En Sevilla, mas cerca del cielo.

En más de una ocasión he mencionado en estas entradas del blog a Manolo Vázquez Montalbán y su novela los Mares del Sur para hacer notar que hay muchas aventuras exóticas que te esperan a la puerta de tu casa. Más de una vez descubro que junto a lo cotidiano convive a mi lado lo misterioso y extraordinario en cuanto consigo atravesar con decisión el velo de la dimensión más conocida y aparente. Y en las últimas tardes/noches calurosas de lo que hemos venido a llamar "veroño", es decir otoño astronómico con temperaturas de verano, lo misterioso y extraordinario lo he encontrado en lugares tantas veces visitados, tan archiconocidos, como la Catedral y la Iglesia del Salvador de mi deambular sevillano en la temprana juventud, los esporádicos retornos de los años de ausencia y el ancla definitiva del final de los noventa.

Se han abierto las puertas del conocimiento de estos templos sagrados, que han sido romanos, cristianos, musulmanes y de nuevo cristianos tras la conquista. Pero lo han hecho desde una perspectiva desconocida para la inmensa mayoría de los sevillanos, las techumbres y azoteas de la Catedral, las criptas, sótanos y azoteas de la Iglesia del Salvador. Y de pronto dos lugares emblemáticos, recurrentes, de esta capital de Andalucía adquieren una dimensión desconocida, llena de energías y vibraciones mágicas que la rutina había ocultado ante mis percepciones sensoriales, saturadas de la mística, la estética de nuestra Semana Grande de Pasión con que habitualmente relacionamos estos templos.

Siempre había visto la catedral de Sevilla desde abajo, ahora puedo decir que mi mirada a la catedral gótica más grande, o al menos con mayor superficie, del mundo, ha estado más cerca del cielo que nunca.

Desde esa altura veo Sevilla como quizás la viera Abu Yacub Jusuf  desde las obras del alminar que coronaba la mezquita. 
Subimos por  la puerta de la Campanilla, y ascendemos hasta los tejados en unas interminables escaleras de caracol .
Desde allí nos convertimos en duendes de este bosque mágico, de arbotantes, contrafuertes, gárgolas y cúpulas.









Recorremos con el guía la huella de los hombres que a lo largo de los siglos dejaron en la piedra sus conocimientos de la geometría sagrada que en el materialismo de estos tiempos nos resulta tan ajena. Las marcas de los canteros se hacen entonce perceptibles.
Las vidrieras, los rosetones, nos indican cuando los hombres construían para Dios o sólo para los propios hombres.
Así se pueden distinguir vidrieras imposibles de avistar desde el interior del templo, ejecutadas con una perfección espiritual, en tanto que en otras el tratamiento es más terrenal , las que son visibles desde el interior se esmeran en el detalle y las que quedan ocultas o insinuadas tienen una terminación más tosca.



Nos maravilla la técnica de relleno de los espacios intersiciales de las bóvedas, con ánforas de arcilla para aligerar el peso de las azoteas de ladrillos formando superficies onduladas y sinuosas. A nuestros pies discurre la Historia en el patio de los Naranjos,





Los Reales Alcázares.



 Y desde el Archivo de Indias nos llegan el rumor de los galeones cruzando el Atlántico.




Al fondo avistamos las torres de la Plaza de España,asomados a la Avenida de la Constitución el edificio de la confitería Filella, ambas construcciones del modernismo reivindicativo de vuelta al origen de lo andaluz.



Pero también asoma la torre Pelli , testigo del despilfarro ostentoso de la época reciente de sueños de progreso infinito y recursos ilimitados de país del primer mundo.



O en la bruma del horizonte el reflejo  de la inversión en el desarrollismo razonable de los puentes del Quinto Centenario y del Alamillo.








Pero el lugar nos invita a pensar en cosas menos mundanas y nos acercamos a casi tocar con nuestras manos el límite entre el alminar almohade y el campanario cristiano en la Giralda.


Desde aquí entendemos mejor porqué al Giraldillo se le denomina también la Giganta.





Nos instruye el guía para que apreciemos la singularidad de está catedral gótica, que no está construida según los cánones de este tipo de catedrales, dos naves que se cruzan, aquí son cinco naves sostenidas con 36 pilares.



Entonces me pregunto en voz alta cual sería el trazado regulador que animase la construcción de esta catedral y al guía se le llenan los ojos de complicidad y embargado de concentración mística nos descubre los misterios de los dibujos de monteas y cúpulas semiesféricas, de rectas, círculos  y escuadras.recuperados en las propias azoteas 



 La conversación deviene en tal profundidad de las ciencias olvidadas que puede resultar apasionadamente interminable y empieza a serlo para algunos miembros del grupo poco interesados en estas derivaciones menos consumistas de la Historia, así que decidimos bajar.




 La trompeta del ángel del crucero nos despierta de la ensoñación y nos devuelve a este tiempo de zozobras.





Tras un paréntesis motivado por el calendario de obligaciones de cada  cual , sigo de nuevo al grupo de otoñales en su senda por las rutas sagradas de Sevilla, esta vez a la Iglesia del Salvador, recientemente recuperada de la decrepitud a costa del erario público.


La que es ahora Colegial del Salvador  fue en su tiempo mezquita madrasa  y nos cuentan que antes  basílica romana y, probablemente, antigua Catedral de San Isidoro. 



Tras degustar  un par de cañas mientras esperábamos  en la concurrida Plaza



Entramos por el Patio de los Naranjos. Se mantiene esa estructura de acceso a la antigua mezquita de la época emiral, del año 829 según dicen. 

De ahí pasamos a la cripta,   que hasta las últimas obras se había mantenido sepultada bajo miles de metros cúbicos de relleno. En el desescombro han aparecido importantes vestigios arqueológicos de la Sevilla hispano-romana-visigoda, y los enterramientos practicados en este templo hasta el siglo XVIII. 

Sobrecoge que aparecieran hasta 900 esqueletos de niños, pero el misterio se nos devela cuando sabemos que hubo épocas en que en esta ciudad la mortalidad infantil rondaba el 95 % entre los más pobres, y al lado teníamos la Casa Cuna que alojaba a niños huérfanos y abandonados.




La obra permite ver la altura que tenía la antigua mezquita, cuyos arcos sobresalen  por el Patio de los Naranjos y parte del fuste de la columnas de acarreo quedan dentro del actual sótano.



Un manantial interminable brota del subsuelo y forma un aljibe de aguas someras, el agua que entra se asoma con pudor para después escurrirse no se sabe a donde. Las pruebas periciales practicadas han determinado que no corresponden a filtración alguna de agua de lluvia o de las canalizaciones de agua potable o saneamiento, es agua mineral de manantial de algún acuífero del manto subterráneo que se explaya paralelo al cauce del Guadalquivir.











El suelo original de la mezquita ha desaparecido, bien porque nunca lo hubo, puede que se cubriera con alfombras, o porque fue desmontado y sustituido, pues si aparece el pavimento de la época en que  Miguel de Cervantes andaba por estos lares. Y es curioso como el mosaico, los motivos de las olambrillas no han cambiado desde entonces, son del mismo estilo que las que adornan el pavimento de mi patio.


El templo, el interior del templo ofrece pocas novedades a quienes lo hemos frecuentado, si acaso la oportunidad de visitar el camarín de la Virgen de las Aguas con el recogimiento  que lo hicieran los nobles del Siglo de Oro.



















Un recorrido por el retablo, la arquitectura o las valiosas imágenes de Juan Martínez Montañés o Juan de Mesa , subimos a las galerías, a las cubiertas por una escalera de caracol de factura mas moderna pero no menos complejidad que la de la Catedral.



En las galerías podemos recrearnos en las columnas que soportan el templo, en su robustez excesiva para el peso relativamente liviano de las cúpulas que soportan, y ese detalle arquitectónico tiene su explicación. El templo que se construyó sobre la mezquita tenía columnas salomónicas, y se les cayó, sin tener que esperar al terremoto de Lisboa que tanto estragos causó en Sevilla, se les cayó recién hecho y amén de poner en la picota al arquitecto que las construyó decidieron no correr nuevos riegos y sobredimensionarlas.








Los tejados del Salvador, de construcción más recientes carecen del sabor histórico, el misterio de la sabiduría ignota que mana por los poros de la piedra en la Catedral, pero tiene su aquel.


Permite una mirada distinta a la noche sevillana.




Y el avistamiento de las espadañas iluminadas de las tropecientas iglesias del centro de Sevilla. San Lorenzo, Santa Catalina, San Luis de los Franceses ..............













Y la Catedral emergiendo entre todas ellas.





Nos llega amplificado el rumor, la bulla de las terrazas de la plaza.




Y  en la Plaza del Pan divisamos otra muestra de arquitectura regionalista en los antiguos almacenes de Pedro Roldán.




Entre los tejados, los detalles, las obras inacabadas.









El arbotante innecesario de esta Colegial con pretensiones catedralicias.




Y una sombra pegada a un teléfono móvil, paradigma de este tiempo en que las cosas no se viven, no se disfrutan en el instante,  se graban en el móvil para revivirlas enlatadas en los bits. Con eso no contaba el bueno de Manolo Vázquez Montalban.



Comentarios

  1. Estupendos comentarios y buena caza de los datos que da el guía. Hay que estar muy atento para hacer esta inmejorable descripción.

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  2. Estupendos comentarios. Hay que estar muy atento al guía para trasladar al texto los datos e ideas que este va desarrollando en la visita. Que bueno es vivirlo y contarlo tan bien.

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