Tin Tin Catalina, Tin Tin Concepción

La Navidad, la mezcla de la puesta en valor  de los recuerdos idealizados de nuestra niñez  y el marketing agresivo envuelto en seda roja que nos presiona por doquier, nos motiva a repetir cada año y en las mismas fechas ritos y ceremonias de paz con nosotros mismos y los demás.
Hay quien le parece poco e hipócrita que nos llenemos de buenas intenciones con el prójimo, de ternura, solo cuando se avecina la conmemoración del nacimiento del Hijo de Dios de los cristianos.
Yo digo que menos mal que hay Navidad, que si no tendríamos que inventarnos una tregua para descansar de tanto despropósito.
Cierto que hay ceremonias que terminan siendo una rutina carente de sustancia, pero tienen en si misma la energía potencial de desencadenar los afectos, el amor entre los seres humanos, después dependerá de cada cual y sus demonios que esto suceda.
Para mi la Navidad, las Pascuas, como las hemos venido denominando por aquí hasta la reciente homogeneización empobrecedora impulsada por los medios de comunicación y las grandes superficies comerciales, siempre han significado una oportunidad para renacer en la manera de mirar al mundo, sin malicia, del niño que alguna vez fui. Tienen por tanto la alegría del resurgimiento del yo, que no es nada sin el ellos, y la nostalgia, la melancolía por aquellos que de una u otra forma me han ido abandonando, alejándose a lo largo del trecho recorrido, pero que si nunca he olvidado, en estos días sus ausencias están más presentes.

La abundancia de fiestas propias y de importación, las oportunidades para los excesos, son tantas a lo largo del año que bien podría haber decaído la Navidad como el referente en nuestro imaginario de la celebración familiar por antonomasia. Pero no ha sido así, la secularización de la vida ha venido acompañada por una nueva religión, el consumo, que se extiende acompañando siempre al bienestar. Y el solsticio de invierno es una buena ocasión para que se nos anime a consumir sin medida, a hacer ostentanción de la abundancia aún en tiempos de crisis sistémica. De esa energía se sostiene la Navidad como fiesta mundial, incomparable con ninguna otra. Precisa del consumo de muchos watios iluminando de forma creativa nuestras calles, del rumor de villancicos en los grandes almacenes que ha sustituido en gran medida, al menos por estas latitudes, a los coros de campanilleros  que alegraban nuestras calles y nos hacían soñar en estas fiestas.









Para los que transitamos en el otoño de la vida es tan recurrente el retorno a nuestros recuerdos de tiempos reales o imaginarios, que a veces es muy tenue la línea divisoria entre ambos. Pero en estas fiestas, sea cual fuere la estación de la vida por la que transitas, todos volvemos la cabeza hacía la primavera, la niñez, la infancia idealizada como el tiempo más feliz.

Objetivamente disfruto  ahora  lo mismo o más de estas fechas, de compartirla con los míos, con todos los inconvenientes de este nuevo tiempo, de lo que disfrutaba en mi niñez, marcada por la escasez y la tragedia familiar de las ausencias tempranas, pero cada año es inevitable mirar atrás con melancolía.

"Bonita y triste a la vez la Navidad rociera" canta una letra, que es aplicable a la Navidad, rociera o no.


La Navidad, las Pascuas como decíamos antes, me evocan siempre las imágenes de las mujeres de la casa, las casas por donde me movía, afanadas en preparar los pestiños, las tortas bizcochadas, los hojaldres, que se guardaban celosamente en el cajón de tabaco hasta la Nochebuena. El aroma del limón, de las masas adobadas con el ajonjolí, del anís seco, flotaba en el pueblo como un efluvio denso y penetrante que perduraba durante todas las Pascuas. 







Los niños remoloneábamos por los improvisados obradores, por las cercanías de los hornos, buscando la oportunidad de catar algún anticipo del dulce manjar que nos anunciaba el aroma que transminaba las paredes de las casas blancas. O pretendíamos ayudar con la misma aviesa intención no declarada. A mi me gustaba en especial la operación de armelar los pestiños  recién salidos de la sartén en la miel de romero rubia y untuosa, para después espolvorearlos con  las minúsculas grageas de anís, que se pegaban en los dedos pringados de miel y estabas obligado a chuparlos con fruición para limpiarlos. Ese era el truco, y el sugerir que era bueno aprovechar los pestiños que salían defectuosos de la sartén, comiendo la masa caliente aún antes que a algunas de las mujeres de la casa le diese por decidir lo contrario. Algún que otro cólico devino de tanta ansia.



De Estepa venían los  densos mantecados de canela. En las Pascuas nunca faltaban en casa la fruta escarchada, los alfajores, los roscos de vino.



Habían en las Pascuas dos noches grandes, la Nochebuena y la  Noche de Reyes, no tenía la Nochevieja la entidad que tiene ahora, se celebraba el tránsito de año, la etapa superada, la ilusión que trae lo nuevo, pero sin la parafernalia que tiene en los últimos tiempos, sabíamos que detrás de cada año vendría uno parecido, no esperábamos que un nuevo dígito nos fuese a traer indefectiblemente el acceso a la la eterna Felicidad.

La Nochebuena era noche de "buñolá", la reunión de las extensas familias en torno al fuego, de las mesas adornadas con los platos especiales de la ocasión, en mi casa era el chivito o choto en salsa, de la apertura del cajón de las tortas, de los villancicos a ritmo de zambomba y la llave rasgeando por el lomo de la botella de anís.






En los propios villancicos se daba la dualidad alegría y tristeza que evoca la Navidad. Frente a los "Rin rin Catalina", "Pero mira como beben", "Arre, arre la Marimorena", gozosos y festivos, están las letras a veces trágicas y desgarradas de los campanilleros:









" A la puerta de un rico avariento
llegó Jesuscrito y limosna pidió
pero en vez de darle la limosna
los perros que había se los azuzó
pero quiso Dios
que los perros de rabia murieran
y el rico avariento pobre se quedó"





"Vida mía
Tú que gobiernas la luz
Vida mía
vas a morir en una cruz"



"Mi mare es del cielo
mi pare también
y yo he venío
ar mundo
para padesé "

¡Que villancicos más aguafiestas.!

Un poco más tarde, ya en la adolescencia, fue la "buñolá" con los amigos, los primeros bailes con las niñas, las primeras cervezas,  las botellas de aguardiente llevadas de tapadillo. Las visitas de otras reuniones a nuestra "buñolá", mas oportunidades de bailar con quien te gustaba, ahí nada de villancicos lo que nos iba era Adamo y "Mis manos en tu cintura"," Un mechón de tu cabello", "La noche", "Inch Alá", "En bandolera".¡Cuanta agua ha corrido bajo los puentes desde entonces!.






Después las Pascuas se convirtieron en Navidad, todo mixtificado, homogeneizado a los mismos gustos y hábitos generales de consumo, sustituimos el Belen, el Nacimiento por el Arbol anglosajón, adelantamos a Papa Noel los Reyes Magos con la excusa de que así a los niños les daba más tiempo de jugar, y la entrañable fiesta íntima y familiar adquirió la condición de rito social.

Llegaron las "comidas de empresa" incluso para los que no tienen empresa, que no son pocos en este tiempo de crisis económica. Ahora si no acudes a alguna de esas "comidas de empresa" corres el riesgo de sentirte excluido del sistema, estar a un paso de la marginación social, algo poco navideño.

La vuelta al pueblo permitía andar a caballo entre dos mundos, celebrar la Navidad en lo profesional y lo social y las Pascuas con mi familia, mis amigos que nunca se fueron  del pueblo o volvían cada año, como el Almendro, para la ocasión.
En una casa la funcionalidad del Arbol, en la otra el Nacimiento con sus figuritas y su río de papel albal, la candelita de lámpara y el exotismo del caganet que me traje de Catalunya.





Era cuestión de tiempo que llegase la mixtificación , y así fue demasiado pronto. Hasta este refugio, frontera de Doñana, Andalucía profunda, llegó hace tiempo la homogeneización. Hacemos de la necesidad virtud y hemos adquirido no pocos de los rasgos de la cultura importada aunque sigamos defendiendo la esencia de la propia.

Así que en lo que puedo sigo celebrando en paralelo, Navidad y Pascuas, lo mismo pero no idéntico. 

El pasado día 18 estuve en Madrid en el encuentro anual de viejos amigos a pesar de ser excompañeros  de oficio, cena degustación de comida de autor, rica pero escasa. El Ribera del Duero , el ron Zacapa pasando delante de mi pituitaria, para sólo poder olerlo en este estadío de abstinencia  precautoria en que me encuentro. Volví a casa y el 21 le llamamos "comida de empresa" a una de las habituales y gastronómicas reuniones de amigos, donde dimos cuenta en esta ocasión de un lomo de atún con papas, y se abrieron muchas botellas del mosto nuevo, y yo na más que olerlo, refugiado en la tristeza de la cruzcampo sin.




El 24 apoteosis familiar de cena con muchos platos, la mayoría fríos para no tener que andar cocinando hasta última hora, pero no pudieron faltar ni el puchero calentito con virutas de jamón ibérico, las gambas de Huelva, las bocas, ni el postre del mousse de limón, tan digestivo él. 











Este año tenía a todos mis hijos y nietos al completo y me las prometía felices desgranando villancicos en la sobremesa, anduve practicando con la guitarra a pesar de tener el pulgar derecho lastimado por una puñetera pulla de palmera , pero no se pueden hacer planes. La fiesta flamenca de nuestras Nochebuenas, el repertorio  de villancicos por bulerías y por tangos hasta bien entrada la madrugada se evaporó entre las conexiones vía skype con los nuestros que están lejos de casa y no han podido volver estas Pascuas. Fue tanto nuestro interés en hacerles participar de la fiesta, como cada año, que consumimos las horas y las ganas en sucesivas conexiones. Uno de los sobrinos que desde el otro lado del Atlántico nos tocaba bulerías que cantábamos con retardo, otro que nos mostraba en directo  el efecto de los regalos de Papa Noel  en su hija pequeña, y mientras los más jóvenes viviendo vida virtual con sus watsaps. Mis nietos cansados pero despiertos demandando atención y exclusividad, lo que pasa.

Así que sobre las cuatro de la mañana cogí a mi guitarra y me dije, me voy a buscar la juerga a casa de mi hermano, a por la copita de ron para la que me he estado reservando toda la noche a base de cerveza sin alcohol. Y allí aterrizé oteando el horizonte, la guitarra en el coche por si llegaba a destiempo, pero no, había a esa hora mucha gente joven con ganas de marcha, así que me ofrecieron la esperada copita de ron para entonar voz ¡y pasó! la extraña e intermitente intolerancia a algunas bebidas alcohólicas que me ha sobrevenido recientemente se desató, y una sóla y minimalista copa de ron me hizo el efecto de una botella, náuseas y sudor incompatible con la fiesta. Hube de recoger velas a toda prisa, volver a casa, mis hijos, padres ejercientes de bebés ,ya estaban allí, no pude ni departir con ellos, a la cama, mas que Nochebuena, fue Nochetirandoamala.

Así que me queda la ilusión de que la Nochevieja sea sí que sí. Para que no tenga que entrar el año tiritando entre edredones tendré que hacer caso a Diana Navarro, este ruiseñor malagueño, a la que oí un día que para cuidar la voz, creo que todo el cuerpo, en todo caso beber fermentados, nunca destilados. Vade retro ron, si acaso una copita de champán, un culín de sidra, que esta Nochevieja quiero cantar, tocar, villancicos.




Tin tin Catalina
tin tin Concepción
que ha nacido el Rey
de la creación.
Que estrella más pura
derrama su luz
por verle la cara
al niño Jesús.




Los caminos se hicieron
de viento, de agua y de frío
caminando va un anciano
muy triste y afligido,
A la Gloria, 
y a su bendita Madre, Victoria
Gloria al recién nacido, Gloria.





La mula le gruñe

el buey le bajea
la Blanca Paloma
le canta la ea.
Noche de fiesta, que espero sea sortilegio para convocar que 2015 sea un año de venturas y aventuras para todos los que  amo o aprecio, y como no, para quienes lean esta entrada, y como no es tiempo de ser mezquinos, para el mundo entero. 

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