar la leche en polvo y el queso de bola, la escasa proteína que entraba en nuestro estómagos, saciados a golpe de potajes con poca pringue. En esa revisión de la Historia, de la realidad histórica de un tiempo de penurias de toda clase, para la mayoría claro, en ese tiempo también había quien nadaba en la abundancia, que ahora está tan de moda, se nos ha ido la memoria como se fueron "los temporales".

En nada quedaremos, o quedarán, pocos que hayan caminado por las calles fangosas recorridas por los correntines de aguas pluviales y residuales en un mismo caño, que desembocaban en las gavias, las acequias que venían a colmatar el arroyo o las cañadas repletas de juncos y otra flora de ribera.

A las inclemencias de ese tiempo le hacían frente los mayores controlando la escasez, para evitar verles las orejas al hambre, los tenderos con resignación y solidaridad a la espera de que las "barás" de la primavera y el verano diesen para saldar las cuentas.  Los niños nos protegíamos del viento húmedo, de los chaparrones, caminando pegados a las paredes para aprovechar la escasa protección de los aleros, resguardados en los dinteles de las puertas cuando el agua arreciaba, vestidos con las ropas de abrigo heredadas de nuestros hermanos, reformadas de las dádivas caritativas de los más pudientes, calzados, los menos, con las botas de goma, los más con zapatos del mismo material, de un desvaído color rojizo  que dejaban dibujados líneas y círculos de roña en los pies.

Para aquellos que, herederos de los esfuerzos para superar las penurias, hoy romantizan aquel tiempo de miserias, habría que decirles que el progreso ni es infinito, ni está asegurado. Bien está la superación de los tiempos difíciles, distrayéndolos en los cajones del olvido que guarda y esquiva la memoria, eso ilumina el camino de la esperanza para los pueblos. 

Pero cuando apuntan nubarrones, resurgen los "temporales" de todo tipo, habría que desempolvar la lecciones aprendidas por quienes, victimas de esos "temporales"  y las circunstancias que los circundaban, tuvimos que levantar el vuelo, en oleadas,  buscando en las lunas de otras tierras prometida, el pan y la sal que se nos negaba en la nuestra.

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