Almudes, fanegas y arrobas .
A mi vuelta tras décadas de ausencia al mundo rural en el que nací, idealizado de alguna manera en la distancia relativa, pues nunca me fui del todo, como bien dice el fandango :
Aunque me voy, no me voy
aunque me voy, no me ausento
porque me voy de palabra
pero no de pensamiento
aunque me voy, no me voy
Como decía, a mi vuelta, en el vivir día a día es cuando percibes que ya nada es igual, que los cambios han alcanzado a todos los conceptos, los rasgos diferenciales han desaparecido en una homogeneización quizás necesaria, pero sin duda empobrecedora.
En el tiempo en que el grano guardado en el "soberao" se media en almudes, y la tierra en fanegas, cuando había hazas en lugar de parcelas, mirábamos desde lo alto de la torre, en el campanario que servía de atalaya para otear en mayo el horizonte de carretas, que como bandadas de palomas blancas se intuían cruzando el Quema, o para vigilar el riesgo de incendio de los sofocantes veranos de gazpacho y siesta.
Aunque me voy, no me voy
aunque me voy, no me ausento
porque me voy de palabra
pero no de pensamiento
aunque me voy, no me voy
Como decía, a mi vuelta, en el vivir día a día es cuando percibes que ya nada es igual, que los cambios han alcanzado a todos los conceptos, los rasgos diferenciales han desaparecido en una homogeneización quizás necesaria, pero sin duda empobrecedora.
En el tiempo en que el grano guardado en el "soberao" se media en almudes, y la tierra en fanegas, cuando había hazas en lugar de parcelas, mirábamos desde lo alto de la torre, en el campanario que servía de atalaya para otear en mayo el horizonte de carretas, que como bandadas de palomas blancas se intuían cruzando el Quema, o para vigilar el riesgo de incendio de los sofocantes veranos de gazpacho y siesta.
Divisábamos hacia occidente las brumas del mar, ondulando el aire en vibraciones irisadas que se acercaban por la Cuesta de la Vega.
Del Norte bajaban, continúan bajando, antes en ritmo cadencioso y espaciado, ahora en tropel, las hermandades que buscan en las someras aguas del Quema, o Guadiamar, el rito del bautizo rociero de primavera.
Las aguas verdes, que azuleaban cuando llegaban las aguaminas de mis baños de la niñez en La Patera. Las aguaminas que nos trajeron desde Aznalcollar el desastre ecológico, llevando lodos tóxicos hasta el Brazo de la Torre, envenenando la tierra, el aire, en pinceladas rojas de metales pesados, a lomos de la desidia de las compañías mineras de pabellón extranjero.
De aquellos lodos retirados con el esfuerzo físico y económico de nuestro pueblo nació el verde del actual Corredor , que guarnece el río en su curso desde la Sierra a la Marisma.
Adentrarnos en ese corredor verde nos reconforta con nuestra especie, capaz de la vileza de envenenar la tierra en la que respira y vive, pero también de protegerla y regenerarla. Como lo hacían de forma natural aquellos recios hombres del campo, acariciándola con dulzura con los arados de mediomundo, arrastrados por yuntas, tiros, de bueyes, caballos, mulos e incluso burros.
Ahora hemos de vigilar sin descanso el atolondramiento irresponsable de unos y la estulticia del regodeo en la ignorancia de otros, que con sus obras se declaran enemigos sin remisión de parajes como la Laguna de San Lázaro.
Que al menor descuido empercochan con los restos de sus fiestas nocturnas de subwoffer a toda potencia, bajo las acogedoras y generosas copas de los árboles, alcornoques y pinos que la circundan. Aterran y desconciertan con sus ruidos innecesariamente estridentes, a la fauna que allí tiene su hogar. En sus recuerdos genéticos heredados seguro que no existe ningún registro de un comportamiento humano tan incomprensible y ruidoso desde que pusimos los pies en estas tierras.
Por eso quienes por edad o principios nos duele este proceder, hemos abandonado los días de tostón y mosto en estos parajes al aire libre, para refugiarnos en las casitas de campo que florecen como setas, moteando el hasta hace poco paisaje virgen de construcciones en ladrillo.
Desde ellas miramos melancólicos tras las ventanas, el horizonte limitado que se ofrece a nuestros ojos, hasta que necesitados del aire libre trajinamos por las huertas, aguzando la mirada para alcanzar a ver bien el pueblo entre las brumas de los atardeceres húmedos.
Cosas de este tiempo donde el grano ya no se mide en almudes, las hazas en fanegas, y la arroba ha dejado de pesar 11,5 kg, o albergar 16 litros, para quedar como atrio, santo y seña, de las nuevas formas de comunicarse, de los correos electrónicos, que han dejado sin razón de ser a los antiguos servicios de Correos, otrora espina dorsal de los Estados Nación.
Comentarios
Publicar un comentario