Domingo de Resurrección - Reencuentro

 



REENCUENTRO

No había vuelto a hablar con él en unos meses, ahora me ha llamado y dice que este año vendrá al pueblo a pasar con los niños unos días de vacaciones. Me inquieta la situación porque va a ser muy difícil que no nos veamos.

Lo he visto en la Plaza tomándose una cerveza con sus antiguos amigos, pero él no se dio cuenta ¿Qué hará para mantenerse tan bien? Tiene el pelo algo canoso, y la piel de un moreno que le contrasta con el polo celeste que lleva puesto, dándole un aire muy juvenil y atractivo. Estaba sentado y no pude verle bien, pero parece que ha ganado peso. Los niños están locos con tener a su padre de nuevo. Los recoge casi todos los días, de casa de mis padres o de los suyos, y salen a un sitio y a otro.

Hoy tengo la tarde libre y he venido a la playa con M., una buena compañera y amiga. Me he quedado dormida tomando el sol en la toalla y me han despertado los codazos de M. He abierto los ojos adormecida y a contraluz he visto una sombra conocida que se proyectaba sobre la toalla. ¡Dios mío!¡Es él!

Aquí está de pie, con un bañador oscuro de pernil corto y ajustado, con una leve línea roja en los laterales, No he podido remediar que la mirada se me fuese al paquete ¡Qué vergüenza! Menos mal que llevo gafas de sol.

—¡Qué casualidad encontrarte! — Me ha dicho él, mientras hace el gesto de querer acercarse. — ¿Qué hago? — Por fin me levanto y atolondrada me sacudo la arena. Él se está aproximado, primero ha dudado, pero inmediatamente me ha dado dos besos en sendas mejillas. Le estoy respondiendo casi de forma inconsciente.

Me está explicando que hoy los niños habían querido quedarse con la abuela (Su madre) y había decidido darse una vuelta por la Playa a la que hacía mucho tiempo que no venía.

Sin venir a cuento le he preguntado si venía sólo y él está respondiendo que sí. ¡Mírala! Aquí está M., curiosa y expectante porque no sabe de que va todo, así que voy a presentarlo como mi ex.

Él ha comentado que no había tenido ocasión de verme en el pueblo y yo mintiendo le he respondido que tampoco lo había visto.

Como me había parecido está algo mas relleno y aunque mantiene una figura esbelta y atlética, probablemente a base de gimnasio, seguro que ya no usa la talla 38 de pantalones. Mientras hacía estas apreciaciones me he tapado con pudor con el vestido floreado de playa que llevaba en la cesta, no quiero que me vea de esta forma, él sigue pareciendo más joven de lo que es, a mí se me nota que ya no soy una muchacha. Pero él por lo que se está interesado es por cómo me va en el trabajo y en el pueblo, y yo me siento cómoda diciéndole que estoy muy satisfecha del paso que he dado.

Él me está planteado que cuando nos veamos en el pueblo no necesitamos eludirnos y que quiere que hablemos en otro momento más tranquilos. No se decirle que no. Se ha despedido amablemente, dándome dos besos en la mejilla y otros dos a M., diciendo que va a continuar su paseo de vuelta porque ha dejado la ropa sola encima de la toalla.

M. se interesa del porqué lo había dejado escapar y yo le digo que es largo de contar, que al fin y al cabo son las cosas de la vida. Después entre risas me ha pedido su teléfono y permiso para que pueda llamarlo. Le miento diciéndole que no tengo su teléfono y que no me importa si lo consigue y lo llama. No es verdad, no quiero darle el teléfono y me pongo mala de pensar que intente ligar con él. Esta es una loba. Que salga con quien le dé la gana, pero no con él. Me preguntó porqué me sabe tan mal después de tanto tiempo con quién sale y con quién no. Me estoy preocupando de lo que vuelvo a sentir, nunca dejé de hacerlo, pero hay que ver que sólo ha sido un momento de verle y ya estoy hecha un lío.

En los días siguiente de sus vacaciones, cuando él ha ido a recoger a los niños, o casualmente nos encontramos en el pueblo, nos hemos saludado como si fuésemos unos conocidos y hasta hoy no ha existido ningún intento de acercamiento.

Pero ahora, para mi sorpresa, me pregunta si, antes de que se vaya de nuevo, aceptaría salir con él algún día a tomar algo y así charlaríamos.

Sin pensarlo demasiado he aceptado verle, pero fuera del pueblo. Hemos quedado para el próximo sábado por la tarde.

No se que ponerme, le he dado mil vueltas al armario y al final me coloco un traje rojo ajustado y enterizo, de escote palabra de honor y mangas insinuadas. Sin darme cuenta, o sí, he elegido el color y el estilo que más le gustaba a él.

Ya está aquí, me mira detenidamente de arriba abajo y me dice que el vestido me sienta muy bien. Estoy enrojeciendo como una colegiala, como el vestido que he escogido para él.

Él viene con un pantalón claro, un polo azul marino y unos mocasines azules. Tiene la piel tostada y ese aire elegante de siempre. ¡Este viene vestido para matar! Sospecho que algo quiere, pero no se a que atenerme. Me da miedo que pueda alterar la paz de mi actual estado de cosas.

Vamos a la capital, a una de las cafeterías de la orilla del río. En el viaje vamos hablando de cosas insustanciales sobre el paisaje. Nos sentamos en el paseo, en uno de esos veladores de hierro forjado, con la tapa de mármol y encima una pequeña lamparilla que emite una tenue luz pastel de tono ocre.

Él ha pedido un ron Captain Morgan, veo que tiene nuevos gustos, pero yo he optado por una tónica, no quiero ni por asomo perder el control. Nos estamos mirando a los ojos. Así hemos permanecido un minuto que me ha parecido eterno.

Me pregunta si soy feliz y le contesto que no me quejo. Yo le hago la misma pregunta, él me está respondiendo que no existe la felicidad, sólo los momentos felices, y que en este momento lo es. ¡Hay que ver! Siempre consigue turbarme.

Estamos hablando de nuestros trabajos, de la evolución de los niños, de cómo ha cambiado aquí la vida desde que nos fuimos a la gran ciudad. Siento que nos comunicamos mucho mejor, ahora entiendo sus miradas y también sus palabras.

Ha pedido algunas cosillas para picar. — ¡Que leches! voy tomar de lo mismo que él, que sea lo que Dios quiera—. Hablando y mirándonos, casi sin darnos cuenta del paso del tiempo, nos dice el camarero que van a cerrar. Nos disculpamos, los dos queremos pagar y la mirada del camarero es un poema, urgiéndonos a tomar una decisión. —¡Que pulso más tonto!¡Mira, que pague él! —, yo pagaré la próxima. Ya me ha liado para vernos de nuevo.

En el camino de vuelta hemos reanudado la conversación insustancial que habíamos interrumpido en el viaje de ida. Ahí está mi madre en la puerta, intranquila porque le dije que no vendría muy tarde y son las tantas. Le confieso que nos habíamos olvidado de la hora y ella menea la cabeza de forma reprobatoria. Yo creo que tampoco entiende lo que llevamos entre manos.

Mientras nos despedimos con dos besos en las mejillas él me ha puesto una mano en el hombro y con la otra ha cogido la punta de mis dedos. — ¡Que cosa me ha entrado por el cuerpo! —, casi me desmayo.

Hemos salido un par de veces más antes de que él termine sus vacaciones y vuelva a la gran ciudad. Disfruto con su conversación y con sus silencios, y siempre han sido las despedidas iguales, pudorosas pero inquietantes. Hasta que se fue y volví a sentir el desamparo de la primera vez. No me deprimí esta vez porque ya lo había perdido antes, pero dolor, casi el mismo.

Pero algo ha cambiado, eso lo noto, y me siento reconfortada, extrañamente animada. Me llama cada dos o tres días. Ahora me está contado que ha ido, poco a poco la actividad política y sindical, su meta ha sido el retorno y por fin ha conseguido que la empresa le ofrezca un puesto que le permita estar mas cerca de los niños. Le digo que me alegro por él y que será muy bueno para ellos, no quiero mostrarle interés, pero me duele que yo no tenga nada que ver en su decisión y me preocupa cual será nuestra relación si continuamos viéndonos.

Él ya está aquí, los niños están encantados, pero yo no se bien como sentirme.

Me pide salir este sábado con los niños, para después dejarlos en casa de los abuelos y salir nosotros solos. — Pero ¿Cómo puede llegar y pretender que volvamos a salir todos juntos como si aquí no hubiese pasado nada? — Le digo que yo no voy a vivir a su antojo.

Hace una semana que no llama y estoy está hecha polvo. Me voy a armar de valor, a tragarme el orgullo, lo llamo al trabajo con la excusa de que me han preguntado los niños por él.

Me contesta con una voz cálida y dulce, que ha estado pensando mucho y que necesita hablar conmigo.

Hemos salido solos.  Me ha llevado a cenar a la Basílica. Es un restaurante decorado con mucho estilo, nos están poniendo unos platos muy elaborados, que él dice quieren asemejarse a la cocina del Bulli, no sé qué es el Bulli de que me habla. Para acompañarlos pide un Blanc Pescador. Veo que otra de sus nuevas facetas es entender de vinos y cocina.

La cena ha sido muy agradable e íntima y para rematar la noche vamos a tomar unas copas en uno de los bares disco de la Milla de Oro, no creo que haya más, temo que no haya más, sería una decepción.

El bar está hasta los topes, la clientela es mayoritariamente joven pero también hay mucha gente de mediana edad. El encargado de las relaciones públicas de la disco nos lleva a un espacio protegido por una cadena, que parece es la zona VIP. Pedimos dos copas de ron con hielo. El me ha aficionado al Captain Morgan. Nos sentamos en unos puff alrededor de una pequeña mesita de cristal.

El bar está hasta los topes, la clientela es mayoritariamente joven pero también hay mucha gente de mediana edad. El encargado de las relaciones públicas de la disco nos lleva a un espacio protegido por una cadena, que parece es la zona VIP. Pedimos dos copas de ron con hielo. El me ha aficionado al Captain Morgan. Nos sentamos en unos pufs alrededor de una pequeña mesita de cristal.

Yo estoy expectante y cuando el Dj está colocando su ratito melódico, suena “Tu eres mi hombre y yo tu mujer” de Jennifer Rush, y me ha sacado a bailar. Noto su calor al aproximarse. — ¡Dios mío! ¿Qué me está diciendo con voz queda y susurrante?:

 Nunca he dejado de quererte.

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