Domingo de Resurrección - Cambio
CAMBIO
No sin esfuerzo, terminé la secundaria en la nocturna y me matriculé en la escuela de Turismo, coincidió con que él me envió los papeles del divorcio. Algo se me fue del alma al firmar los documentos del divorcio, pero me sobrepuse.
Puse distancia, sabía que él seguía progresando en la empresa donde trabajaba y tenía algún cargo político. Se le conocía más de una novia, pero por lo visto no cuajaba con ninguna. Conseguimos hablar por teléfono de forma educada cuando lo requerían las necesidades de los niños, pero no le volví a ver personalmente.
Cuando en época de exámenes yo tenía necesidad de que me echara una mano con los niños, siempre estaba ahí. Parecía como si el tiempo le cundiese más que cuando vivíamos juntos.
Nunca pidió al juzgado reajustar la pensión y siempre asumía los gastos extraordinarios de los niños. Nunca se preocupó si entraba o no entraba en casa otro hombre y yo no sabía si eso era para alegrarme o compadecerme.
Mi novio empezó a quejarse del escaso tiempo que le dedicaba, yo le argumentaba que, si no hacía el esfuerzo y terminaba los estudios en ese momento, no lo haría nunca. A cualquier sugerencia de irnos a vivir juntos y tener más hijos, me negaba dulce pero rotundamente. Me gustaba la vida que disfrutaba y no estaba dispuesta a cambiarla. Así que se cansó de mi deseo de independencia, volvieron a dejarme de nuevo, pero esa vez no me dolió tanto. Pasados los primeros momentos del amor propio herido, me sentí liberada. Salía de cuando en cuando con algunas amigas en mi misma o parecida situación, y alguna vez que otra me fui a la cama con alguien. Nunca pensé que iba a ser capaz de disfrutar del sexo sin amor.
Por fin terminé Turismo, él tuvo el detalle de llamarme por teléfono para felicitarme cuando lo supo. Me aconsejó que dejase la fábrica y buscara trabajo de lo que había estudiado, antes de acomodarme. Me ofreció ayuda económica y de contactos si los necesitaba.
Pasado algún tiempo me salió trabajo en una zona costera cerca del pueblo donde vivía mi familia. Se lo conté a los niños, que no parecían estar muy ilusionados con irse de la gran ciudad, alejarse de su padre. Él me ayudó a convencerles. Cuando le pregunté si iba a aceptar estar separado de sus hijos mucho tiempo, me respondió que le dolería pero que más tarde o más temprano iba a suceder y no quería que condicionase mi vida por eso.
Él se ofreció a quedarse con los niños mientras terminaban el curso y me instalaba en el nuevo trabajo. Pero yo desconfiaba de que no aprovechase para solicitar la custodia en mi ausencia. Decidí que los niños se venían conmigo, aunque fuera a mitad de curso. Se lo justifiqué diciéndole que si no los tenía iba a ser incapaz de concentrarme, que no se preocupara, que los abuelos me ayudarían a cuidarlos en los primeros meses.
No lo entendió. Se sintió molesto, ofuscado, contrariado, por lo que pensaba era puro egoísmo, me dijo que yo no había cambiado nada. La conversación telefónica fue seca y breve, no volví a hablar con él más que algunos saludos esporádicos al teléfono, en las llamadas poco más que ¡hola! y se quedaba en silencio hasta que se ponían sus hijos.
En el pueblo los niños echaban mucho de menos a su padre y, al principio, a la vida de la gran ciudad, pero ahora disfrutaban de una libertad que antes no tenían y eso les ayuda a adaptarse. Yo estoy muy a gusto y motivada en mi nuevo puesto de trabajo, pero ya no me siento de ninguna parte, me cuesta integrarse en la vida del pueblo.
Trabajo muchos fines de semana y si salgo algún rato es con los compañeros del Hotel, pero como no sea con los niños salgo poco en el pueblo.
con los niños salgo poco
en el pueblo.
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