RESURRECCION
Me he quedado inmóvil,
no puedo remediar que dos lágrimas desciendan por mis mejillas. Me aprieto
contra él sin decir nada. He levantado los ojos, le miro, sin reproches ni
preguntas, sólo reclamando un beso que él no ha dudado en darme, primero tierno
y afectuoso en los ojos y después profundo y apasionado en la boca.
Es como si hubiésemos
hecho un paréntesis de más de diez años en el tiempo. Anudados hemos
permanecido sin darnos cuenta que el Dj ha cambiado al rollito acid-house, pero
ni a nosotros ni a la multitud de nuestro alrededor les importa.
Hemos salido cogidos de
la mano, mirándonos sin decir palabras, me estoy dejado llevar. Está reservando
habitación en un hotel cercano, voy a llamar a mi madre para decirle que no me
espere esta noche. Mi madre insiste en preguntar que ha pasado, le digo que ya
le contaré.
Estamos subiendo en el
ascensor prodigándonos caricias y miradas de deseo, entramos en tromba en la
habitación, desnudándonos trémulos. Recorre con caricias mi cuerpo, mientras yo
acaricio el suyo deteniéndome en cada rincón conocido.
—¡Oh Señor!........!
¡Qué placer! — Andábamos en los prolegómenos y no he podido aguantar, han
explotado los fuegos artificiales con una intensidad, un derroche de destellos
y colores que ya no recordaba. Hemos hecho el amor toda la noche hasta quedar
extenuados.
Me he despertado y lo
veo aquí, durmiendo plácidamente, desnudo, a mi lado. ¿Y ahora qué?
El se ha despertado, me
ha dado un beso y se interesa si tengo hambre. Le he respondido que no, pues no
se si por felicidad o miedo no me cabe nada en el cuerpo. No puedo menos que
sonreír con este pensamiento, porque vaya si me ha cabido esta noche. Él me
lleva al jacuzzi, en el que ni habíamos reparado cuando entramos en la
habitación. Me está enjabonado suave y tiernamente, nos estamos excitando y
húmedos vamos a hacer el amor en la moqueta de la habitación, encima de unas
toallas que he colocado cuidadosamente, que una es muy limpia.
Hemos salido del hotel y
me lleva a desayunar, molletes de Antequera con aceite y jamón, al Horno San
Buenaventura de la Avenida.
Regresamos al pueblo, le
digo que tenga cuidado con la carretera, pues no dejamos de hacernos arrumacos
y carantoñas.
Ahora salimos juntos, a veces solos, a
veces con los niños. Con el mayor las primeras salidas muy bien, pero ya
prefiere quedarse con sus amigos. Sigo viviendo con mis padres y él vive en un
apartamento de la capital.
Aunque ya nada asombra, en el pueblo,
son inevitables los comentarios sobre nuestra especial relación. Yo no quiero
pasar de ahí de momento. Me gusta esta forma de vivir, ahora no siento ni
ansiedad ni celos.
El quiere que vivamos
juntos, dice que no le importaría que tuviéramos un nuevo hijo, ¡está loco!, que
está dispuesto a someterse a una intervención para recanalizar la vasectomía
que se hizo. A mi me horroriza la idea, tengo miedo de un nuevo fracaso, al
riesgo de la maternidad a mi edad, no quiero alterar una vida profesional
encauzada. Se lo he dicho muy claro. Él no me ha vuelto a presionar.
Así llevamos más de un
año. Ahora es la pequeña quien reclama independencia.
He adquirido confianza
en el futuro juntos, tengo ilusión, siento la necesidad de consolidar nuestra
relación. Estoy evaluando las posibilidades de compatibilizar mi trabajo con un
nuevo hijo y los riesgos de la maternidad cuando ya me acerco a los cuarenta.
Pasa lo que tenía que
pasar, que estoy de tres faltas. Hemos ido a que me practiquen una
amniocentesis para descartar riesgos. Este es un hijo muy deseado, pero
posiblemente sea la primera decisión de paternidad que tomamos absolutamente
conscientes y queremos hacerlo bien. En los análisis no han detectado ninguna
anormalidad, me han dicho que es una niña ¡Otra niña! No me lo creo, no cabemos
de gozo.
Preferimos vivir en el
pueblo y de allí ir cada uno a nuestro trabajo. Entre los dos vamos a comprar
una casa espaciosa y funcional, adaptada a nuestras necesidades de pareja que ambos
trabajamos y compartimos las tareas domésticas por igual.
Nos vamos a casar, ¡De
nuevo! en el Ayuntamiento, con los familiares más allegados, nuestros amigos y
nuestros hijos como testigos. Han pasado muchos años, pero me vuelve a temblar
el ramo entre las manos de nervios que llevo. Él viene de gris marengo en el
traje y plata en el pelo. Ya no lleva pelo largo y patillas beatnik, pero sigue
siendo un novio elegante.
No vamos a hacer viaje
de novios, porque dado el avanzado estado de gestación en que estoy no me puedo
mover. Se ve que eso de los viajes de novios largos no están para mí.
Aun me falta una semana,
pero han tenido que ingresarme en el hospital. Tengo miedo, por mí, por mi niña
y porque se me acabe esta felicidad que ahora disfruto. Él hace esfuerzos para
no preocuparme, pero lleva unos días sin despegarse de mi lado, por teléfono resuelve
lo que puede del trabajo.
Algo han visto en
monitores y me tienen que provocar el parto, quiero que él este conmigo. Por lo
que he podido entender le han dicho que mejor que no, porque si surgen
complicaciones se va a poner nervioso y no los va a dejar trabajar ¡Virgencita
del Rocío que todo salga bien ¡Que dolor más insoportable hasta que me han
puesto la epidural! He sufrido mucho pero ya está aquí mi niña. ¡Qué bonita es!
Menuda y morenita como su hermana. Quiero que lo avisen y venga a verla.
Me ha dicho una
enfermera que lo ha visto en la sala de espera con mis hijos mayores paseando
como fieras enjauladas.
Le han llamado por el interfono, por lo que se ve no ha tenido
paciencia de esperar el ascensor y habrá subido los escalones de dos en dos.
Con el corazón a punto
de salirse del pecho ha llegado a la habitación, del cansancio del parto estoy
adormecida, a mi lado en el moisés está la niña. Le he pedido que no me mire,
que estoy muy fea, pero él se ha abrazado a mí diciéndome que nunca me ha visto
más bonita.
Mis hijos mayores han
llegado a la habitación. La enfermera ha sacado la niña del moisés y se la ha
entregado a él, que la ha cogido tiernamente con sumo cuidado y lleno de
orgullo y satisfacción se la ha mostrado a sus hijos.
Como en un sueño estoy
contemplado la escena y— ¡Ay!.......! ¡Ay!, ¿Qué me pasa? —En lo más profundo
de mi interior está floreciendo una extraña e inexplicable oleada de placer.
Desorientada por mi
estancia en el hospital he preguntado ¿Qué día es hoy?, porque quiero saber la
fecha del nacimiento. Al unísono me han respondido DOMINGO DE RESURRECCIÓN. Les
he sonreído, sin decirles nada, porque no podía ser otro día mejor para dar
vida y renacer a ella en plenitud. Con mis manos entre las de él he sentido un
dulce sopor, que me hace caer en un sueño reparador.
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