Dime tú porque cantas por las arenas?
Dime tú por qué cantas por las arenas
repartiendo alegrías si tienes penas
Explícame lo que sienten tus ojos, éxplicame
Lo que sientes tus ojos rociero, cuando la ves.
Sobre esta pregunta construye Paco Coria una de sus coplas, y sirve esta copla para que cada año se vaya formulando la misma pregunta por los caminos que nos llevan hasta La Madre.
La Madre de aguas someras donde chapotean los potros y se alimentan los flamencos, la Madre de Dios que mora a sus orillas, la Madre comprensiva y protectora, abogada y maestra, a cuya búsqueda salimos cada primavera.
Muchas sesudas teorías, no pocas argumentaciones místicas, intentan explicar las razones que nos empujan a creyentes y agnósticos a desdibujar las diferencias entre una y otra opción en el hermanamiento del peregrinar, en la superación de las dificultades de los caminos, en la espiritualidad implícita de la travesía.
No hay una respuesta racional para un fenómeno de naturaleza emocional, mágica, telúrica, que en cada cual se produce de una forma distinta.Yo al menos hace mucho tiempo que he renunciado a verlo con los ojos de la razón, prefiero sentirlo desde la emoción, con los ojos del alma.
Pero tuve mis fases. La infancia despreocupada de las rifas del pañuelo, preludio de los días de baños en la alberca. Del repique de campanas que nos convocaba a la Plaza, del tronar de cohetes que indicaba la proximidad de las hermandades llegando al pueblo por los distintos caminos. Del colorido de las carretas engalanadas. El blanco refulgente a la luz intensa de Mayo, los adornos de flores bordeando, bordando los arcos, el tornasol de las batas rocieras en un arcoiris de yuxtaposición de colores. Las sevillanas cantadas al compás de palmas en cada carreta. Nuestros juegos entre las patas de los caballos desoyendo las recomendaciones de los mayores.
Después el paréntesis de silencio absoluto en el pueblo. Entre sábado y martes, nos quedábamos solos quienes por una u otra razón no íbamos al Rocío. Y la vuelta, la fiesta de la vuelta, al atardecer del martes, a esperar la Hermandad. Todo el mundo a esperar la Hermandad. La liturgia de ir esperar la Hermandad, a caballo, con las mejores galas. Los cascos de los caballos resonando en todas las calles del pueblo, y los niños, casi todos a pie, mirando con envidia a adultos y mozalbetes, en traje corto, con las flamencas a la grupa agarradas a su cintura. Y las niñas que se hacían mujeres antes nuestros ojos el día que iban a esperar a la Hermandad. La entrada de la carreta del "simpecao", mágica nube de polvo en el camino de Gatos al ritmo de gaíta y tambor. Y la noche alumbrada por los candelabros de la carreta, reflejando los tonos rojos del terciopelo del "simpecao", de las flores, de las cintas que bajan del cielo a los frontiles de los bueyes.
Y notar la presencia del espíritu de Papá, de su morfología grabada en la frágil , maleable memoria de un niño, montando al Inglés en medio de la multitud. Esperaba cada año expectante que me dijese ¡sube!, para poner un pie en el estribo, e impulsado de su mano acomodarme en la silla vaquera, tocar las riendas de cuero y conducir al Ingles en la ordenada fila de caballos que acompañaban a la Hermandad. Como lo hacían tantos niños. Pero no sucedía, el espíritu de Papá se desvanecía cuando yo creía que iba a tomar cuerpo y en medio de la bulla, de la multitud, me abrumaba la soledad, me dolían intensamente las ausencias. Nunca me subió mi padre a la silla, ni me llevó de la mano mi madre a esperar la Hermandad, esos días se recluía aún más en casa, rota de dolor. Tenían para mí los Rocíos el sabor agridulce de la ilusión de esperar el milagro y la decepción de que nada mágico sucediese, más allá de la propia magia que tenía todo aquello, en su conjunto.
La adolescencia, la temprana juventud, mi primera vez al Rocío, al retorno consciente de una realidad que no pude percibir con los ojos de la razón en mis primeros cuatro años de vida, fue por carretera, resonando en mis oídos aquello de :
El que quiera ir al Rocío
que vaya por las arenas
no vaya a ser tan "malage"
de venir por carretera.
Con otros amigos tuvimos nuestro bautizo rociero en la caja de un camión, en un corto trayecto que me pareció tan exótico como de haber viajado a la India. Nos dejaron en el Real cuajado de carretas ante las hermandades y se reveló todo el mundo que guardaba en los genes transmitidos por tantas generaciones anteriores, en el subconsciente del niño que anda trémulo por la arena del Real. Todo me era familiar y vivido. Reconocí los espacios, las ubicaciones, los acebuches centenarios, cada rincón de la casa de la familia, la escalera de madera, las puertas, los techos.
Cuando en la madrugada llegó la Virgen a la Hermandad, la pugna tribal de cada año me atrajo como un imán, salté al tumulto, a la polvareda en torno al paso, me agarré a un varal y sentí una inmensa descarga de energía, tiré del varal con una fuerza desproporcionada al peso, la escasa corpulencia que tenía entonces. Sentí que un brazo presionaba mi cuello, me faltaba aire pero tenía la sensación de levitar, hasta que tiraron de mí, me sacaron medio inconsciente del rebullón.
- ¡Que te van a matar!¿ Que haces tanto tiempo debajo de la Virgen?- Me decía mi primo, que con toda su fuerza había acudido al rescate.
- No me daba cuenta- Respondí exhausto, sudoroso, en estado de trance aún.
Recuperadas las fuerzas, la Virgen ya por Coria, me sumé a la fiesta, al café con la rosas, las agüelas, pero la fiesta no tenía ya demasiado interés para mí. Me quedé dormido en una silla hasta que avisaron que iniciábamos el retorno. El retorno lo hice en silencio, en un profundo recogimiento interior que desoía los estímulos para sumarme al cante. Llegué a casa, le conté a Mamá lo vivido, con pocas palabras, pero sentí que me comunicaba con ella, alimentaba vivencias olvidadas, tristemente olvidadas , y a sus ojos asomaron las lágrimas, de nostalgia, melancolía, o puede que de felicidad.
Un día llegó la hora de marchar, puse más de mil kilómetros de distancia de aquellos caminos. Sufrí primero en solitario, después en compañía, la nostalgia de la ausencia de esos días de Mayo.El corazón se nos encogía, llorábamos como niños cuando Mamá nos llamaba por teléfono el "jueves de carretas" y al otro lado del auricular oíamos el repique de las campanas, el tronar de los cohetes.
Durante una década no volví al Rocío, en la distancia me llegaron los ecos surrealistas de la pugna entre las nuevas y las viejas generaciones en torno a la carreta de plata. La Junta de la Hermandad había decidido que había que tener una carreta de plata, "como todas las demás", y estalló el conflicto con los jóvenes agrupados en torno al párroco, contestatario de esa forma de religiosidad popular que se profesa en torno a la Virgen, a sus símbolos, y que motivaba al derroche de una carreta de plata en momentos de grave dificultad económica, con los hijos del pueblo huyendo masivamente a la diáspora de la emigración. Ha habido, hay y habrá quien analiza este fenómeno de devoción a la Virgen con ojos de racionalidad excluyente, y vea en ello un comportamiento cercano a la idolatría. No deja de ser una visión dogmática, que no asume que este hecho diferencial de veneración por la Madre se hunde en las raíces de los tiempos hasta la protohistoria y que con distintas variaciones se da en muchas culturas. Tiene por tanto que guardar relación con la forma que algunos pueblos tienen de ver el mundo, de interpretar la realidad.
A pesar de mi despego de entonces por las cosas de la Iglesia, de mi agnosticismo incipiente, causa/ efecto del desarraigo de la emigración, del cuestionamiento, las dudas de la juventud inquieta, no entendí tanto entusiasmo militante contra los símbolos históricos, que nos dan razón de ser, sentido de pertenencia. Habrá quien resuelva que son totems, de acuerdo, pero quien dice que no fuesen y sigan siendo necesarios, ¿por que otra cosa se van a sustituir para definirnos como pueblo?. Perdió el pulso el cura y sus jóvenes contestatarios y la carreta de plata se hizo, muy semejante a la vieja carreta de madera, tan singular y distinta, pero se hizo y ya nadie la cuestionó, ni la ha vuelto a cuestionar.
En el otoño del 83 retorné al Sur y en la primavera del 84 volví al Rocío, a los "días de carretas", a los caminos, a las arenas profundas de la Raya. En un Land Rover alquilado para la ocasión, maldurmiendo en Palacio en una manta, entrando con la Hermandad a la presentación del mediodía del sábado, somnoliento y cubierto de polvo. Rociero de alpargata, proletario de la Romería, si no fuese por las botas de montar, los pantalones de rayas que hizo Mamá con tanto cariño, celebrando en silencio que al fin volviéramos a las tradiciones de siempre. La gustaba a Mamá verme embutido en el traje corto, los pantalones de tiro alto, las chaquetillas, el sombrero de ala ancha, que dan el aire de los rocieros a caballo que fueron siempre mis ancestros. De esa guisa he ido al Rocío mientras ella vivió. Cada año me cosía un nuevo pantalón, cada par de años una chaquetilla.
Desde que no está abandoné los pantalones de tiro alto, las chaquetillas, los pañuelos de seda, los tirantes de cuero. Cambié el atuendo del Rocío de traje corto al vestuario de calle, "casual wear" peregrino, pantalón chino, las camisas de algodón crudas, el pañuelo de yerba. He cambiado el sombrero de ala ancha de fieltro, por un panamá de paja. Y ahora resulta que ese es el atuendo de moda de los viejos rocieros, que no es lo mismo que rocieros viejos.
Canta Eco de las Marismas :
Al camino a caminar
siguiendo viejas costumbres
y tradiciones de siempre
con las mismas ganas
con las mismas gentes
Así ha sido desde el 1984 a 2011, un cuarto de siglo de Rocíos con las mismas gentes, unos entraban y otros salían algunos años, pero el núcleo de amigos, el mismo. Las vicisitudes, los cambios personales y profesionales los he ido aparcando, minimizados o ignorados en esos días de primavera, la semana sagrada de cada año.
Al principio los caminos de ida y vuelta, apretujados en el Land Rover, con la baca atestada de los preparativos, los avíos y el costo, las noches de Palacio alrededor de las candelas, para entrar con la Hermandad tal cual llegábamos del peregrinar. Un poco más tarde la casa del Rocío, la casa de Juan, restaurada y preparada cada año para la ocasión. El intenso disfrute de los preparativos, el sabor inigualable de las vísperas. Muchos años del carro de doce plazas y las dos mulas blancas como tanques. Alternaba el carro con el Suzuki Samurai primero, con el Mitsubishi Montero después, aliviando a ratos a mi mujer, la conductora habitual de romería, de las tensiones de la conducción en el caos de arena , de los atascos hasta los ejes.
Me reservaba siempre las tardes/noche en el carro. Las tardes/noche de los hombres en el carro, de manzanilla en rama a tutiplen y sevillanas cantadas sin parar. Para atreverme, audaz, en lo alto del carro o en las paradas, a tocar con la guitarra las sevillanas cadenciosas, sin el ruido y las prisas de los nuevos toques, aprendidas de Antonio Márquez en la Peña Flamenca de Huelva. Las paradas en cualquier rincón del camino, con las reuniones conocidas, o con perfectos desconocidos que terminaban siendo hermanos.
Las mañanas del camino, los mediodías, suaves o tórridos según cada año, eran para caminar, conducir y caminar. Caminar delante, detrás de la Carreta, en multitud, en grupos numerosos, en grupos reducidos, en absoluta soledad en medio de toda la gente, o disolviendo la individualidad en la tribu, pero caminar. Meter y sacar el pie, la bota alta, en la arena rubia. Comer, beber, cantar, bailar, conversar a paso de bueyes, desde abajo, pie a tierra. Y los momentos de espiritualidad mística que se suceden en el camino, a pie, nunca los he sentido en lo alto del carro, de un caballo. Y son esos momentos los que recargan el alma, la llenan de energías positivas. Esos momentos justifican por si solos los Rocíos.
Los respeto, pero no me siento de quienes hacen los caminos sin bajarse del caballo, del carro, de la carriola del tractor. Mirando a los que van a pie desde arriba, desde la altura imaginaria de la pirámide social, un tanto trastocada esos días del Rocío. Adinerados que juegan a ser humildes rocieros de alpargatas y se alejan del boato y la ostentación, tiesos de peonada y subsidio, que se visten de traje corto, enjaezan el caballo, se engominan el pelo y se sienten dueños del cortijo, mirando con desdén desde la silla vaquera. O ellas, que los acompañan a la grupa, reinas por unos días de la Raya y el Real, luciendo una enhiesta flor en el pelo y el traje de flamenca nuevo, como sólo saben lucirlo las mujeres de mi pueblo.
Siempre he preferido la mescolanza variopinta de los rocieros de a pie. Las oportunidades de conocer y darse a conocer, la sorpresa de la sabiduría, aprendida o infusa, la calidad humana que a lo largo de tantos años he ido encontrando en los rocieros de a pie me ha resultado más difícil encontrarla en quienes iban a caballo. Igual ha sido un prejuicio, una pizca de resentimiento por mi distancia forzada del mundo del caballo, quizás sea eso. O igual si el hábito no hace al monje, el caballo tampoco al caballero y uno espera más de lo que cabe esperar.
Pero es así, no sólo en los caminos, en el Rocío después es también así. Es muy difícil la hermandad, la comunicación, con quienes llegan al porche de la casa y sin bajarse del caballo, o del carro, se toman la copa, la tapa, allí en lo alto, se las tienes que llevar asumiendo una actitud servil, de posición desigual. Nada de eso sucede con quien llega a pie, la integración en la fiesta, la chanza, la conversación, la comunicación en suma, es inmediata.
Tantos Rocíos dan para mucho. Para ver crecer a mis hijos caminando junto a mí hasta que han tenido edad de volar por su cuenta. No han tenido, por fortuna para ellos y para mí, que sufrir la sensación de vacío, de ausencias, de los Rocíos de mi niñez. Pueden cantar sin melancolía, como fiel reflejo de la realidad eso de :
Porque orgulloso me sonreía
cuando a su lado crucé la Raya
Porque en Palacio una noche fría
me dio su manta y su medalla
Porque me enseño a tocar
siendo niño Tus varales
y luego se echó a llorar
me hizo en los arenales
rociero de verdad
Eso he intentado al menos que sintieran mis hijos, los mayores primero, y mas tarde, con más ilusión, con más disfrute de la calma de la madurez, la hija que llegó cuando cumplí los cuarenta.
Hasta cuanto lo he conseguido puede que esté en que dos de ellos, el mayor y la pequeña, hayan salido esta madrugada del viernes al camino, aunque yo me quede.
Dan para mucho tantos Rocíos si. Para sufrir el desgarro de vivir la muerte del hermano del camino al que había aliviado con una cerveza fresca del sofoco del atasco, y ayudado a sacar arena de debajo de las ruedas unos minutos antes de que un tractor acabara accidentalmente con su vida.
Para que bautizáramos en los pilones del Palacio donde beben las caballerías, a tantos nuevos rocieros provinientes de diversas latitudes. Aun nos recuerdan en sus cartas, ahora emails, algunos de ellos, desde Inglaterra, desde Australia, desde Sudamérica.
Para hacer de cicerone de la aventura a algunas personalidades que oficialmente o de incógnito han venido a conocer de que iba todo esto. Se han dado muchas situaciones entrañables, pero hay una en particular, la visita del Gobernador de Puerto Rico y sus acompañantes, que resultó un episodio de realismo mágico que parecía sacado de la pluma de García Márquez.
Para vivir dos Rocíos extraños, extraordinarios, uno sin caballos por la peste equina, otro sin yuntas por la lengua azul.
O un Rocío de alternancia entre la zozobra y el disfrute. El de la mula que llevamos un año enganchada a un charret de seis plazas, a la que nuestros hijos, jóvenes zangolotinos a los que no hemos querido, podido o sabido trasladar la menor cultura de las posibilidades y limitaciones de los animales de enganche y tiro, le dieron tal paliza en los arenales que cayó desplomada delante de la Hermandad de Hinojos, justo cuando ésta cruzaba el Ajolí tomando el puente como la cota 49. ¡ Como para pasar inadvertidos! O participar más tarde en una absurda, incomprensible e incivilizada reyerta que pudo tener consecuencias dramáticas, propiciada por las ínfulas autoritarias de un cacique soberbio y avasallador, que aun sigue en el machito sin que nadie le haya apeado de él.
O que en el camino del año en que estrenábamos flamantes todoterrenos tuviésemos que vivir un monumental atasco de muchas horas en el tramo de Palacio al Ajolí , porque a algún preboste corto de miras o de conocimiento le dio por encargarle a la DYA , gente del Norte, entonces sin la menor idea ni sensibilidad de lo que era esta Romería, un innecesario y contraproducente control de este paso, trance o frontera virtual según cada cual, cuello de botella de quienes peregrinan por la Raya.
O reforzar la creencia en la mano protectora de la Virgen, en sus milagros cotidianos, cuando fuimos capaces de contener una desbandada de nuestras propias mulas, enganchadas al carro, zizagueando entre las reuniones que acampaban en Palacio, y felizmente resuelta, milagrosamente resuelta sin daños colaterales ni consecuencias.
Como para que una madrugada del martes, barruntando inconsciente el fin de ciclo, el insomnio de los ardores trajera a mi mano la inspiración para reflejar en cuartetas, en el modesto y escatológico papel higiénico, las infinitas vivencias, carentes de entidad convencional , de naturaleza formal de anécdota, pero llenas de un profundo valor emocional, el verdadero tesoro de esos años que guardar y transmitir.
Como para ver que el Palacio de nuestras noches a la candela primero, de los sesteos de modorra después, esté cerrado a cal y canto a los peregrinos que cruzan la Raya.
En el año 2012 me volqué más en los "días de carretas", las cosas no cuadraron para ir al Rocío.
En 2013, resulto un camino extraordinariamente gélido, polar, y nos volvimos ateridos desde Matagorda. Volví el sábado a la presentación, la madrugá del lunes a verla salir. Pero así no es lo mismo. Me acompaño un buen amigo en su bautizo rociero. En un par de años ¡cuantas ausencias noté!, muchas caras nuevas, el cambio generacional se había producido. Estaba raro, incómodo, no estaba suelto, "despegado", decía este amigo, al que dedico esta entrada.
En el año 2012 me volqué más en los "días de carretas", las cosas no cuadraron para ir al Rocío.
En 2013, resulto un camino extraordinariamente gélido, polar, y nos volvimos ateridos desde Matagorda. Volví el sábado a la presentación, la madrugá del lunes a verla salir. Pero así no es lo mismo. Me acompaño un buen amigo en su bautizo rociero. En un par de años ¡cuantas ausencias noté!, muchas caras nuevas, el cambio generacional se había producido. Estaba raro, incómodo, no estaba suelto, "despegado", decía este amigo, al que dedico esta entrada.
Este año de nuevo la confluencia de dificultades me impedirán hacer el camino, pero no renuncio a "los días de carretas" que le anteceden, y que de algún modo van adquiriendo mucho más valor, por su encanto y accesibilidad, para quienes ya iniciamos estratégicas retiradas de los eventos que empiezan a hacer estragos en nuestras naturalezas.
Provisto del tríptico sponsorizado por el comercio local, en compensación a la dolorosa penitencia de quedarme este año en el pueblo, en el gremio de los "impedidos", que según el Presidente de nuestra Hermandad comenta a una televisión somos los únicos que quedamos en el pueblo, me he propuesto saborear los detalles de todas y cada una de las Hermandades que me de lugar a ver desfilar ante mis ojos.
Se lleva Murcia el plus de entusiasmo de ser la primera que trepa por los siete escalones de los porches de nuestra iglesia de Santa María Magdalena, bamboleando los limones que adornan los capiteles de sus columnas de plata.
Le siguen Málaga y Málaga-Caleta, próximas pero no revueltas, defendiendo cada una su singularidad. Las voces ya han calentado y las Salves les llegan nítidas y entonadas.
La Málaga cantaora que rinde tributo y ofrenda a la Madre de Dios, aleluyas por sevillanas en cuanto la carreta baja los escalones.
La Caleta de aires marineros, de templete porticado.
Plateada Jaén,
De aceituneros altivos empujando la rueda, ayudando a que la carreta de plata parezca suspendida en el aíre en el mismo dintel de la iglesia.
Los machos de varas de Lucena de Córdoba y de Cabra, apretando orgullos las ancas en el esfuerzo de la subida.
El regocijo del baile por la travesía cumplida hasta aquí, hasta las puertas de las sagradas marismas.
Nos sabe a poco el aperitivo del Martes, las seis primeras de este camino del 2014, nos preparamos para las diecisete del Miércoles, para que mañana , en el paréntesis del sesteo , cumplamos con el hermano que inició un año mas el camino que le traía desde los Paises Bajos a estas tierras bajas de sus orígenes, pero bifurcó su camino hacia las Marismas del Cielo. No hay ninguna fecha buena para morir, pero algunas son peores que otras.
Isla Mayor nos pilla el miércoles mientras intentábamos arrancar la mañana con la tostada completa de jamón, aceite y tomate, insignia y toque de diana de estos días y de todos los que se puedan. Contrasta el lujo placentero del desayuno, el descafeinado humeante encima del bocoy situado como frontera para las grupas de los caballos, con la austeridad, la sobriedad calculada de esta carreta, hecha de fe y voluntad.
En estos días de retorno a la vida a paso de bueyes, de reencuentro con el mundo del campo, no podemos prescindir ya de la tecnología perecedera, que nos ayuda y domina nuestras vidas. El móvil, la cámara del móvil, mis ojos para mirar y recordar las vivencias, tiene vida propia y decide darse un respiro de las diez a las doce. Me deja sin registros de tres hermandades, Almería de mar e invernadero acompañada por Santander, localidad próxima si doblas el mapa, Valencia de carreta labrada en primor de madera, cuatro falleras sostienen sobre sus hombros las columnas del templete, y Marbella otrora acompañada por personajes de prensa rosa y papel couché, con sus respectivos séquitos, y ahora sólo por los que tienen que estar. Pero antes y ahora, desde hace muchos años, marcando el paso al ritmo del tamboril de Francisco Pajito, colega de algunas inquietudes estéticas.
Se obra el milagro del retorno de la señal de la cámara del móvil justo cuando pasa Huevar del Aljarafe, a eso de las dos, lo que me permite captar su imagen impoluta entrando por el acceso adoquinado de la calle Pilas.
Desde hace años guía los bueyes de esta hermandad un quijotesco cirujano cardiovascular. Quijotesco por su morfología enjuta de luenga barba y la bendita locura de cambiar unos días el bisturí por la híada, para pedirle a la Virgen acierto y habilidad en sus manos, para ayudarla a que se cumplan las oraciones de quienes le piden salud. Lo hace con la discreción y elocuencia de los silencios, del silencio.
El paréntesis del sesteo nos permite acercarnos a la bodega, donde se reúnen los amigos, a reponer fuerzas comiendo cabrillas, caracoles de la marisma guisados con bastante guindilla, y una caldereta de carne de gamo, maridados en el mosto guardado como un misterio para iniciados. Reponemos fuerzas mientras en la bodega se reproducen los cantes y los bailes de los peregrinos, que conocedores del secreto bien guardado de este establecimiento, acuden a él como un rito más del camino.
El entierro del hermano rociero que trocó su camino desde Holanda al Rocío y se fue súbita, inesperadamente, a las Marismas del Cielo, obliga a la espera en el paso de Santa Fe y Gijón, y la verdad a esa hora, en ese momento no estoy para fotos.
Tras el pésame retomo la mirada virtual a las hermandades que entran y lo hago con Granada, que trae en su carreta los aires del Palacio del Partal de la Alhambra.
Le siguen Almensilla y Benacazón, dos pueblos del Aljarafe sevillano.
Benacazón de larga tradición rociera, cuya divisa en el pasado reciente fuese una larga reata de burros y que entonces y ahora se destaca por el intenso espíritu de hermandad, de comunidad, con que vive el Rocío.
Por la calle donde vivo entra Las Palmas de Gran Canaria, su carreta ligera que sube los escalones al compás de isas canarias. No sólo en la arquitectura de las carretas se identifican y diferencian las hermandades, en los adornos florales se pone mucho empeño en lo autóctono, y en eso las flores canarias son inconfundibles.
Priego de Córdoba, de carreta ligera tirada por mulos, a la que tantas veces hemos cantado salves a su paso por nuestra casa del Rocío.
De la montaña y la mar malagueñas, Ronda del profundo tajo, serranía de bandoleros y toreros.
Fuengirola de redes marineras.
Empieza a caer la tarde cuando entra el cajón de Umbrete, que este año cumple docientos Rocíos. Dos siglos de peregrinar.
El acontecimiento propicia un alarde pirotécnico, de adorno de carretas, de afluencia de peregrinos, de cantes para celebrarlo.
La Cámas tartésica esperaba paciente junto al Palacio de los Orleans , respetuosa por lo excepcional del tiempo de tránsito de Umbrete.
Cierra el larguísimo, gozósamente agotador "miércoles de carretas" la hermandad de Bollullos de la Mitación, ofrenda de las uvas zalemas y garrías en su exorno floral, que entra sobre las diez de la noche, con las luces encendidas.
Amanece el jueves, y en tanto me desperezo entran Olivares con Salteras, corro, pero no llego a tiempo a la Plaza. Me consuelo con qué ya tuve tiempo de recrearme en la Hermandad de Olivares cuando se convirtieron en modelo involuntarios de un óleo que quise pintar hace tiempo sobre el paso del puente del Ajolí.
Poco más de las nueve de la mañana cuando entra Coria del Rio, hace unos años, pocos, que entra temprano, para la Historia queda la copla de Brumas que canta a la entrada de Coria al mediodía,
No te lo vayas a perder
No te lo vayas a perder
Cuando vaya entrando Coria
Entre las dos y las tres
No cabe un alfiler en la Plaza cuando va a entrar Coria. Casi en volandas llevan la pesada carreta por los siete escalones.
Le sigue Palomares del Rio, un primor de carreta en madera.
Los frontiles mas bellos que entran en el Rocío.
Estoy esperando a La Puebla del Río, a Aznalcazar cuando lo que entra es una llamada al móvil. He de recoger a mi hijo mayor, que hace el camino con nuestra, su Hermandad, la acompañará a la presentación del sábado en el Rocío y después retornará a su casa. Me ausento de la Plaza un par de horas, y entre tanto pasan La Algaba, San Juan Aznalfarache,Tomares, Gelves y la Hermandad de Vitoria. Pero en mi recorrido para recoger a mi hijo tengo la oportunidad de encontrarme en el camino a varias Hermandades de Huelva, en el cruce de Chucena , en el de la Palma del Condado, o los últimos carros y caballos de la Hermandad de Huelva saliendo de la ciudad.
Retorno cuando comienza el sesteo, que aprovecho para disfrutar de las habilidades culinarias de Esteban, que nos ha preparado a los amigos una exquisita paella, de ochenta raciones, que apuramos a la sombra de los toldos de la terraza del Molino. La paella se merece una siesta liviana, que termina en cuanto suena el primer repique de la tarde.
Alrededor de la cinco de la tarde llega Mairena del Alcor. Llevan los bueyes los Macarines, dos hermanos que cantan flamenquito . En cuanto bajan los porches le cantan a la Virgen cuatro sevillanas con quejío que llenan la Plaza de duende.
Le sigue La Macarena, una de las Hermandades de Sevilla-capital, con su estilo clásico y glamouroso. Y una yunta de toros como elefantes que tiran de la carreta como si arrastraran una pluma.
No se ha apagado el eco de la Salve a La Macarena, cuando ya le estamos cantando a Gines, uno de los pueblos más rocieros de Sevilla, que entra con una gran multitud de peregrinos, pero en un silencio desacostumbrado. No hay cante ni baile delante de la carreta.
Será cosa del nublado, las brisas que cubren el cielo y crean una humedad, un bochorno agobiante, que de la misma guisa insulsa, sin aliciente, entran Morón de la Frontera y Tocina. Me voy con unos cuantos a tomarme un resfresco, a ver si traemos el viento.
Carmona viene retrasada, nos motiva verla. Salimos de la Bodeguita Doñana, con la Zero en la mano al ver que los niños de Manuel "Piñito", el tamborilelo, le acompañan en este trecho por su pueblo.
Con Santiponce ha refrescado y se ha cambiado el ambiente.
No decae con Dos Hermanas.
Una inoportuna llamada, ¡ que fastidio de móvil ! me distrae de la entrada de Utrera, de la carreta del "simpecao" de Utrera, del carro que viene con esta hermandad regalando mostachones.
Y de nuevo se nos hace de noche cuando llega la última del día, Córdoba. Córdoba que viene con ¡Moratalaz!. Notamos la ausencia de la que fue su Alcaldesa, Rosa Aguilar, después Consejera de la Junta de Andalucía y que ahora ha hecho mutis por el foro. Siempre acompañó a su Hermandad con un excelente talante, de traje corto y un flor adornándole el pelo.
Intentamos irnos a la cama pronto, pero hay mucha excitación, unos van y otros vienen en la casa con los preparativos, los últimos detalles de atuendo y aprovisionamiento. A las cinco y media de la mañana sonará el primer cohete. No se si me levantaré para ver salir a mis hijos con la Hermandad, duele más quedarse cuando uno la ve salir.
Suena el cohete, puntual, a las cinco y media, no hay forma de dormir, me levanto a ver como salen mis hijos , a sufrir y disfrutar viéndolos marchar al camino, a desearles que todo les resulte propicio en esta corta pero intensa aventura que es cada camino.
Está rompiendo el día cuando llega la carreta a la Plaza.
Miro a mi alrededor, busco en la multitud, para constatar cuantas ausencias hay de los compañeros de tantos caminos, tantos Rocíos, de mi reunión, de las otras reuniones que compartíamos vivencias, momento mágicos e irrepetibles. Se pueden contar con los dedos de las manos cuantos de ellos harán el camino este año. Y de pronto caigo en la cuenta que soy de una generación en retirada, también en esto. Al fin y al cabo, podemos contarlo y que nos quiten lo bailao. Canto la Salve emocionado, con las lágrimas en los ojos, va mi oración por los que ya no están porque se fueron definitivamente, por los que no pueden por una u otra razón estar hoy aquí.
Las sevillanas que hablan de nuestro pueblo y el Rocío, la identificación entre ambos, se suceden. Es la ocasión que esperaban sus compositores para estrenarlas, no hay un momento más mágico. Pero si no salen pronto al camino aparecerán los problemas en la Raya, y a las siete de la mañana, cuando apunta el nuevo sol , sale la Hermandad.
Pa que quiero mas tormento
que cuando mi Hermandad salga
que cuando mi Hermandad salga
Yo me quedaré en el pueblo
pero volará mi alma.
Y aunque yo no pueda ir
aunque yo no pueda ir
el viento sabe mil coplas
que las canto para Tí.
Me vuelvo cabizbajo a casa, pero pronto se pasa la melancolía con un buen desayuno de mollete con jamón aceite y tomate, y además que hoy también hay carretas. Han tenido que estirarse los días del Paso de Hermandades, cada año hay alguna nueva, esto crea conflicto de horario y tapones en los accesos, en las salidas de los sesteos y las pernoctas, en la travesía de la Raya. Pasan diez hermandades hoy.
La primera, Sanlucar la Mayor, no puedo verla con los ojos de la cámara del móvil, me pilla hecho un brazo de mar con el mollete, por nada del mundo abandono un mollete con jamón.
Desayunado recibo a Alcalá de Guadaira, son poco mas de las nueve de la mañana, hay poca gente del pueblo en la Plaza, y hay que estar, acompañar, dar la bienvenida a este cancelín de la Gloria, Puerta del Cielo que canta María de la Colina. Ademas es el pueblo donde vive uno de mis hijos, al que parece que no le inoculé bien el virus rociero. Es el único de los tres que no hace esfuerzos extraordinarios para peregrinar con nuestra Hermandad. Si puede viene, pero no se muere por ello. Cada uno es cada cual, hice lo que pude.
A eso de las once y media entran Las Cabezas de San Juan, seguida de Villanueva del Ariscal, casi juntas. Sus peregrinos se mezclan, crece el ambiente en la Plaza y todo se anima, no hay prisa y las oraciones cantadas por sevillanas se suceden. Se disfrutan más sin tanta turbamulta.
Estoy tan pendiente de una, Las Cabezas, que se me escapa la otra, Villanueva.
Pasa la una del mediodía, me he tomado la primera cerveza sin alcohol con algunos de los amigos "impedidos", que hoy ejercen de abuelos para que sus hijos puedan hacer el camino, y soportan como pueden a los nietos correteando por los porches de la Iglesia, cuando entra Puente Genil de la carne de menbrillo. Los membrillos lucen en el exorno floral junto a los racimos de uva. Viene la carreta adornada por las flores silvestres lilas autóctonas.
Le cantan a la Virgen por las sevillanas corraleras de "carita de jazmín ampárame", que me retrotraen a la niñez.
Le sucede la Osuna señorial de ventanas palaciegas, enrejadas como la Casa de Bernarda Alba.
Algo de ese estilo arquitectónico imagino habrá querido trasladar el orfebre que diseñó el rizado como tomiza de los varales que sostienen al templete.
Hoy comemos en familia, en la tranquilidad relativa de la familia, de los que han quedado, y tras el sesteo pretendo seguir acudiendo a las presentaciones pero me recuerdan aquello de que las obligaciones están antes que las devociones y que estos "días de carretas" tengo desatendido al ganado, a la huerta. Y es cierto, he de darles una vuelta a ambos.
Así que dejo pasar a Sevilla Sur con Montequinto, a Los Palacios-Villafranca donde siempre peregrina parte de la familia que vive allí, al Cerro del Aguila de Sevilla y a la Hermandad de Sevilla-El Salvador.
No veo las carretas del "simpecao", sí veo todas las carriolas que circundan el pueblo por la circunvalación, donde está ubicada la finca de la huerta. Algo es algo, las contemplo mientra veo fluir el agua de los goteros, la huerta demandaba riego. Y el ganado pienso y agua, que de lo que le dejé para tres días no habían dejado ni rastro.
En esas estaba cuando he de salir con el todo terreno al camino, a la Raya, a rescatar a un pariente indispuesto. Y recorro la Raya hasta casi el Palacio, pero lo hago ,como es obvio, apresurado para atender la emergencia, sin pizca del deleite del peregrinar pausado.
Tenemos que gestionar sobre la marcha un permiso de vuelta para un camino que es ahora de sentido único, y está claro por qué. Solo pasar el Pozo de la Máquina hay un atasco monumental, en el primer banco de arena.
Todo terrenos conducidos por manos inexpertas se quedan varados en el primer banco de arena. Quienes vienen a rescatarlos se suman al tapón, y el bloqueo es desesperante.
Pido sitio a un carro de enganche, le cuento que voy a atender una evacuación, y el cochero me suelta que es un "mandao", que hable con el dueño. Al dueño voy a contarle lo mismo y me mira con ojos vidriosos, de haber empinado en exceso el vidrio, no tener prisa e importarle un comino nuestra emergencia. Para quienes no tienen prisa el atasco es un acontecimiento social que aprovechar para comer, beber y cantar, lo sé y actúo en consecuencia. Acelerón al todo terreno y una pitada del claxon que pone en guardia a toda la fauna de Doñana, y a las mulas del carro de delante, que dan un respingo que obligan al cochero insensible y poco colaborador a moverse.
Aprovecho el hueco, y paso rozando las ruedas del carro, oyendo como me insultan por sevillanas. Con las dos tracciones puestas zizagueo entre los huecos del atasco, desoyendo las indicaciones de quien me acompaña, que se empeña en sugerir lo contrario a la dirección que voy tomando. Es lo que pasa, cada cual piensa que lo mejor es lo que él piensa, pero son muchos caminos, muchos bancos de arenas, y algún que otro atasco en tantos Rocíos, y de todo se aprende, así que en un pis pas recorremos la distancia que a paso de bueyes requiere de cinco o seis horas. Efectuamos el rescate, retornamos con la misma técnica de aprovechar las rodadas, evitando las mas profundas, las que pueden llegar a los ejes y dejar al todoterreno colgado de la brocha. De nuevo tengo que desoir las indicaciones de mi copiloto, que cesan en cuanto le sugiero que coja él el volante. Pasamos de nuevo como podemos por el atasco, ahí permanece el atasco hasta que llegue alguien que sepa que hacer y ponga orden.
Volvemos al pueblo, se acaban los "días de carretas" de la ida, los de la vuelta son otra historia.
Ha sido tocar las arenas, a pesar de lo excepcional de la circunstancia, y removerse la zozobra, la resignación de este año no ir. No lo pienso más, la madrugada del lunes voy a Verla salir. Voy a reencontrarme en silencio con Ella.Un año más.
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