Aceitunas, almendras, alcauciles y azofaifas.

Dice un proverbio chino que si quieres ser feliz cinco años hazte rico, si quieres serlo toda la vida hazte campesino. Un buen amigo agobiado por las vicisitudes e incertidumbres de agricultura y ganadería, rebate con conocimiento de causa el proverbio, que según él es otro cuento chino.

Yo no estoy seguro de que el campo dé la eterna felicidad, pero si que da más equilibrio y armonía que cualquiera de las actividades que he realizado en mi vida. Por eso en cuanto tuve ocasión volví al campo, claro que volví con algo de truco. Nada de sufrir con las temporadas intensas del verdeo que tanto me estresaron , cuando para contentar a Mamá me hacía cargo de su gestión distrayendo el escaso tiempo de mis otras obligaciones profesionales, tan distintas y distantes, que diría nuestro efímero Presidente Calvo Sotelo.

A ese menester tan azaroso, cansado y poco rentable le dimos puerta mis hermanos y yo de mutuo acuerdo, ahora contemplo el verdeo desde la cómoda distancia de no tener que ocuparme de él.

No, mi refugio campesino ha sido el primor de la huerta, la arboleda caprichosa, en el mismo espacio que antaño ocupara la huerta para consumo doméstico, de noria, cajilones y alberca que cuidaron mi abuelo y mi padre. La ausencia prematura de mi padre dejó a esa huerta sin sentido ni huertano, y el olivo, la tierra calma ocuparon su sitio. Hubieron de pasar cincuenta años para que me decidiera a reivindicarla.

Empecé en el verano de 2007 a preparar el terreno, rellenar, nivelar, trasladar el pozo, vallar el recinto de la finca dedicado a huerta, instalar el sistema de riego por goteo. Volví a las peonadas tempranas del amanecer, a la retirada a la hora del Ángelus, a aprovechar las mareas de la tarde, y a sembrar las palmeras, el paseo de palmeras  que soñaba cuando nos podía la añoranza en la década que vivimos en Catalunya.

Tozudo me planteé el reto, conmigo mismo, de no usar maquinaria alguna en la plantación de la arboleda. A mano, pala y pisón, palín mordiendo la tierra dura como el pedernal, hasta que descubrí el procedimiento ya inventado de agua al hoyo el día antes. Las manos, los brazos desacostumbrados a ese ejercicio dolían para reventar, descubrí la existencia de algunos músculos que ni siquiera sabía que estaban ahí. Pero ahora el palmeral  datilero, más de una treintena de palmeras y un joven cocotero  lucen verdeando, pese al picudo rojo que nos asola. El paseo termina y se prolonga en una rotonda con cuatro palmeras wasintonias y una quentia , adornada por una fuente de ladrillo mudejar  que ríe cantarina en un circuito sin fin.



Algunas palmeras, la hembras, ya hace un par de años que nos dan unos dátiles sabrosos, de muy buen tamaño, pero difíciles de conservar, no acabo de encontrar el método correcto.


En el otoño de ese año  2007 vino la siembra del resto de arboleda, especialmente los naranjos, con los que no tengo fortuna, se muestran esquivos, languidecen y mueren sin que nadie sepa explicarme el porqué.

Intuyo, mas que sé, la razón. Empeñado en la agricultura ecológica, en no usar fertilizantes químicos ni pesticida alguno, las especies actuales no están preparadas para enfrentarse sin ayuda a condiciones no optimas del suelo ni a las plagas. Voy resembrando naranjos hasta encontrar la variedad adecuada. De momento quien resiste y ofrece generosas cosechas es la variedad Nável, curiosamente un híbrido que proviene del Brasil, de cáscara resistente, pulpa fibrosa y mucho contenido en zumo.


En ese tiempo planté los fresnos que hoy me surten de sombra, de la que desde Marzo buscan perro y amo. En la que disfruto los frugales desayuno de lo que la tierra va dando, o me salto a la torera la habitual alimentación cuasi vegana, con humeantes barbacoas en la noches de verano. Lo que va pidiendo el cuerpo.


No pude o no quise resistir la tentación de emplear mi tiempo en los asuntos públicos, y de 2007 hasta 2011 volví durante cuatro años a la vida entregada a la abstracción de planificaciones, estrategias y políticas  que hacía poco había abandonado en la Empresa privada. Quedé escarmentado y seguro de que mi vida estaba ya en otra parte, no más incursiones en esos mundos, aunque siga vinculado para satisfacer mis inquietudes, a unas cuantas iniciativas sociales. Porque dejé la huerta, el pincel y la pluma abandonados, compensado por algunas tardes de guitarra, traicioné a mis verdaderos intereses, a mi vocación más profunda, no fueron cuatro años muy felices, me dejaron una marca indeleble que poco a poco se desdibuja.

Acabado ese tiempo de compromiso con lo público retorné a la huerta en mayo, justo para la siembra del mato, el melón, la sandía. Las dulces variedades del melón piel de sapo, del cuper, Kuper o cooper, que no sabemos, no está en catálogo, del galia, del cantaloup. De la sandía Perla Negra. De los híbridos originales hemos ido seleccionando semillas, ecológicas, secadas y preparadas por nosotros, que no bastardean, cada cosecha es de más tamaño y más dulces.

Como los melones que he sembrado hace muy poco , y que las excepcionálmente altas temperaturas de estos días  me están agostando, aunque los mime con el riego justo. Que no me hablen de que el cambio climático es un bluff, no hace falta que me cuente sus efectos Al Gore, me lo cuentan mis melones.


De aquel mayo de 2011 es el membrillo japonés que en este mayo  de 2014 empieza a engordar sus frutos, hasta que entren en sazón en octubre, amarillo intenso que reclamará ser trasladado al lienzo, pero que entre si y no, donde los trasladaré como cada año será a la olla grande AMC, igual peso de pulpa que de azúcar de caña, hirviendo y rehirviendo, vueltas y vueltas del cucharón de madera en el sentido de las agujas del reloj, hasta que el espesor de la carne de membrillo deje al cucharón clavado, enhiesto como el poste de una valla. Entonces lo guardaremos en recipientes rectangulares, y ¡hala! ya tenemos carne de membrillo durante un año, para acompañar al queso fresco en perfecto maridaje.


También es de ese tiempo el azofaifo, que trajeron desde la remota Persia nuestros antepasados, para que ahora nos deleite con su perecedera fruta, como aceitunas gordales, exclusivo manjar que se resiste a ser comercializado, no le gusta viajar.



Como vino del Japón el caqui o kaki, de contradictorios frutos rojos brillantes, que en el otoño pasan en unos días de la extrema acidez a la dulzura de un lamedor. El palo santo o santo palo de este pariente del ébano, que algún día será caja de guitarra. De ella alguien sacará sonidos mágicos que recordarán a las mareas que ahora lo mecen en las tardes de brisas. Su sombra guarnece hoy el comedero de Brutus, mi cachorro zaino mestizo de rotwailer y setter, tullido en un atropello causado por sus ansias de libertad.

Como  el ansia plantadora de aquel otoño de 2011, de reencuentro con la huerta, dio lugar a la siembra de las plataneras. Caprichosas y vulnerables a los vientos fríos que nos visitan algunos inviernos, nos obsequió el año pasado con unas piñas de pequeños plátanos de exquisito sabor, llenos de matices, pero este año ni están ni se les esperan, quizás todavía sea pronto y nos sorprendan.


En Mayo habíamos llegado a la conclusión que las plataneras tras un intento voluntarioso de darnos plátanos en un  clima un poco menos templado de lo que necesita había renunciado a hacerlo en el futuro ¡ pues no! parece que este verano algo más suave de lo habitual la ha estimulado y ahí está una vigorosa piña, engordando plátanos en Agosto.






Nada que ver con la higuera Coll de Dama Blanca, lunaria, que nos da higos que aquí decimos de Lepe, desde mayo a Noviembre, blancos, pequeños y azucarados, y que tampoco acabo de encontrar la forma de conservarlos como fruto seco .

En esas misma fechas planté el granado, a cuya sombra cantase Tariq Alí el drama de aquel pueblo vencido, traicionado y ultrajado, convertido a sangre y fuego a la fe conquistadora o abandonando para siempre está tierra, que quedó empobrecida por siglos de los hombres que la hicieron próspera y tolerante.
Ahora, en este Mayo, el granado rinde tributo con sus flores rojas a la sangre derramada.


Le acompañó el melocotón de viña, de un hueso, por el que no daba nadie un céntimo y que ya el año pasado nos regaló, con permiso de los resistentes pulgones verdes, una buena cosecha, para su porte, de melocotones dorados del tamaño de las naranjas. Había que estar atentos a su sazón, antes de que los pícaros pájaros o los sinuosos y subrepticios gusanos se nos adelantarán en el disfrute de su pulpa carnosa, que cruje en música de gloria al mordisco, exhalando perfume de ambrosía.


Ese otoño de 2011 quedé felizmente extenuado con el furor, el ansia plantadora que disfruté, y hasta el año siguiente no sembré las parras. Las uvas sultanas de Corinto, que ya el otoño pasado se cuajó de racimos. Tantos que la mitad se colgaron, a la antigua usanza, de las vigas de madera de Flandes para convertirlas en pasas y la otra mitad se prensó para el sutil vinagre que aún madura oloroso en el bocoy de castaño de mi modesta bodega.


En el otoño de 2012 planté lo manzanos golden que el pasado otoño apuntaron las primeras manzanas doradas, llenas de graciosas pecas, dulces y resistentes, y que este año asoma la primera cosecha de árbol joven pero prometedor.


Como lo hacen los almendros mollares, creciendo con ímpetu en la tierra roja de relleno, que este año nos ofrece la muestra de las tres variedades.


La redonda, ideal para el tueste.


La gruesa y alargada, muchas de ellas madurando en pareja en la misma cáscara.


Y las más finas, que tendremos que disputar denodadamente a los pájaros si queremos probarlas, convertirlas en eficaces píldoras naturales contra el colesterol.

No ha corrido la misma suerte el nogal del país, castigado por los parsimoniosos caracoles, con la quereza introducida en el corazón del tronco impidiendo su crecimiento. Una cirugía a vida o muerte en forma de poda agresiva ha permitido un brote esta primavera, que el tiempo nos dirá si facilitará su supervivencia.


He aprendido a ser paciente con la Naturaleza, no violentar sus ciclos, dejar trabajar sus mecanismos de selección natural.

Siete años he de esperar, si quiero ver los frutos de estos kiwis, capsulas concentradas de vitamina C, enredadera china que empieza a trepar por la cuna de alambre que les he preparado exprofeso.


Menos tiempo, quizás el año que viene, para disfrutar del fruto del albaricoque, aquí le llamamos damasco, o "amasco", en nuestro gusto por simplificar sonidos suprimiendo las consonantes iniciales, que se ha enramado con fuerza en su primer año en la tierra.


O las peras de San Juan, injertadas el año pasado en un perhuétano salvaje, rara avis difícil de encontrar.


La misma ilusión he puesto en el nashi,  las peras asiáticas que confío se adapten a nuestros suelos.



Este año que se presenta parco en lluvias, de verano adelantado, es propicio a la huerta si hay agua abundante de riego. Se adelantan las cosechas a cielo abierto, no he tenido que usar para nada arquillos ni invernadero, para empezar hace más de un mes a recoger las fresas de Aranjuez, que siembro alomadas.


 A su lado florecen las judías rojas, el azuki que me propongo guisar con perdiz al principio del próximo otoño.


O la judía verde helga, que saltearé con jamón de paleta ibérica, o bien cocida y aliñada con una vinagreta cuando el cuerpo pida dieta blanda.


Ya nos resulta imposible de apurar el calabacín blanco que madura con generosidad al estímulo de las altas temperaturas. Hemos de recurrir a variar las formas de cocinarlo para no hastiarnos de sus frutos. Hay para regalar.


O de las cebollas blancas babosas, clareadas en calçots al principio de la primavera, pero que fueron comidos sin la gracia de mandilón chorreante, con las manos tiznadas, como lo hacía en mis tiempos por el Tarraconés.


Algo más hemos de esperar para disfrutar en las ensaladas de las cebollas rojas de Amposta.


De la remolacha egipcia tiñendo de carmín los platos.


Del pepino en los gazpachos.


Gazpachos, salmorejos, coloreados de rojo con el tomate mina, valiente resistiendo el asedio de la tuta.  O los tomates fritos, con la ventresca de atún, con la carne magra de falda, con las papas cortadas en tiras.


O el plato simple, sin más requisitos que la sal y el ajito picado, del tomate corazón de toro, o "pesho de mujé" como gusta decir, resaltando la sensualidad de esta variedad, a mi socio en esta aventura huertana.

Algo más tardará el fruto del delicado tomate Raf,  nacido del primor de la Vega de Almería, la cooperativa San Isidro del Poniente, con sus sabor afrutado y cítrico.


O para freír, a la miel, la berenjena blanca del Bagés, gorda como un melón, que me hace recordar a San Vicenç de Castellet y sus telefonistas, a Artés, Horta de Avinyó, con sus cavas tradicionales, artesanas, del champán Artium.


El calor ha hecho subir antes de tiempo, desnortado su ciclo, a la acelga del potaje de garbanzo con berza.


Y ha cuajado el esquimo de los olivos manzanillos, presagiando cosechas históricas que saturarán los almacenes y desplomaran los precios. Como sólo han quedado a mi cuidado la docena de olivos que bordean la valla de la huerta, y el resto se ha entregado en aparcería, fruto por pensión, no me acucia la presión del previsible cosechón.


Presto más interés a los rosales de la valla, en precipitada florescencias de suaves tonos pastel, o rojo aterciopelado de aroma intenso. 




Tras este exhaustivo recorrido por la huerta, descanso de mi afán bajo el fresno, junto al cañaveral, oyendo el rumor del viento mecer a las cañas. Feliz como el chino del proverbio, o del cuento chino.



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