Cuerpo y alma, luz y penumbra.
He andado estos días empleando algunas tardes en aprender a desviar los enlaces sinápticos de mis neuronas desde las zonas de sombras que nos trae el pasado o se avistan en el futuro, hacía la luz del presente vivo y real.
Algo tan sencillo como el manejo consciente de la respiración, es capaz de situarte en un presente armonioso y equilibrado y habilitar las armas con que defenderte de los pensamientos tóxicos del pasado y las incertidumbres amenazadoras del futuro.
Cierto es que me coge todo esto en un estadio vital alejado de las turbulencias diarias de otro tiempo, pero el resabio de los modos de vivir entre la ansiedad y la angustia de nuestro modelo económico y social actual, permanece en la praxis diaria. Cuesta desaprender, desprenderse de esos tics nocivos con que respondemos a los retos de la supervivencia, aplicando respuestas inadecuadas que vienen de la época en que eramos cazadores/recolectores y que no se han modificado en lo sustancial.
Tuve en su momento ocasión de participar en no pocas sesiones de entrenamiento en habilidades gerenciales, en técnicas de manejo del estrés profesional, de la gestión del tiempo. He leído con más o menos fruición e interés la bibliografía de autoayuda que pretende explicar con sencillez una realidad compleja y hacerte circular por las avenidas del éxito personal o profesional. Las habilidades sociales que desmenuza Goleman, las fábulas de la búsqueda proactiva del destino de Paulo Coelho, las metáforas de los procesos de adaptación al cambio representado en ratones, pececitos , etc . En fin los betsellers que han sido las nuevas biblias para ejecutivos estresados por la dificultad en canalizar adecuadamente la ambición de un futuro imaginario esplendoroso, mientras el presente se escurre irremisiblemente entre las manos sin saborearlo con intensidad. Mantuve escarcéos mas o menos intensos con distintas técnicas de meditación, en las que buscaba el mismo utilitarismo que en un buen taladro adquirido en Leroy Merlín. Quizás por eso nada de ello tuvo la intensidad del descubrimiento, la eficacia en la respuesta, que lo aprendido en estos días.
Lo más probable es que en aquellos momentos las ideas, los conocimientos, las prácticas estaban mediatizadas por una percepción de la realidad carente del sosiego actual. Es la paradoja de la vida, aprendo a defenderme de un peligro, el estrés y la ansiedad, ahora que se han alejado en el horizonte de la madurez.
Aunque nunca viví las situaciones de estrés agudo o crónico que vi en otros colegas que pululaban a mi alrededor. Quizás porque los éxitos profesionales, si pueden llamarse de ese modo, fueron apareciendo sin buscarlos, carecía del grado de ambición necesaria para que fuese así, al menos eso constaba en uno de los informes de evaluación que me hicieron en su momento, era una de las debilidades de mi perfil profesional. Con lo cual las situaciones difíciles, que las hubo, vaya si las hubo, no tenían el elemento añadido de alejarme de la perspectiva de ascenso en la pirámide profesional. Los puestos que fui desempeñando siempre me parecieron más de lo que esperaba conseguir, y vivía relativamente relajado en cada uno de ellos. Eso me permitió aprender, adquirir experiencias con serenidad y ausencia de estrés profesional.
Pocas veces me llevaba a casa la mochila de las preocupaciones para agobiar a mi familia con ellas. Después de las horas impropias de la tarde/noche en que solía llegar no se lo merecían. Ese esfuerzo consciente hizo que ahora no recuerde que hubiere noches en blanco motivadas por las preocupaciones del trabajo. Apagaba y encendía esa esfera de mi vida cuando tocaba, sin demasiadas interferencias.
Las ansiedades, las angustias serias provenían y provienen de mi círculo familiar más cercano, de las distancias entre expectativas y realidad con los grupos y personas que me unen afectos o compartimos voluntariamente compromisos éticos y sociales. De las dificultades de la convivencia en pareja, de los altibajos en la evolución escolar y académica de los hijos, de la incidencia de sus relaciones afectivas en el día a día de los demás, de los vaivenes en sus ocupaciones y sobre todo de los problemas de salud de cada uno de ellos, de las frustraciones, las decepciones con aquellos que comparto una visión de la vida. Como todo el mundo diría yo.
Creía que las habilidades empleadas en distanciarme, relativizar la problemática profesional no eran aplicables a la esfera familiar o de activismo social, y ahí no podía eludir el sufrimiento. Me ha costado convencerme de que toda realidad está contaminada por pensamientos subjetivos tóxicos. Que la armonía, el equilibrio entre cuerpo y alma es el mejor paliativo para el sufrimiento emocional.
Porque nunca he prestado mucha atención al santuario que es mi cuerpo, que en ocasiones he considerado como un ente extraño disociado de la mente, hay veces que no me he reconocido en el espejo.
Cuando obligado por esta disociación forzada el cuerpo se hacía notar, reclamaba su espacio en forma de crisis de dolor, todo mi empeño estaba en conseguir minimizar su impacto. Empleaba todas las técnicas aprendidas, experimentadas, en bajar al máximo el umbral de percepción del dolor, continuar con mi vida sin hacerle mucho caso. Endurecerme ante el dolor propio era un objetivo automático que había asignado a mis mecanismos de supervivencia.
Quizás empecé en las responsabilidades tempranas, sobrevenidas, de la adolescencia donde hube de convertirme prematuramente en sustancial para el sostén de la casa. En ese tiempo de precariedades, que parecen retornar ahora de manera inexorable, las indisposiciones del cuerpo conllevaban la ausencia de ingresos, el desamparo de las despensas. Eso establece mecanismos de prioridades, de supervivencia, de desatenciones al cuerpo, que me han llevado a soportar estóicamente durante tres décadas una dolencia que ha estado a punto de cobrarse la vida, y que después se ha resuelto con una relativamente fácil intervención quirúrgica.
Hoy me perece una actitud estúpida, de la que quizás aun me cueste desprenderme, pero sé que de la consciencia del propio cuerpo, de sus capacidades, pero también de sus limitaciones, de su conexión en equilibrio con la mente, depende lo que llamamos felicidad. No hay otra, no es la mente más que una función del cuerpo, que me he empeñado en intentar separar artificialmente, sin éxito claro.
En en esa armonía consciente donde creo que aparece el alma, donde nos elevamos como especie y adquiere forma la humanidad, la espiritualidad, el Hombre Grande de nuestra búsqueda.
Andan ahí la luz y la penumbra, la cal y la arena del cuerpo y el alma.
A los sentidos y al pensamiento
6x7 Greguerías
en blanco y negro
Certidumbre
de cada amanecer ganado al tiempo.
Instantes
de felicidad de las pequeñas cosas.
Derroche
de vida que vibra en una sonrisa.
Dulce
armonía en la caricia esperada.
Esperanza
sostenida en la ilusión de un niño.
Gozos
del amor en las miradas.
Pesadumbre
de los días sin sol.
Somnolencia
de rutina que no espera aventuras.
Grises
de tierra que sueña la lluvia.
Agobio
de canícula bajo sombra rala.
Cómodo
fastidio de lenta caravana.
Sordo
murmullo de palabras necias.
Amarillos,
rojos, violetas de Mayo en la Marisma.
Dorado
rayo que reverbera en la cal.
Curva
prieta hambrienta de sol de primavera.
Aroma
del mosto que guardé en noviembre.
Brisa
que agita el esquimo en el olivar.
Tardes
de acera en silla de enea.
Negra
risa de la alegría fingida.
Fracaso
en la apuesta sin prenda.
Sombra
que avisa del paso del tiempo.
Música
que ahuyenta el dulce sueño.
Traición
que apunta la mirada huida.
Ácida
dureza del sincero innecesario.
Honor
al valor de la palabra dada.
Brío
del potro que aceptó mi doma.
Descanso
del codo en mostrador de tabla.
Fragancia
de palmiras que explotan en el arriate.
Fresca
umbría de la vieja bodega.
Noches
de raso cuajado de estrellas.
Pérdida
del sitio que nunca tuviste.
Añoranza
del lugar donde nunca fuiste.
Adiós
al amor que nunca amaste.
Final
del viaje que nunca hiciste.
Helada
en el árbol que nunca plantaste.
Vinagre
del vino que nunca bebiste.
Hombro
que se arrima a empujar la rueda
Agua
que ayuda a ver la mañana
Tenue
luz que hermosea los cuerpos
Brote
del naranjo que podaste en enero
Vino
que escancia el amigo de siempre
Lluvia
que asienta camino polvoriento.
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